Hoy celebra su 74 aniversario el Partido Revolucionario Institucional. Fue fundado en un día igual a éste como Partido Nacional Revolucionario, pero diez años después, obra de la reconversión política que la Revolución convirtió en un arte cambió su nombre a Partido de la Revolución Mexicana.
Los cambios no fueron sólo en su denominación, pues también su ideología política original sufrió drásticas metamorfosis. Aquel frente político nacionalista, arraigado en las profundas necesidades y demandas del pueblo, que fuera frenado en los cuarenta por el gobierno del general Ávila Camacho, y un sexenio después el de Alemán resultara neutralizado bajo ópticas color de rosa de interpretación jurídica a las conquistas sociales, hoy deviene mezcla móvil, insabora, incolora, maleable y despersonalizada que abusa el marbete PRI, que tanto abriga la lucha social de camisa roja, como solapa, protege y defiende el interés económico sustantivo de las clases más opulentas.
Habría que leer la Declaración de Principios diseñada por los organizadores del Partido Nacional Revolucionario al momento de la convocatoria nacional para la formación de esta organización política.
Señalaba que el PNR “se comprometía a luchar por “la libertad del sufragio y el triunfo de las mayorías en los comicios” También se prometía a lograr el pleno cumplimiento de los artículos 27 (propiedad social de la tierra) y 123 (protección a los derechos laborales) de la Constitución de 1917 pues consideraba que los obreros y los campesinos eran “el factor social más importante de la colectividad mexicana”.
En congruencia, establecía con carácter fundamental “la lucha de clases y el cumplimiento de las leyes como garantía de los derechos del proletariado” También señalaba que la enseñanza debía fortalecer la conciencia de nacionalidad a partir de factores étnicos e históricos; ponía a la colectividad por encima de los intereses privados e individuales; proponía el fortalecimiento de la industria, a base de fortalecer la que estuviera basada en capitales mexicanos o extranjeros, pero que estuvieran (ubicadas) en México y organizar a los pequeños industriales para defender su posición contra la competencia de la gran industria; el documento hacía una defensa del ejido y convocaba a repartir las grandes propiedades; planteaba la necesidad de mejorar la red ferroviaria, construir caminos y restablecer y preservar el orden en la economía nacional, al igual que en la hacienda de la República, a través de las definiciones clásicas de producción, circulación y consumo.
La proyección política del Partido Nacional Revolucionario, elaborada por Basilio Vadillo, proponía una estructura vertical con comités municipales y estatales y un comité directivo de nivel nacional que estuviera integrado por representantes de los partidos locales, quienes
elegirían al Comité Ejecutivo Nacional. El PNR se proponía con características de confederación pues subsistirían cuantos partidos municipales, regionales y estatales existieran, previa afiliación. Se postulaba como lema el de “Instituciones y reforma social”.
Pero del dicho al hecho había mucho trecho. Los organizadores, presididos por Plutarco Elías Calles, Manuel Pérez Treviño y Aarón Sáenz, soslayaron el factor humano y político; así, lo que en principio parecía constituir un ejemplo de unidad, se convirtió en una cena de negros. Los partidos estatales y los frentes nacionales se dividieron ante la inminente renovación de los poderes federales y negaron su esfuerzo al proyecto que, alentado por la fuerza del grupo Sonora el cual, apoderado de la Presidencia de la República y el control del Ejército, siguió adelante.y a las 12 horas con 20 minutos del cuatro de marzo se hizo la declaración formal constitutiva del Partido Nacional Revolucionario.
Lo que vino después fue obra del autoritarismo de cada presidente de la República. Lázaro Cárdenas instauró el socialismo casi como religión de Estado; pero después Manuel Ávila Camacho se declaró católico y tendió un puente de cordialidad entre el gobierno y los sobrevivientes de la guerra santa, más conocida como cristera; poco más tarde Miguel Alemán inauguraría el civilismo y distendería hipócritamente las relaciones entre la Iglesia y el Estado; después los subsiguientes jefes de Estado pondrían, cada cual, su impronta renovadora al gobierno hasta llegar a 1988, cuando Carlos Salinas de Gortari mandó al diantre a la Revolución Mexicana, se afilió a las prácticas del comercio mundial y comprometió el destino de los mexicanos. Luego vino el triunfo de Vicente Fox bajo el amparo del partido Acción Nacional.
Ahora, henos aquí gobernados por “la pareja presidencial” en la inminencia de constituirnos estado libre asociado, uno más, de la mayor potencia militar y económica del mundo aunque “estado asociado” sin el “libre” sería un calificativo más certero y a punto de entrar a una guerra destructiva de la que no sabemos cuáles serán sus consecuencias finales.
Finalmente, nadie creerá en el futuro que México haya podido cambiar tanto, en un tiempo tan breve, menos de una centuria; pero así va a ser. Y quizás nosotros lo veamos, por desgracia...