El escándalo de moda en los medios de comunicación lo protagoniza el Arzobispo y Cardenal mexicano Juan Sandoval Íñiguez, sucesor en ambas dignidades del señor Juan José Posadas Ocampo, quien resultó muerto, no se sabe si de modo intencional o accidental, en el supuesto encuentro de dos bandas criminales de la especialidad narcotráfico, en el aeropuerto de Guadalajara hace ya varios años.
Lo cierto es que la Procuraduría General de Justicia de la República tiene ahora bajo perquisición judicial a Sandoval Íñiguez por presuntos delitos de lavado de dinero y asociación delictuosa y este hecho despierta sospecha en la sociedad. La PGR investiga sus cuentas bancarias -al parecer tiene muchas- así como sus depósitos y envíos en dólares a cuentas fincadas en el extranjero. De entrada, el problema del Cardenal es para ponerlo de púrpura subido; y así se puso, en efecto, al lanzar un contra ataque de invectivas contra los acusadores y achacar el indiciamiento judicial a la segura intervención del ex procurador Jorge Carpizo, quien algo sabe del asunto ya que la muerte del cardenal José Juan Posadas Ocampo cayó en sus manos cuando era Procurador de Justicia de la República.
Pero este lío judicial no es una guerra verbal, aunque ha sido conducida como tal. Lo que debe hacer el Procurador Rafael Macedo de la Concha es profundizar sus investigaciones para definir la responsabilidad penal que competa al miembro del Colegio Cardenalicio Romano, sin meterse más en los dimes y diretes. Ahora qué, si las suposiciones delictivas ni se prueban en forma concreta, habrá necesidad de que tal se diga públicamente, con la misma espectacularidad con que se ha acusado, y así den por concluido el expediente respectivo.
Vieja y roñosa práctica de las autoridades mexicanas es hacer señalamientos previos sobre presuntos delitos sin contar con evidencias incontestables de culpa. Así se usó en muchos casos del presente y del pasado, pues lo que se buscaba no era la prueba de los delitos, sino la degradación de los enemigos políticos. A la hora en que el procedimiento judicial ameritaba la presentación de las pruebas, los acusadores hicieron como que la Virgen les hablaba, no las exhibieron y el Juez de la causa hubo de cerrarla sin un “perdone usted”.
En el sistema presidencialista, que suponemos ya superado, el autoritarismo metió en líos judiciales, iguales a éste que comentamos, a muchos protagonistas políticos que estaban constituidos en piedras molestas en las chanclas del presidente de México. Gran escándalo público provocaron las perversas acusaciones que amenazaban la libertad y el prestigio de quienes no eran gratos a los poderosos señores de Los Pinos. Y unas pronto, y otras tardadas, muchas se desvanecieron por falta de pruebas; pero la sentencia presidencial, que no admitía recursos en contra, condenó a los presuntos responsables a la muerte civil, y por lo tanto al deceso político, que era precisamente lo que se perseguía.
El arzobispo y cardenal Juan Sandoval Íñiguez no es, por otra parte, una monedita de oro. Ha tenido actitudes levantiscas en contra de funcionarios públicos desde que se asumió vindicatario de la muerte de su antecesor en las dignidades religiosas que ahora ostenta. Sandoval se muestra ante la opinión pública como un pugilista gallón, una reacción opuesta a la esperada en quién, de alguna manera, reside el espíritu de Cristo, supremo perdonador de ofensas. Poco habrá de hacer quien busque provocarlo; pues de inmediato encontrará una respuesta belicosa. Poco le ayudan además quienes están a su lado, y de su lado, pues son sujetos de fama pública notoria pero precaria, dedicados a negocios poco recomendables, para los cuales han obtenido, según decires extra oficiales, el amparo político y la bendición eclesiástica del arzobispo de Guadalajara.
Cesar Augusto recomendaba a su esposa que no sólo fuese honesta, sino que también lo pareciera. No basta, pues, profesar la convicción de ser justos, sino evidenciarla con la conducta honesta y responsable que se espera de los justos. ¿Cómo se retrata un representante de Dios al lado de sujetos justiciables? ¿No se equipara con ellos? ¿Y cómo es que los homólogos del señor Sandoval lo defienden con apresuramiento extra lógico? ¿No deberían defender primero las elevadas razones de la Iglesia de Dios? Estamos en la tierra, pero no somos ajenos a los dictados del ser superior. Sin embargo, aquí todos estamos sujetos a las leyes de nuestro país y debemos respetarlas. Respétenlas funcionarios públicos y ciudadanos; sométanse ambos a la decisión de los magistrados judiciales con argumentaciones y evidencias de cargo y descargo. Y fallen las autoridades en justicia y razón, ajenas a cualquier prejuicio o fanatismo. Tan sencillo como esto, aunque parezca que es muy complejo llevarlo a cabo.