La arquidiócesis de Guadalajara ha tenido el gozo de recibir de la Santa Sede una serie de distinciones ganadas a ley; es decir, no han constituido ninguna concesión gratuita sino que la firmeza de la fe de una parte importante de sus feligreses y la conducción firme y en muchos casos heroica de sus pastores es lo que ha llevado a la arquidiócesis guadalajarense a esa posición distinguida.
Primera sede cardenalicia en México con la elevación a esa distinción por parte de S.S. Juan XIII de su Eminencia José Garibi Rivera, ha hecho que todos sus sucesores alcancen esa distinción eclesial de ser Príncipes de la Iglesia. En este momento obispos de diócesis como León, San Juan de los Lagos, Aguascalientes fueron antes obispos auxiliares de Guadalajara y otros muchos obispos de muy diversas diócesis estudiaron en este seminario y comenzaron su vida sacerdotal en esta Arquidiócesis.
24 de los santos mexicanos estudiaron también en el Seminario dedicado a San José, el cual es en estos momentos uno de los que alberga mayor número de jóvenes encaminados hacia el sacerdocio ministerial en todo el mundo, desmintiendo el hecho de la baja en el número de las vocaciones sacerdotales que puede contemplarse en otros lugares.
Sin embargo este cúmulo de gracias para la iglesia local de Guadalajara ha sido pagado con un precio muy especial: La mayoría por no decir que todos los obispos que condujeron esta grey a lo largo del siglo XX, incluyendo al actual pastor, han sido víctimas de ataques institucionalizados, lo cual configura una forma de martirio: la persecución en razón de las ideas, en razón de los principios, en razón de la valentía para defenderlas.
Un auténtico mártir del siglo XX fue el arzobispo de Guadalajara don Francisco Orozco y Jiménez víctima también como el cardenal Sandoval Íñiguez, de acusaciones infundadas que a él incluso le hicieron tener que vivir fuera de su amada sede episcopal buena parte del tiempo en el que fue pastor de la iglesia local guadalajarense. Don Francisco Orozco y Jiménez fue calumniado, acusado penalmente de muchas infamias, perseguido, expulsado del país. Vivió muchos años en las sierras o en las cañadas amparado por ese pueblo fiel que lo amaba con fervor, al grado de arriesgar su vida con tal de salvaguardar la vida y la honra del pastor.
Pero nada de ello dominó o restó vigor al prelado, ni tampoco le hizo perder la calma, el buen espíritu, la sonrisa y la energía. Su ejemplo vivo fue seguido por su sucesor don José Garibi Rivera quien en muchas ocasiones tuvo que sustituir a Orozco y Jiménez al frente de la diócesis y posteriormente, cuando fue nombrado arzobispo y fue distinguido como primer cardenal mexicano, fue un habilísimo negociador con todas las fuerzas sociales para reivindicar en justicia, el papel de la Iglesia católica frente a un régimen político que la había colocado auténticamente en la clandestinidad.
Qué decir de don Juan Jesús Posadas Ocampo, asesinado vilmente en el aeropuerto tapatío en un hecho que ni en el período más violento de la persecución religiosa de los años veinte y treinta se vio en nuestra patria.
Y ahora hasta don José Salazar al mandar ser investigado por la PGR, 12 años después de muerto entra en esa lista de perseguidos por la justicia oficial.