Quiérase o no los mexicanos hemos ganado con la aplicación del sistema electoral democrático. Lo que vivimos antes, fue una pura simulación. Pero también quiérase o no, el viejo sistema encauzó al país en las horas álgidas de la post-revolución mexicana. Todavía no lo asumimos bien, o nos hacemos tontos para comer a puños, pero aquellos 70 años del PRI fueron parte de un necesario proceso por el cual México tuvo que transitar para llegar a alcanzar, como alcanzó, los bienes de la democracia y la civilidad, sin violentar ni destruir a la sociedad.
En la actualidad estamos sometidos a otra dinámica constructiva: aprendemos a confrontar nuestras aspiraciones electorales ante el escrutinio de los ciudadanos y a través de las organizaciones llamadas partidos políticos. Es decir: nos educamos para pelear con ideas y con este fin nos afiliamos a uno u otro partido en la esperanza de convencer al pueblo de nuestra ideología política y social así como de la buena intención de servirle a través de un cargo público.
Los procedimientos electorales son canales ad-hoc para ese fin, a condición de que los protagonistas de la lucha cívica tengan una pequeña idea, al menos, de que no se trata de escenificar una riña callejera que se pueda ganar por medios innobles, sino al contrario , para evidenciar que algunos pueden hacer más que otros en las funciones públicas que están a concurso.
Hoy libran los partidos políticos mexicanos una campaña electoral para obtener la mayoritaria representación popular en una de las dos Cámaras legislativas que forman el Congreso de la Unión: la de diputados; mas, según vemos en el IV Distrito Federal de Coahuila, la contienda cívica no está precisamente a la altura de la civilidad que los ciudadanos quisiéramos ver reflejada en su devenir. En lugar de un debate de altura se ofrece una controversia judicial de barandilla con feble sustentación jurídica.
No es cosa de asustarnos. Este hecho es, cuando mucho, un espejo que refleja lo que igualmente sucede en el ámbito de las campañas legislativas en la capital de la República, en algunos estados que elegirán gobernador y en la misma competencia política de diputados a lo largo y ancho del territorio nacional. Y es, ni más ni menos, el viejo pleito PAN versus PRI que vimos en el pasado siglo XX. Injurias, falacias, calumnias en vez de proyectos políticos, propuestas fundamentales ante el cambio o planes ideológicos para dar rumbo a una nueva concepción de país.
Curiosamente a cada embestida difamatoria las encuestas acusan un repunte a favor del PRI en la intención ciudadana del sufragio. ¿No será que la misma sociedad rechaza los métodos infamantes? ¿Cómo interpretar, por ejemplo, que el candidato del PRI a gobernar Nuevo León reciba una mayor cantidad de propósitos electorales a su favor, y el aspirante de Acción Nacional reduzca su campo de expectativas? ¿No es lo mismo que el PAN intentó hacer contra González Parás cuando lo acusó de la apropiación indebida de un terreno aledaño a su casa morada? ¿O las acusaciones que ha lanzado el PAN de Sonora a su adversario priista?
Es urgente una revisión de actitudes en los partidos políticos para elevar la calidad de las competencias electorales. Dignificarlas resulta inaplazable al propósito de otorgar un sentido altruista a los fines de la política y los políticos abandonen la vieja idea de acceder a las responsabilidades públicas sin una clara disposición de servicio. Hoy, igual que ayer, nuestra política podría caer en manos de inexpertos y aventureros a que ignoren la más elemental teleología de la función pública, lo cual podemos evitar quienes tenemos la específica responsabilidad de elegir a los que nos gobiernen. Las instituciones públicas dejarían de ser escuelas para aprendices o nidos de empíricos. Cada aspirante a funcionario requeriría poseer un capital de vocación personal y experiencia social, política y económica antes de ofrecerse al servicio de la comunidad.
Dejen, candidatos y candidatas, las intrigas electorales; aborden, en cambio, las ideas, propongan y sustenten proyectos legislativos necesarios, planteen soluciones legislativas que favorezcan la seguridad pública, que eliminen la pobreza, que vigoricen la economía, que perfeccionen la educación pública. Ese será el trabajo a desarrollar en los próximos tres años del Congreso Federal. La politiquería es lo demás. Y lo demás, es lo de menos...