Emmanuel Kant padeció la maledicencia de algunos de sus más destacados contemporáneos porque se atrevió a simpatizar con la Revolución francesa. La salida en 1793 de La Religión dentro de los límites de la Razón, provocó la ira de los militares prusianos que vieron en el libro una apología revolucionaria. Kant en vez de desafiarlos les ofreció disculpas. Pero procedió a reiterar su pensamiento y opiniones en Disputa de las Facultades y en La Paz Perpetua.
Sus adversarios reconocieron su honestidad intelectual. Cualquiera que formulase en Koenisberg conclusiones favorables a ese movimiento era calificado de jacobino y su nombre pasaba a formar parte de una lista negra de indeseables. En 1794 Kant reiteró: “El terror que hoy padece Francia es insignificante si se le compara con la infinidad de males que padeció durante el despotismo monárquico”.
Su posición no era subjetiva. Era el producto de su conocimiento de los factores que habían dado origen al penetrante movimiento social francés. También las posiciones políticas de Descartes o Spinoza surgieron en su tiempo, de sus análisis de los factores sociales contemporáneos. El primero vela por la ciudad futura y el segundo interrumpe en 1665 su Ética para ocuparse en su Tractatus Theologico-Políticus de la crítica de un proceso político, religioso y persecutorio. En él propone la aplicación del método histórico para interpretar las fuentes religiosas tradicionales. Y afirma que la libertad de pensar y hacer filosofía “no sólo es compatible con la piedad personal y con la paz del Estado, sino que al reprimir tal libertad se destruye la paz pública y la piedad”. A Spinoza se le acusaba de ateo debido a su propósito de demostrar que la Biblia no apoya la intolerancia religiosa ni la intervención del clero en los asuntos civiles y políticos.
Un clima semejante al de Koenisberg a finales del siglo XVIII se hace sentir en México cuando se habla de la Revolución cubana. Rayos y centellas caen sobre quien se atreve a decir que las estrecheces que vienen padeciendo los cubanos desde 1959 son insignificantes si se les compara con la graves males que padecieron durante los gobiernos del Prio o de Batista. O los que padecieron durante los dos siglos de despotismo monárquico, que corren de 1759 -cuando Carlos III sube al trono- a 1959 año en que llega Fidel Castro a La Habana. Cuba padece a partir de aquel año dos propósitos de dominación: el español y el británico. Triunfa el español. En seguida se desata la lucha para resistir los embates de Estados Unidos. Tres años antes de concluir el siglo XIX los gobernantes del nuevo país completaron la fase insular de la expansión territorial que comenzara en 1801 Thomas Jefferson, el tercer presidente. El 16 de junio de 1897 el presidente McKinley firmó el tratado de anexión de las islas Hawai. Para acelerarla, les explicó a los senadores que a lo largo de 70 años de virtual dependencia los hawaianos habían manifestado su deseo de permanecer bajo las benévola tutela. “La anexión no es un cambio. Es una consumación”.
El 30 de julio de 1989, al término de la Spanish American War, desatada con el pretexto de ayudar a Cuba a obtener su independencia, el mismo presidente McKinley dictó los términos del tratado de paz y exigió a España “la entrega inmediata y definitiva a Estados Unidos de las Islas de Cuba, de Puerto Rico y de Las Filipinas”.
El sábado 25 se cumplieron 20 años de la invasión de Granada por US Marines and Rangers perpetrada por el presidente Reagan. No es ocioso recordar que a lo largo de los últimos 39 años Estados Unidos ha realizado intervenciones políticas, económicas, religiosas en Centro y Sudamérica, en Asia, en el Oriente. Y el renovado ímpetu de conquista se prueba en el Creciente Fértil y en la península arábiga, a pesar de que nunca en la historia reciente había participado tan abultado número de personas en las protestas en contra de esas guerras que tienen embelesados a los jefes civiles y militares de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
La reciente decisión de senadores y diputados republicanos estadounidenses de apoyar medidas que permitan los viajes hacia Cuba evidencia que el cerco que impide el intercambio industrial y comercial de la isla con el resto del mundo fue impuesto por los estadounidenses naturalizados o descendientes de cubanos que viven en Miami. Procede que los sociólogos, los politólogos, los economistas y los internacionalistas mexicanos renueven el estudio de un proceso de cambio social, económico y político que se llevó a cabo frente a la adversidad permanente. Y el que más enseñanzas producirá para fortalecer la independencia y la democracia de las naciones que deberán vérselas con la avasalladora maquinaria política, económica, financiera, religiosa e ideológica que están construyendo Estados Unidos y la Unión Europea.