¡Qué a gusto se está aquí! ¿Te imaginas la dicha que es, que todo aquél que cruce el umbral de tu casa puede decir esta frase de seis palabras? Significaría que tú casa no sólo es una casa, es un ?hogar??, palabra que viene de hoguera, de fuego que calienta, que acoge, que abraza, que tranquiliza, que une y da la bienvenida.
Esto que todos deseamos puede venirse abajo si permitimos que el estrés de diciembre nos invada. El estrés de diciembre, comienza de manera inocente. Paulatinamente, focos y campanadas navideñas nos rodean. En esta etapa, la Navidad promete ser de alegría, de reuniones familiares, de reflexión, de comidas deliciosas, de paz, de intercambio de regalos y buenos deseos, en fin, de hogar.
Sin embargo, al poco tiempo, los tambores de la jungla empiezan a sonar. En el trabajo es cierre de año y tienes un altero de presupuestos que revisar o tareas por concluir. En la calle, alcanzas a escuchar a una señora que presume de haber terminado de comprar hace tres semanas, todos los regalos.
En cambio tú, apenas acabas de empezar, y todavía tienes una lista de cuarenta y nueve regalos que comprar, envolver y mandar. Tienes la presión de decidir con quién se pasa la Navidad. ¿En tu casa? ¿Con tus papás? o ¿Con los suegros? No quieres terminar como tu amiga que año con año tiene que cenar en Navidad ¡dos veces! A las siete de la noche en casa de sus suegros y acabando de cenar, la familia entera sale disparada para cruzar la ciudad y llegar a cenar con sus papás ¡otra vez!
Y en ningún lado pueden despreciar la cena porque ¡los papás se sienten! Hay que comprar tarjetas, terminar de decorar la casa y tus hijos te piden regalos para sus maestras. Esto significa otros quince regalitos y tu tarjeta de crédito esta apunto de explotar. Total, que para cuando llega la Navidad, el día 24, tu estas ojerosa, exhausta, desvelada, ya gastaste mucho, comiste mucho y además por las prisas, terminaste dando regalos inapropiados.
Re-lá-ja-te, es lo que me digo una y otra vez. La Navidad la celebramos una vez al año, y la debemos disfrutar como lo que intenta ser. Una fecha llena de amor, de paz, en donde con gusto, todos nos reunimos. ¡Tantas semanas de preparación! De correr, de estrés, ¿sólo para ver a nuestro hijos abrir regalos con frenesí, comer como lobos y terminar dormidos sobre el plato del postre? ¡No puede ser! Esa no es la Navidad que queremos transmitirle a la siguiente generación.
¿Qué podemos hacer? Revivir las tradiciones, es una manera de darle significado a la Navidad y contrarrestar el materialismo. Aunque con menos tiempo, nos toca a los adultos esforzarnos y hacer lo mismo por los niños que en su momento, nuestros papás hicieron por nosotros. Juntos poner el árbol, montar el nacimiento, en fin. Detalles que desde nuestra visión carecen de importancia y para el mundo de un niño significan todo.
Una rica cena hecha de recetas familiares siempre es memorable. Sin embargo, una mesa perfecta, un menú maravilloso o un árbol de navidad de concurso, nada tiene que ver con, si la familia disfruta o no, de estos momentos. Si la casa esta preciosa pero tu estas exhausta, de mal humor o hecha un manojo de nervios, todo pierde su sentido. Alguna vez escuché decir que el mundo se divide en dos, en egoístas y generosos. Así mismo, podríamos decir de los hogares.
En los generosos, la familia sabe desprenderse de ella misma y centrar su atención en los demás. Por lo que es importante hacer conscientes a nuestros hijos del valor de la generosidad y de los privilegiados que son. Enseñarlos a que junten ropa, comida y juguetes para dárselos a otros niños y, de ser posible, que los entreguen personalmente para que así, puedan tener una perspectiva de quien lo tiene todo y de quien no tiene nada.
Así mismo, motivarlos a que destinen un poco de sus ahorros para comprar regalos a sus hermanos y abuelos. Esto comienza a hacerlos conscientes del espíritu de dar, que al fin y al cabo es de lo que se trata. En fin, cuando sientas que las prisas te consumen y estas a punto de perder la perspectiva de la celebración, respira hondo varias veces y recuerda lo que de verdad significa la Navidad, y lo que quieres que tus hijos recuerden de ella. Ojalá y que esta noche del 24 de diciembre en nuestra casa se sienta la alegría de ser un verdadero hogar, un pedazo de cielo, que nos acerca y acoge alrededor de una hoguera, para que cada miembro de la familia pueda decir de corazón: ¡Qué a gusto se esta aquí!