Una encuesta reciente sobre asuntos públicos evidencia dos hechos reales: 1) A los ciudadanos coahuilenses les importa muy poco la actividad política y 2) La credencial de elector es más importante como identificación oficial fidedigna que como legitimación de la calidad ciudadana para el ejercicio del voto. El 95 por ciento de 500 encuestados declaró paladinamente que ignoraba los nombres de los actuales representantes populares. En otra muestra un alto porcentaje declararía que desconoce el número de su distrito electoral federal y la ubicación de la casilla que le corresponde.
Obviamente, ninguno de los partidos políticos registrados ha educado a la ciudadanía en la actividad cívica; ningún protagonista político ha inquietado la conciencia del pueblo, tampoco ha estimulado su interés cívico y menos ha despertado su ambición por un país mejor.
Otra reflexión surge ante las encuestas: Si los partidos políticos con registro carecen de interés en coptar la solidaridad de los electores mediante la difusión de sus proyectos ideológico y político, ¿para qué gasta el gobierno tanto dinero fiscal en sostener la aparatosa burocracia y publicidad alrededor del sistema electoral?
La mayor parte de los mexicanos sensatos dudan que los partidos hayan influido en el desarrollo de la emergente política mexicana y sean promotores de la democracia. Al revés, piensan que las organizaciones políticas se dejan llevar por la corriente de los cambios, tal como vengan, con tal de constituirse en gozosos receptores de sus beneficios políticos y económicos.
Hoy podemos observar los afanes de algunos aspirantes a las candidaturas de sus partidos, pelear las siete diputaciones coahuilenses en la anfractuosa ruta de la mayoría relativa. Hay quienes anuncian su deseo de participar en elecciones internas de sus partidos para ganar una postulación legitimada por sus co-militantes; pero otros, comodinos, buscan el facilón expedientillo de la representación proporcional, un privilegio que reservan las dirigencias partidarias para quienes buscan el clásico “dedazo” de los viejos tiempos del PRI, vía las diputaciones plurinominales, en vez de arriesgar su imagen, dinero, tiempo y esfuerzo en una campaña dirigida a convencer ciudadanos y obtener la representación popular por el voto. Vienen días en que los partidos políticos sacudirán su pereza entre comicios para instalar una versión de mercado persa donde van a recibir currículas personales, propalar acuerdos, negociar promesas y revisar ––hasta donde los compromisos lo permitan–– la fama pública de los aspirantes, antes de entrar en el campo tenebroso de las decisiones finales.
Una vez designados los candidatos vamos a soportar el ruido de las campañas, barullo público que durará unos breves meses. Los habitantes de las poblaciones nos intoxicaremos con la repetición constante e infinita de los nombres de los candidatos: los escucharemos en la radio, los veremos en la televisión, los leeremos en los periódicos; encontraremos sus rostros sonrientes en los espectaculares callejeros, en los gallardetes que colgarán de los postes del teléfono y la energía eléctrica, en los arbotantes del alumbrado público y, si mucho nos apuran, hasta en las torres eclesiásticas, pues ahora ya se ve: andamos todos revueltos, aunque no juntos. Veremos en la arena política al Partido Revolucionario Institucional, acreditado como auténtico partido, hoy defenestrado del Poder Ejecutivo Federal y en arduo trance de defender, con uñas y dientes, las áreas de influencia política que conserva. También estarán el Partido Acción Nacional fundado en 1939 por iniciativa del licenciado Manuel Gómez Morín y el Partido de la Revolución Democrática, que ha permeado en el ánimo de la ciudadanía menos que el PRI y el PAN. El resto de los, no sé cuántos, partiditos de mínima expresión no importan a los fines de este artículo, ni a ningunos otros... Anécdotas de nuestra folklórica vida política que nacen, desaparecen y tornan con otro nombre entre una y otra elección, constituyen bolsas de empleos políticos que explican lo oneroso del sistema electoral democrático.
Los resultados electorales del 2002 revisten importancia, tanto para la Nación como para el Presidente de la República. Si el PAN, partido en cuyas manos está el Poder Ejecutivo, obtiene la mayoría de las curules México podrá ver realizado el proyecto del cambio estructural que tanto desvela al señor Fox. Si el PRI logra tan ambicionada mayoría, el país ocupará otros tres años en dimes y diretes...
Lástima, oh diletantes, que la obertura para esta opereta descompautada sea el griterío de la calumnia, imputaciones falaces y pérdida de tiempo para los flamantes presidentes municipales panistas, que podrían tener mayor crédito público por hacer obras públicas y ejecutar actos de autoridad para el buen gobierno de sus municipios en vez de acusar con vociferante alharaca pública, pero sin evidencias, a sus antecesores priistas.
Bien que la opinión pública se nutra del escándalo, pero ¿no habrán advertido los señores dirigentes del PAN que esa señora muestra claros síntomas de empacho?