La guerra entre las fuerzas aliadas encabezadas por los Estados Unidos e Iraq, se inició con una violación a la normatividad internacional y sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas los países que integran esa alianza desataron las hostilidades argumentando que el gobierno de Saddam Hussein protegía terroristas y contaba con armas químicas que amenazaban la paz mundial.
Pero la realidad ha demostrado que, no obstante ser Hussein un dictador, ni había terroristas protegidos por él, pues éstos hubieran reaccionado contra la invasión atacando algún punto estratégico en EU, España o Inglaterra, ni tampoco contaba con armas químicas, ya que los inspectores de la ONU nada encontraron antes de la invasión, como tampoco lo han hecho los expertos norteamericanos que se encuentran en territorio iraquí.
No obstante, ahora el gobierno de George W. Bush, recurre nuevamente al argumento de la existencia de bombas químicas para amenazar a otro país, esta vez a Siria, al tiempo que acusa al gobierno de Damasco de estar protegiendo a criminales iraquíes, lo que puede desencadenar un nuevo conflicto o la extensión del actual y si bien los países árabes no han intervenido a la fecha en defensa de Iraq, nada garantiza que si los aliados se meten en Siria, no lo harán al sentir que cualquiera de sus naciones puede ser la siguiente.
Es por ello que la pregunta obligada, ante tal escenario, es: ¿Hasta dónde pueden llegar los EU y el gobierno de Bush en su afán por desterrar toda posibilidad de un ataque en contra de su territorio o sus intereses? Porque nada garantiza que si ayer fue Iraq y hoy pretenden que sea Siria, mañana puede ser cualquier otra nación que a juicio del “gran juzgador” cuente con los elementos bélicos necesarios para ser considerada por ellos como una amenaza para sus intereses, lo que sería el cuento de nunca acabar.