Nuevo León vive en estos días su campaña electoral para elegir gobernador.
La actual administración pertenece al Partido Acción Nacional y los candidatos del PAN y del PRI son respectivamente Mauricio Fernández y Natividad González Parás. Hace seis años Fernández perdió la elección interna de su partido ante Fernando Canales Clariond; Gonzáles Parás, por su parte, resultaría derrotado por el mismo Canales en la elección constitucional. Desde la Secretaría de Economía del gobierno foxista Canales disfrutará ahora la confrontación de sus dos víctimas, mientras cruza los dedos para que su partido lo nomine candidato a la sucesión presidencial del 2006.
Los comicios tienen, por otra parte, un significado de revancha para el Partido Revolucionario Institucional. Hace casi seis años, cuando el panista Fernando Canales Clariond alcanzó su viejo sueño de gobernar a Nuevo León ya habían discurrido setenta años de gobiernos priistas consecutivos.
Algunos fueron acendradamente revolucionarios; otros sólo fingían ser priistas de labios afuera. Era explicable dado qué,: por sus características de sociedad industrial, la mayoría ciudadana de Nuevo León ha sido clásicamente conservadora.
Los empresarios de Nuevo León y quienes de estos dependían, reaccionaban con categoría y distancia cuando el poder público era controlado por priistas; no obstante establecían transitorias alianzas con los tres niveles de gobierno en una actitud de convivencia respetuosa y pacífica que esperaba, ni más ni menos, la contraprestación de un buen trato a los intereses económicos de quienes estaban fuera del gobierno.
Nacionalmente ya empezaba a ser tangible la preocupación del gobierno estadounidense por el mítico estado democrático que regía en México y la consecuente persistencia de un interesado proteccionismo legal para las clases populares, especialmente hacia los trabajadores y sus sindicatos. Los gobiernos priistas amparaban y beneficiaban a los capitanes de la inversión privada sólo si los intereses de los factores de la producción no se contrapunteaban notoriamente; en este caso la autoridad laboral decidía a favor de los más necesitados. Dijera lo que dijera la ley, los obreros eran muchos y el PRI necesitaba sus votos.
La derechización política de la sociedad fue ordenada desde la mera punta de la pirámide autoritaria: la Presidencia de la República. Practicante católico de misal y confesionario, Miguel de la Madrid promovió la satanización del PRI, alentó las más deleznables candidaturas para los cargos de elección, designó sucesivamente a varios líderes políticos, cuyo común denominador era la lenidad, en la dirección nacional de ese partido y apuntó su dedo electoral hacia Carlos Salinas de Gortari, quien se iba a encargar del resto: captar a los Obispos del país para que favoreciesen sus propias ambiciones políticas, ofreciéndoles a trueque las relaciones diplomáticas con el Vaticano y la derechización de la vida política nacional. Fuera lo que fuera, don Carlos sabía honrar sus compromisos: No cumplía el primer mes de estancia en Los Pinos y ya había entregado al PAN la gubernatura de Baja California Norte.
El proyecto resultaba claro: el PRI debía perder paulatinamente las elecciones estatales del Norte, hasta que sólo hubieran gobernadores de Acción Nacional en las entidades ubicadas en la franja fronteriza con Estados Unidos. Si el PAN lograba gobernar en Baja California Norte, Sonora, Chihuahua, Durango, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas por más de un sexenio Estados Unidos conseguiría una septena de aliados incondicionales ubicados en una posición geográfica estratégica. Aumentaría el kilometraje cuadrado del territorio estadounidense y aún se podría hacer creer a los incáutos mexicanos que éramos independientes y soberanos.
Desde entonces, el sueño monroísta ha fallado en la propalada estrategia política. Sólo tres gobernadores, de los siete que gobiernan a las entidades norteñas, son miembros del PAN y quizás Nuevo León cause baja antes de que termine el presente año. Quienes conocen la entraña del vecino estado afirman que el candidato del PRI, Natividad González Parás, mantiene un pequeño chance de triunfo frente al panista Mauricio Fernández; pero hay algo más: los expertos en opinión pública señalan que por vez primera en la historia política de Nuevo León el pueblo va a recibir con gusto a cualquiera que gane, siempre que sea del PAN o del PRI.
No se alegren mis lectores, pues ésta predicción quizás no constituya un signo de madurez política en la sociedad nuevoleonesa sino la dolorosa evidencia de qué, en materia de política conservadora, dá lo mismo a los ciudadanos el partido tricolor que el blanquiazul. En realidad, desde hace mucho los dos partidos traen revuelta su ideología...