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'Hay que saber hablar de todo' / CRÓNICA URBANA

Por Arturo González González

el siglo de torreón

TORREÓN, COAH.- Para ser peluquero no es suficiente cortar cabello y hacer barba, también hay que poder hablar de todo. Bien lo sabe Francisco Carvajal Fernández, quien tiene 62 años de edad, casi 50 en el oficio y diez trabajando a un costado de la presidencia, sobre la Ramón Corona.

De pie y recargando sus manos sobre un largo mueble de madera que sostiene peines, tijeras, máquinas, botes, navajas y jabones, cuenta que nació en Villa Cuauhtémoc, Veracruz, pero que desde los seis años vive en La Laguna. “Me trajeron” aclara “es que acá le dieron chamba a mi papá... era camionero”.

De familia numerosa, muy pronto todos se tuvieron que emplear. “Éramos como diez hermanos y mi papá nos repartió a trabajar: ‘éste va a ser mecánico, éste bolero, uno a lavar fierros y otro como chofer’ y así”.

A los diez años Francisco ya boleaba “ahí en el centro o en la Alianza, donde se podía... ya tenía yo mi cajoncito, mi jefe me lo mandó hacer”, platica animado mientras su rostro claro, apenas matizado con arrugas, se refleja infinitamente en los espejos enfrentados.

El gris de los años se ha posado ya sobre cabello, cejas y bigotes, pero aún recuerda los años en los que llegó a su actual oficio. Dos muertes lo pusieron en el camino que hasta hoy ha seguido.

“Yo iba mucho a una peluquería que está en el hotel San Carlos que ya no existe, estaba por la Múzquiz... ‘onde fallece el que boleaba ahí y el patrón me dijo ‘éntrale tú, siempre vienes y quien quite y hasta sales de peluquero’ ”.

Poco a poco fue aprendiendo el oficio observando a los que ya lo ejercían. “Ya tenía yo 15 años... ‘onde fallece un peluquero y pos el patrón me dijo ‘pos aquí quédate’ y así empezó mi vida de peluquero”.

Francisco Carvajal nunca pisó un aula pero aprendió a leer y escribir entre cepillos y tijeras: “pues aquí en la peluqueada, lo poquito que sé”.

En numerosas ocasiones viajó a distintas ciudades del país e incluso de los Estados Unidos. “Iba a peluquear, a sacar unos billetes”.

Y es que al casarse, las necesidades obligaron. Con gusto, expresa: “me casé a los 32 años, tuve tres hijas y siquiera pude darles estudio hasta secundaria... ya ellas también tienen su familia, su casita y su esposo”.

Sin embargo, asegura que la mayor parte del tiempo que lleva en el oficio,“no he salido más que de unas tres peluquerías y un rato por fuera, pero aquí en el centro hemos visto pos todo, desde que tumbaron la presidencia que era de puro ladrillo y pos todo ha andado circulando ‘ai’... a veces fregaos y a veces no”.

Y a través de sus anteojos observa hacia la calle por donde los peatones pasan y miran hacia dentro del local, en el cual no se ven más que los sillones solos y sólo la voz de Francisco se escucha: “ahorita está muy fregao, no hay dinero y ahora peor con este presidente, el tal Fox, nos ha ido mal”.

El día de Francisco empieza a las siete. Almuerza, se baña y en su Valiant 64 se traslada hacia su lugar de trabajo. Come “donde se haga tarde”, en el mercado o en las gorditas. A las ocho y media ya está en camino a su casa. “Ésa es la historia de siempre”.

Para decir que le fue bien, necesita haber peluqueado a unos diez clientes, los cuales, para mantenerlos no sólo hay que hacerles un buen corte o rasurada, sino seguirles la plática que inician. “De futbol, de política, de lo que sea, les tenemos que saber todo... y darles por su lado aunque lo que digan no sea cierto, ‘ai’ se los va ganando uno... es todo un arte pa’ poder tenerlos”.

Dice que lo que más disfruta de su oficio es la tranquilidad, la cual únicamente se ve trastocada con los alborotos que se dan en la sede del Ayuntamiento: mítines, plantones, marchas y manifestaciones, de todo se entera Francisco Carvajal mientras afila navajas, prepara espuma, conecta la máquina y ve caer los cabellos al suelo.

“Pos es que ahorita todo está muy difícil, ya no halla uno que hacer, nos quejamos todos donde quiera. Pos como uno nomás esto es lo que sabe hacer, pos no queda de otra más que darle... además, ya nomás lo ocupan a uno en Guanajuato, con las momias”, comenta y sus labios dejan salir la risa y las amenas frases de un... peluquero.

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