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Homosexualidad y prostitución/Diálogo

Yamil Darwich

En las últimas fechas, noticias de escándalo han conmovido a la Comarca Lagunera, particularmente las diferencias entre las autoridades de Torreón, Coahuila, con las minorías que declaran su condición de prostitución, homosexualidad y/o lesbianismo. El mismo problema ha hecho eco en Gómez Palacio y Lerdo, Durango, haciéndose un tema de especial interés y actualidad.

Tan pronto como el licenciado Guillermo Anaya Llamas tomó las riendas del Municipio de Torreón, declaró su intención de reactivar la zona centro y entre otras cosas combatir la prostitución y homosexualidad, buscando rescatar esa parte de la ciudad que por las noches se ha transformado en una macro zona de comercio carnal. Usted recordará el resultado: por diferentes causas, entre ellas la falta de sensibilidad política, la primera reunión del cabildo se transformó en una sesión de “Table Dance”, actividad con fuerte olor de orquestación política.

El problema se agudizó con declaraciones de funcionarios públicos que no supieron medir las consecuencias de sus expresiones en los medios de comunicación, provocando lo que menos pretendía el Presidente: el deterioro de sus primeras acciones, la politización del problema social y el consecuente entorpecimiento de las actividades tendientes a recuperar la zona centro para la ciudadanía y los usos que le corresponden.

Para nadie es desconocido que tan pronto llegan las primeras sombras de la noche aparecen las prostitutas, que no son controladas de forma alguna, incluida la sanitaria, a quienes se suman homosexuales que vestidos como mujeres sorprenden a los incautos. Aún más, ya obnubilados por el alcohol, algunos de esos parroquianos bailan con ellos y ellas en antros expendedores de bebidas alcohólicas, igualmente mal supervisados, y hacen citas que muchas veces terminan en pleitos y agresiones físicas en hotelillos de paso, los que abundan en la zona, que tampoco respetan regulación ni tienen control alguno.

Indiscutiblemente que los grupos minoritarios de prostitutas y homosexuales han sido tratados muy injustamente a través de la historia del mundo. Son siglos y milenios de maltrato, que han dejado honda huella y una profunda tradición cultural en cuanto a juicio valoral de tales comportamientos humanos.

Las prostitutas son citadas en todas las culturas del mundo, como mercancía sexual y como seres infrahumanos que son sujetas de comercio. De los antecedentes más antiguos podemos citar las narraciones de la compra de tales personas que hacían los fenicios, a cambio de tinajas de aceite y vino, o las tentaciones a que fueron expuestos distintos patriarcas de las religiones mesiánicas, incluido el propio Jesús, a quien le presentaron en baile erótico a la famosa María Magdalena.

Los homosexuales son agredidos por la sociedad, al considerar que tienen actitudes de relación humana “desviada”, en contra de los valores establecidos. Baste citarle el libro Levítico, en que los judíos reciben la enseñanza de Levi en relación a la homosexualidad: “No te acostarás con varón como con mujer, es abominación. (cap. 18:22), o el caso de David que le dice a Jonatán: “angustia tengo por ti, Jonatán, hermano mío, cuán dulce fuiste conmigo. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres” (II Samuel 1:26). Desde luego que estos escritos se prestan a discusión y afirmación o negación del sentido de las palabras, según la interpretación del contexto histórico y social en que fueron escritas, tema que no nos corresponde ahora.

A partir de entonces, en toda la historia del mundo han sido señalados los homosexuales como “culpables morales y sociales”, hasta llegar a nuestros días en que luego de siglos de recriminación, han reaccionado ante las difamaciones y hasta maltrato psicológico y físico, organizándose para luchar por lo que a su punto de vista les parece su derecho.

Indudablemente que la prostituta y el homosexual son personas históricamente repudiadas, denigradas, maltratadas, menospreciadas y subestimadas por la sociedad; también es cierto que hoy en día la discusión científica se ha transformado y las posturas ideológicas y morales se han repensado ante la gran posibilidad de que existan factores genéticos heredados que sean factores predisponentes al gusto por personas del mismo sexo. La prostitución, desde hace mucho tiempo la hemos aceptado como una enfermedad social, pero de los grupos humanos en sí mismos (de todos, también suya y mía), no solamente de las mujeres que son sometidas a las más grandes de las vejaciones humanas.

Hoy en día la prostituta es reconocida como víctima y el homosexual como uno más de los distintos sexos psicobiológicos y sociales que pueden presentarse en los seres humanos (la sexología habla hasta de seis diferentes). Sin embargo, la propia sexología moderna continúa afirmando categóricamente que “el derecho de cada individuo no puede ir más allá del derecho de los demás”. Como dijera el sexólogo Álvarez Gallou: “Mi derecho sobre mi sexualidad termina donde empieza el derecho de tu sexualidad”

Como en otros casos, ambos grupos minoritarios han sido manipulados por partidos políticos que los apoyan en sus luchas de justicia humana, buscando contar con sus simpatías y votos, sin pensar y repensar lo bueno y lo malo que pueden tener las distintas actitudes tomadas ante el estímulo que les dan, invitándoles a “salir de las cuevas” como dijera el actor de comedias César Bono, exponiéndolos al escarnio social y la renovada agresión de los demás, sin ofrecerles alternativa alguna de protección y cuidado; dicho en otras palabras: abusando de sus necesidades humanas para beneficios partidarios.

Cuando Carlos Román Cepeda ocupó el cargo de Presidente Municipal, logró desintegrar la denominada “Zona Roja o de Tolerancia” de la ciudad de Torreón, Coah., desatándose discusiones sobre lo bueno o malo que había sido la medida para la ciudadanía, unos afirmando que su existencia era totalmente anticonstitucional y un centro de grave vejación humana, con alto índice de criminalidad; otros, utilizando el mismo argumento en contra, asegurando que “al menos así estaba controlado y delimitado el problema social”. Con el tiempo vino el olvido, sin que hubiera una clara definición de lo mejor. En todo el mundo la discusión continúa y no hay tampoco decisión definitiva sobre el tema.

Lo cierto es que el principio del derecho al respeto de los demás sigue siendo válido, de tal suerte que no se puede permitir que se viole, máxime cuando se trata de menores o de personas que no están en el completo dominio de sus facultades, que sean sorprendidos por homosexuales vestidos de mujer o prostitutas oportunistas.

Mucho deben trabajar los profesionales de la actual Administración del Municipio de Torreón, buscando alternativas que les permitan recobrar la seguridad y tranquilidad de la zona centro, que ciertamente es comercial, pero de mercancías lícitas. También es cierto que se debe velar por el respeto de unos para con los otros, incluidos los de los grupos minoritarios de homosexuales y prostitutas; ellos también deberán comprender su responsabilidad de respetar los valores sociales y humanos de los demás, evitando provocar el escándalo público y pensando en el derecho de las mayorías. Tema muy difícil de tratar, más difícil de decidir y sin embargo habrá que atenderlo. ydarwich@ual.mx

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