Fui a visitar a mi amigo Crecencio, viejo líder campesino, de ésos que daban todo por servir a sus causas. “¡Oígame, cuánto bueno por esta pobre casa!” me saludó alborozado. Y sacó dos silletas afuera del jacal para que nos sentáramos. “Háznos café, mujer” gritó hacia adentro.
Lo recordaba como un hombre fuerte, sensible, luchador; la última vez que nos vimos se había aposentado en las oficinas de la Comisión Agraria Mixta con el ánimo de mantener una huelga de hambre hasta que no se le resolviera no se qué asunto de no recuerdo cuál Ejido. ¿Qué ganas con mal pasarte, Crecencio? fui y le dije Desde aquí, ni tú, ni tu hambre, ni nadie, va a mover uno sólo de los pliegos del expediente agrario. Mejor vente a la oficina, ahí los revisamos renglón por renglón y si existe algún detalle que pueda corregirse porque esté mal sustanciado, o pervertido, corregimos lo que haya qué corregir; siempre que estemos en tiempo y forma legal de hacerlo. Anda, recoge tu cobija y tus enseres y di a tu gente que vas conmigo, que conmigo estás seguro.
El Crecencio que ahora veía ante mis ojos era otro. Tenía la pelambre llena de canas, pero en las puntas de los cabellos se notaba el color zanahoria, quizás se había hecho una luchita con alguna rústica Miss Clairol para no verse tan viejo. ¿Te caíste de cabeza en la olla del menudo? lo cuestioné en son de broma. “Ah que mi licenciado, usted siempre tan bromista” y me dió la mano abierta. Me dolió su piel de trabajador, una costra dura, rasposa y maltratada, pero noble. ¿Sigues tallando ixtle? le pregunté y contestó: “Pos qué otra cosa, para poder al menos comer” Me acordé que tenía cuatro hijos varones y tres muchachas. Los había conocido cuando Crecencio nos invitaba a comer en su casa del Ejido: Platícame, hombre: ¿No te ayudan tus muchachos?...”Uy, mis muchachos: esos andan de braceros, Dios sabe por dónde. De vez en cuando nos mandan unos pocos dolaritos, que se hacen menos porque el del tendajo me cobra comisión por cambiármelos. No son tantos, pero en algo me ayudan” ¿Y las muchachas? “Bien, trabajando. Tienen sus hijos y sus maridos. Poco aparecen por el Ejido...a veces, cuando hay tunas. Ora que mis nietas ya me dieron bisnietos y esos son el consuelo de mi compañera y mío: por ái me la paso paseándolos sobre el burrito...”
¿Cuantos años hace? le pregunté ¿cuántos desde aquellos líos de tierras? ¡Ah como nos peleamos! ¿te acuerdas, Crecencio?... “Verdad que si me acuerdo. Pero nunca nos peleamos, qué va, como que no se podía”... Pues sí, me acordé, ustedes venían de tan lejos, se hambreaban, o hacía mucho frío o calor, o se les descomponía la troca en las veredas y a veces tenían que llegar andando; y luego no siempre estábamos disponibles los funcionarios y entonces a esperar, un día y otro, y no traían sustento para aguantar, ni para pagar hotel. “Déjelos que se jodan me decía uno de los ingenieros para qué andan de revoltosos” Jódete tú, le respondía... y lo mandaba a traer tortas y refrescos para que los ejidatarios se alimentaran ahí mismo, en las oficinas. O le decía: llévalos a registrar en un hotel modesto para que pasen la noche. Después de todo, no era gracia, pues para eso éramos gobierno... ¿te acuerdas, Crecencio?
“Pos cómo no, pero ya eso se acabó, también nos acabamos nosotros: se acabó la lucha agraria, se acabaron las tierras, se acabó el dinero que nos dieron por ellas, ya los muchachos nuevos ni siquiera saben qué fue la Revolución, para qué fue, y qué fue lo que nos dio. Entre los nuestros, pocos ejidatarios andan todavía con la consigna sobre el lomo, todo se ha ido, ya ni a los mítines políticos nos invitan en el PRI, y si nos convidan, les decimos ¿a qué horas llega la troca que nos va a llevar? Los dizque líderes se nos quedan viendo muy feo y nos dicen: ¿Y de qué marca quieres la troca, carbón? ¿No te gustaría mejor un autobús con aire acondicionado?
Crecencio, mi amigo y compañero, empezó a mover la tierra del piso con los zapatos: “Acuérdese de lo que le digo, mi alicenciado: “Ya siento pasos en la azotea. Un día de estos amanezco duro como palo de mezquite, y no va a haber quién carajos le avise que me fui al cielo. Porque eso sí, yo me iré al cielo. Y desde allí voy a ver cómo se van al infierno todos esos carbones salinistas, y zedillistas, y foxistas. Y cómo les van a hacer valla los panistas y los perredistas y los ecologistas y los demás istas...Ái algún día revivirán don Pancho Madero y don Venustiano Carranza...algún día revivirá la Revolución...Haga de cuenta, mi alicenciado, que a veces pienso que voy a poner estas palabras en mi testamento.
Crecencio, viejo amigo, ejemplo de hombre buenos y de líderes combativos, se incorporó desde la silleta y tendió la mano para despedirme. “Ha de perdonar, me entró la tierra en los ojos” Lo vi en su jacal y le oí gritar con voz afónica: ¡viva Zapata!...¡Viva Villa!..Subí al automóvil y enfilé rumbo a Saltillo. Eran las seis y media de la tarde. El sol se escondía tras la sierra pintando un par de brochazos bermellones sobre el cielo azul y las nubes blancas...Evoqué los versos de Carlos Gutiérrez Cruz, aprendidos en la escuela primaria: “Sol redondo y colorado...como moneda de cobre...de diario me miras triste....de diario me miras pobre...” Contemplé, a lo lejos, entre la nopalera, el jacal de Crecencio: pobre y gris, pero muy digno. Bendito sea Dios: Hay hombres que no cambian, Ahora todos los días pienso en él, y cuando pienso, siento que me invade una misma íntima nostalgia proletaria.