El país sufre el embate de una deflación no reconocida por las autoridades, pero existente. Cuanto recuerdo hoy la definición del maestro Antonio Guerra y Castellanos, válida para mis lejanos días universitarios:
“Inflación es cuando un huevo cuesta un peso; deflación es cuando un peso cuesta un... ojo de la cara”. Si existe alguien que descrea la relación entre la política y la economía, bastaría considerar lo que pagamos por sólo haber puesto nuestros pies en el dintel de la democracia. A tres años de la elección presidencial del año 2000, aterroriza comprobar que la mayor parte de los mexicanos se equivocó al elegir y por tal error penamos ahora los que votamos diferente. No obstante, el uso democrático obliga a que las minorías acatemos la voluntad expresada en las urnas por la generalidad de los ciudadanos. Aparte de los recursos fiscales dilapidados en partidos y procesos electorales, en comisiones de derechos humanos y en las leyes de transparencia habría que valorizar el costo psicológico de la desesperanza en la sociedad.
Organizar elecciones democráticas viste mucho al país y cuesta una millonada, pero eso a los partidos políticos los tiene sin cuidado: tornan a hacer las mismas transas con los mismos transeros y a un mayor costo.
Mantener la comisión nacional y las comisiones estatales de derechos humanos coloca galas de civilidad a nuestra República, aunque nos cueste otra millonada y las violaciones a las garantías humanas y sociales sigan siendo cosa de todos los días. Lo que importa al pueblo en el trabajo de estas comisiones no es que denuncien los hechos y recomienden su reparación, sino que apoyen la conformación de una cultura de respeto a la ley en las autoridades y en la sociedad.
Al inaugurar una ley de transparencia para informar al pueblo, se instaló una estructura burocrática onerosa y la transparencia se volvió opulencia en un país que apenas come; y donde nadie tiene la voluntad de informar nada ni poco sobre los intereses públicos que maneja. Todos estos marbetes de civilidad democrática, humanista y transparente cuestan miles de millones de pesos al pueblo, con relativos resultados.
En cambio existe una auténtica desesperación famélica en las familias de las clases media y baja. El sueldo que devengan los que por suerte trabajan, resulta insuficiente para enfrentar cualquier gasto vital. Quienes están en paro obligado se mueren de hastío en las plazas públicas. Ellos no esperan atenciones ni crédito de los bancos, pero son acechados por las casas de préstamo, las cajas de ahorro con vida breve, los agiotistas subrepticios de ocho por ocho cada ocho y su propia tentación de obtener dinero prestado, aunque sepan que quizá no lo pagarán.
Hay en México mucho desempleo, así presumamos de ser un país democrático. La primera razón democrática es, por principio, la igualdad entre los hombres.
Late así mismo una amplia necesidad colectiva, ante la cual no se conmueven las organizaciones de derechos humanos. Y existe el hambre, que se evidencia en los vientres y aparatos digestivos de los pobres: más translúcidos que las intenciones de los órganos de transparencia que ahora estrenan presupuesto.
El postrer gobierno del “desarrollo estabilizador” encabezado por Gustavo Díaz Ordaz, mantuvo el índice del crecimiento económico en un encomiable siete por ciento, igual que los gobiernos precedentes. Hoy no sólo hemos parado de crecer: decrecemos fatalmente cada año que pasa. Esto resulta pésimo para el presidente en funciones y para el país que inicia una emergente renovación de diputados en el Congreso de la Unión. Ningún partido mantiene la suficiencia necesaria de curules para impulsar las reformas legislativas que urgen. La angustia se agrava si el Presidente Fox decide conservar el quietismo que enseñó en la mitad de su gobierno: desperdiciaríamos un sexenio más en nuestra historia y la perinola del destino evidenciaría la frase contenida en uno de sus ochavos: “¡Pierden Todos!”.
El Presidente de la República tiene todavía una buena oportunidad y debería tomarla de los pelos. No sólo para negar, falsamente, que es neoliberal. Si efectivamente le preocupa el problema social debería evidenciarlo y gobernar en ese sentido, sin pretender conquistar a todos los sectores. Lo que desea la sociedad mexicana, es precisamente lo que Fox debe a los ciudadanos que votaron por él, confiaron en sus frases de campaña y creyeron en su discurso de toma de posesión. Ya no hable sobre la sucesión presidencial, ni alborote una gallera que poco necesita para cacaraquear. Conserve prudencia, mesura y aún donosura, si lo considera de buen gusto; mas no haga ruido sobre temas de alto riesgo...