La semana pasada asistí en México a la reunión anual de “Adopte Una Obra de Arte” (o “Adopte”, a secas). Este es un grupo de voluntarios capitaneado por Beatriz Sánchez Navarro de Pintado y dedicado a la restauración de monumentos históricos olvidados o ninguneados por las autoridades responsables. Lo que pudo haber sido una llamarada de petate -la espléndida restauración del convento y templo de Tepozotlán- en los últimos diez años se ha convertido en una empresa que se extiende literalmente de Sonora a Yucatán, complementando con sus esfuerzos las obras emprendidas por el gobierno. Nada menos en la reunión de marras, se repartieron diplomas de agradecimiento a quienes presiden los grupos estatales, sin faltar la señora Vita Podesta de Holm, la dinámica presidenta del grupo sinaloense.
Todo esto se dice fácil, pero la magnitud de la obra sólo comienza apreciarse viendo el libro que documenta con imágenes de “antes y después” la actividad de los primeros años. Lo que se ha hecho desde su publicación probablemente ya merezca un tomo suplementario. Nada menos acá en el sur de Sinaloa, donde los monumentos coloniales brillan por su escasez, “Adopte” acaba de restaurar un templo quizá del siglo XVII en el pueblo minero de Copala, proyecto de cuyo principio ya escribí yo en este espacio. (A mí se me tiene, por cortesía y amistad, como “asesor nacional” de “Adopte”, aunque lo único que he hecho, y sigo haciendo, es apreciar públicamente los resultados de esta admirable empresa.)
Lo que sí puedo decir es que no son frases vanas las mías. Conozco demasiado bien los problemas de toda índole involucrados en cualquier proyecto de restauración por mi propia experiencia con la restauración del Teatro Ángela Peralta en Mazatlán, obra que, a su vez, ha impulsado la restauración de todo el Centro Histórico. Lo que antes era una proverbial “boca de lobo” y dormitorio de borrachines, ahora ha vuelto a ser el centro social nocturno del viejo Mazatlán, lo que había sido desde su origen decimonónico y siguió siendo hasta mediados del siglo XX.
Ahora ya lucen nuevamente los perfiles del neoclásico tropical que trajeron los comerciantes europeos, pero durante años, sólo el arquitecto Juan León Loya y el de la pluma (ora yo) percibíamos el encanto de esa arquitectura desportillada y mugrosa. El primer gobernante que se sumó a la causa fue José Ángel Pescador desde su presidencia municipal. Alertados por él, el gobernador Francisco Labastida Ochoa y su esposa, María Teresa, convirtieron la ruina del teatro en espléndida realidad. Ahora la nueva generación de mazatlecos, la mayoría con estudios los superiores que sus padres no tuvieron, se mandan hacer casas “estilo Mazatlán” en las colonias más modernas del puerto.
Perdone el lector este largo paréntesis de un ruco provinciano, pero quise presentarlo como credencial en apoyo de mis observaciones sobre los méritos de “Adopte” y el grupo reunido por Beatriz Sánchez Navarro de Pintado. Dada la imposibilidad de que las autoridades puedan, ellas solas, remendar la estragos del tiempo, la labor complementaria de “Adopte” tiene un valor muy especial. Fue tan vasta y variada la obra de los españoles durante los tres siglos de la Colonia y fue tan destructivo el siglo posterior a nuestra Guerra de Independencia, que son incontables las obras que se perdieron por las hendiduras de la historia. Hubo además una inquina popular en contra de todo lo español que se manifestaba convirtiendo conventos en establos y pavimentando escalones con lápidas mortuorias. Vandalismo sin fin.
Gústenos o no, fue la Revolución de 1910 (que de hecho continuó hasta 1929, cuando Plutarco Elías Calles le puso punto final con la creación del partido oficial) la que nos dio los 70 años de estabilidad que hicieron posible el rescate de tantos tesoros arquitectónicos de la Colonia, rescate del cual forman parte esencial los esfuerzos tan meritorios de grupos como el de “Adopte Una Obra de Arte”.