Bajo el título que encabeza esta columna editorial, El Siglo de Torreón publica en estos días una serie de reportajes sobre el creciente tráfico de drogas al menudeo en nuestra ciudad y región. Como resultado de la investigación se advierte la existencia creciente de estructuras perniciosas dedicadas a la ilícita actividad en cuestión y la penetración cultural del narco en el seno de la sociedad, sobre todo entre los jóvenes.
A lo anterior se suman los recientes enfrentamientos ocurridos en la ciudad de Saltillo entre agentes federales y narcotraficantes, que como tales encienden luces de emergencia. Ante semejante escalada que vulnera a gobierno y comunidad, es evidente la obligación que corresponde a los tres niveles de gobierno, tocante a garantizar la seguridad de las personas y los bienes de los ciudadanos.
Sin embargo no se puede soslayar la responsabilidad de otros actores empezando con la familia como célula base de la sociedad para enfrentar el reto que nos ocupa, toda vez que en el tema en cuestión, está de sobra probado que el Gobierno no puede solo. Lo anterior es evidente porque el consumo de estupefacientes y el mercado que genera, son causa y motor de la producción y tráfico.
Ante esta realidad amenazante es necesario cerrar filas en torno a nuestras autoridades, en una doble vertiente de exigencia y apoyo. A las familias y las escuelas, las iglesias de los distintos credos religiosos y a los clubes de servicio, así como a los organismos intermedios y los medios de comunicación, corresponde arrostrar esta responsabilidad compartida que urge asumir, antes de que el problema se torne irresoluble.