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Hora cero/“Hombres de bien”...

Roberto Orozco Melo

No estoy por los hombres de bien, y aunque esto dicho así de golpe y porrazo parece una herejía, no acabarás de leer este artículo, amado leyente, sin que estés conmigo. Los hombres de bien han hecho más desatinos que los pícaros, porque a estos todo el mundo se les echa encima, y a los otros todo el mundo los deja estar, perdonándoles sus necedades y disparates. Porque eso de hombre de bien encierra otra idea que si no es estrictamente la de tonto, se le parece mucho; y entre los tontos y los que se les parecen, echan a perder el mundo y jeringan a todos los que vivimos en él.

Los tales hombres de bien tienen carta blanca para hacer lo que les ocurre, de manera que para ellos siempre está el mundo en estado de sitio, o a lo menos de guerra, que por lo dicho en el Congreso veo que no es lo mismo, y ellos revestidos de facultades extraordinarias cuyos límites ni aun ellos mismos saben a punto fijo. Si es verdad, como pretenden algunos, que el mundo se ha echado a perder, es preciso confesar que nuestros abuelos lo pasarían muy mal porque en su tiempo abundarían más los hombres de bien, y yo tengo para mí que el pasarlo mal en el mundo está en razón directa de los hombres de bien que hay en el mismo.

¿No has visto, lector mío, algún ministro que equivocando la profesión se sentó en la poltrona para dar qué reír a los hombres sensatos y qué llorar a muchas familias? Repasa tu memoria y no dejarás de topar con alguno, porque entre tanto ministro como ha administrado esta nación de seis en seis años, los ha habido de todos pelajes.

Si el ministro era de Hacienda, ha contraído deudas sin pagar a nadie y sin dejar dinero en las arcas, aunque parezca imposible contraer deudas con semejantes métodos; ha barajado todo el papel de crédito, ha desordenado el poquísimo orden que había en la administración, y ha concluido por dejar más acreedores que hipotecas.

Si ocupó la poltrona de Gracia y Justicia, recetó el tomar aire a todos los jueces, creó plazas o las suprimió, se olvidó de la justicia para hacer gracia a un amigo, dejó a un lado la gracia prometida, para ajusticiar a más de un prójimo, y diviertiéndose con esas dos palabras anduvo trocándolas una por otra, como se truecan acá los nombres de patria y de panza, de nación y de bolsillo.

Pues no digo nada si el ministro fue de Gobernación. Creó, por ejemplo, jefaturas políticas, (disfrazadas de delegaciones federales) que no dudo que son muy buenas pero cuya utilidad no se ha notado todavía; hizo planes de enseñanza sin haber enseñado nunca, y en fin gobernó el país de modo que después de seis años está como puede ver el curioso que vuelve los ojos a cualquier parte. En verdad no han faltado hombres que lamentándose de esas cosas se han franqueado con otros hombres diciendo: este ministro no hace más que desatinos; ¿ha visto usted qué real orden? ¿ha visto usted qué reglamento? ¿Usted ve qué plan éste? ¿Cómo se pueden leer sin coraje esos proyectos descabellados, esas traslaciones, esas nuevas creaciones, esa postergación de hombres útiles e inteligentes? Ya lo veo, contesta el otro; es verdad, todo es cierto, se queja usted con razón; pero crea usted que ese ministro tiene la mejor intención del mundo, no sirve a ningún partido, no yerra por malicia, y todo se le puede perdonar sólo porque es un hombre de bien. ¡Malditos sean tales hombres de bien!

Viene un diputado al Congreso, y sin saber el abecé de la política, ni haber saludado el derecho, ni entender una jota de Estadística, ni una pizca del arte de la guerra, habla por los codos, da batallas, redacta códigos, establece relaciones con otras potencias, y mientras usted, leyendo las sesiones, se da a todos los demonios al topar con tanto desatino, el prójimo que tiene usted al lado sale a la defensa del representante de una provincia y le dice a usted: yo conozco mucho a ese diputado, es un buen patriota, ama a la Nación más que a su familia, lleva un fin recto, porque le aseguro a usted que es un hombre de bien. Yo abomino de esos hombres de bien. En la cofradía de escritores públicos hay también en qué escoger como entre candidaturas. Ya todos ustedes han visto que en los periódicos se han dicho disparates de a folio, y aun tengo para mí que se continúan diciendo. (.....) Quizás yo mismo he cometido todos esos pecados, y sin embargo aseguro a ustedes que soy hombre de bien. ¡Mal año para tales hombres de bien!

No quiero semejantes hombres de bien. Un pícaro, cuanto más pícaro mejor, con tal que gobierne bien, batalle bien, juzgue bien, escriba bien, recete bien, pedimente bien, encuaderne bien, etc., etc. Eso, eso, el hombre de bien que no es más que hombre de bien no sirve para maldita cosa.

Aclaración: Como usted, querido lector, habrá adivinado por la sintaxis del texto, este artículo no lo escribí yo. Lo publicó el genial periodista don Juan Cortada, y se publicó el siete de noviembre de 1839. Cortada era catalán y escribíó entre 1838 y 1868 con los seudónimos “Aben-Abulema” en el Diario de Barcelona y de “Benjamín” en el Telégrafo y La Imprenta. Perdón por no advertírselo desde el principio, mas estuve seguro de que no habría notado diferencia alguna entre la situación social y política que Cortada censuró en la nación española durante aquellos años y la que hoy vivimos en esta antigua Nueva España que hoy se llama México. Qué cosas: en la política todo es lo mismo que antes y nada se arregla...

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