De tiempo acá hemos leído algunos comentarios editoriales que cuestionan la eficiencia del actual Gobierno Federal, de los cuales no escapa el propio Jefe del Poder Ejecutivo. Acostumbrados durante los últimos 70 años del siglo XX a contemplar la ausencia de valoraciones críticas sobre el titular de la institución presidencial, no podemos sentir sino preocupación cuando la censura pública ha llegado a plantear como una reflexión necesaria la conveniencia, o no, de sustituir al señor Presidente; lo cual nos parece una un difícil problema.
Pero hemos visto los últimos sucesos nacionales un país que parece navegar sin brújula ni dirección y preguntamos con angustia: ¿Por qué al menos no exigir al presidente Vicente Fox, y a senadores y diputados de todos los partidos, que se bajen del tozudo macho que montan y lleguen a un acuerdo de gobierno que prohije soluciones prácticas e inmediatas a los problemas económicos, políticos y sociales de México?
¿Será que los mexicanos nacimos sin espíritu de cuerpo social y hemos permitido a lo largo de nuestra vida independiente que sean las clases políticas y económicas dominantes las que tomen supremas decisiones que competen a todos los habitantes de esta Nación, mientras nosotros nadamos de muertito en el río de la historia, actores pasivos, triviales e irresponsables?
Porque, finalmente, el señor Presidente nada hace en favor de nosotros. Eso sí, habla mucho, ofrece más y promete imposibles de todo jaez que después se tornan en olvidos y rectificaciones. La política económica gira en torno del Congreso de la Unión, donde los diputados se hacen bolas estudiando la legislación fiscal que regirá el próximo ejercicio y los senadores los asegundan en cuanto a los propaladas reformas energéticas que irremediablemente afectarán, dígase lo que se diga, nuestra capacidad soberana para decidir lo que a México interesa en esas materias. La política social, por otra parte, parece inexistente, pues quién la debiera impulsar tiende una sombra ominosa sobre las clases más desprotegidas con publicitadas y luego rectificadas intenciones de bajar y subir el IVA, e imponer tributos a los artículos de primera necesidad, las medicinas y los libros, sin contar los incrementos a la gasolina y a la energía eléctrica.
Y qué decir de la política internacional conducida por el Jefe del Poder Ejecutivo del país, fuente de rubor y mortificaciones para los mexicanos. No hay gira oficial al extranjero en la que nuestro presidente no experimente sus lamentables lapsus, equívocos de nombres y se esmere en adelantar vísperas sobre delicados asuntos públicos de la relación comercial con los países extranjeros, que luego deben ser corregidos y precisados por los gobiernos que visita. Fue lamentable por todos conceptos la última gira presidencial que culminó en la entrevista con el gobernador de Texas, Rick Perry, habilísimo negociador, aunque carente de toda mesura diplomática.
Perry obtuvo de Fox la promesa de pagar el agua dizque debemos a Texas, y por su parte Fox logró un descolón del gobernador Perry en cuanto a la misericordia solicitada para los delincuentes de origen mexicano que están sentenciados en el estado de la estrella solitaria: “Méxicano que cometa un asesinato en Texas contra ciudadanos norteamericanos será sujeto a juicio y condenado a la pena de muerte” dijo Perry. Vicente Fox calló y ya sabemos que el que calla otorga. ¿Qué le hubiera costado responder, al menos, que estaba bien, pero que el mismo tratamiento sería dado a los estadounidenses que cometieran delitos en México?
¿Convendría entonces promover la destitución de Fox? Menudo problema. No hemos sabido lo que representa tal contingencia política, ni queremos saberlo. No es recomendable, a riesgo de sufrir una verdadera crisis política, pues como afirma el profesor José Manuel Villalpando en su recién editada obra “La silla vacía” los artículos constitucionales 84 y 85 que norman la suplencia y la sustitución del Presidente fueron diseñados para el sistema autoritario del partido oficial mayoritario, y no para un régimen de pluralidad democrática. Si con la designación de nueve consejeros electorales del IFE los diputados acabaron tirándose virtualmente de las greñas ¿qué sucedería cuando se tratase de designar a un presidente sustituto y suplente? Como bien aconsejaba el sabio don Quijote: “Vale más no meneallo” y aguantar hasta el dos de julio de 2006, a ver por dónde soplan los vientos de la democracia...