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Irracional

Federico Reyes Heroles

Comedia del absurdo, historia de vergüenza, exhibición de las miserias humanas. Estamos a punto de ser testigos, involuntarios quizá, pero testigos al fin y al cabo, de un acto de barbarie. La pasión enferma, el engaño y el autoengaño, pero ante todo la miopía por no decir estolidez, fijan un rumbo no sólo incierto sino de muy malos augurios. Pero quizá augurios no es la palabra indicada. Mucho de esoterismo la rodea. No, aquí la cuestión tiene que ver la racionalidad de la que tanto nos vanagloriamos en este inicio de milenio. Racionalidad en el sentido primigenio de la palabra: la obtención de ciertos objetivos por la vía más eficaz. Más allá de las coordenadas morales, la guerra contra Iraq, difícilmente se obtendrá los fines, explícitos o implícitos que se plantean los Estados Unidos.

El problema es que su fracaso nos involucra a todos. Asumamos la irracionalidad desde sus propios ojos. 1.- Acabar con las armas de destrucción masiva. Supongamos que el objetivo central fuera ese. Lo primero sería poner la mira en aquellas naciones de las cuales estamos ciertos las poseen. Sobre todo en aquellas donde impera cierto descontrol político. Los Estados Unidos tendrían que estar mirando hacia el antiguo territorio de la Unión Soviética plagado todavía de ojivas, después quizá hacia Afganistán y por supuesto tomarse en serio a Corea del Norte, que a diario anuncia sus avances. “Todos los miembros del partido y los trabajadores deben de arder con odio y hostilidad en sus corazones hacia los imperialistas estadounidenses” fue la consigna del diario estatal “Rodong Sinmun” el domingo pasado en la celebración del cumpleaños 61 de su líder Kim Jong Il. Sobre advertencia no hay engaño. Pero no, las ojivas existentes no son prioritarias sino las potenciales de Sadam Hussein. 2.- Desarmar a Iraq. Si el objetivo es ese probablemente ya se cumplió. Hans Blix y su equipo no han podido encontrar armas de destrucción masiva. Aquí los Estados Unidos ya ganaron, pues han sido ellos los que llevan una década en la línea dura. El argumento no es mío, sino Jaques Chirac.

Con otra ganaron sin derramamiento de sangre. ¡Doble triunfo! Aderezo subjetivo para la Casa Blanca: los Bush fueron actores centrales en el episodio. Quieren más garantías, sometan a Iraq a inspecciones sistemáticas como se ha planteado en el Consejo de Seguridad. No hay peor general que aquel que no reconoce sus victorias. 3.- Derrocar a Sadam Hussein. Insisto, por un momento dejemos de lado los cuestionamientos morales, parecieran no tener ningún peso. Bush hijo debería ser canonizado por lograr milagros inobjetables: convertir a un sátrapa en un héroe, todo ello ante los ojos del mundo. ¡Fantástico! Ninguna lección desprendieron de las más de tres décadas de Castro en el poder. Los bloqueos y amenazas enardecen el nacionalismo. En lugar de minar su poder desde dentro con zanahorias comerciales y democráticas provocan una furia nacionalista irracional.

El País reporta que después de doce años de bloqueo alrededor de 16 millones de iraquíes dependen del programa petróleo por alimentos de la ONU. Importan 90%. La mortalidad infantil se ha multiplicado dos y media veces en la última década.

La esperanza de vida ha caído 6 años. Los iraquíes están sangrando y aún así no logran convencerlos de las bondades de otras vías. Por algo es. En montos absolutos la inversión humanitaria internacional ha sido bajísima. La ONU ha solicitado una ayuda extraordinaria de 120 millones de dólares. Imaginemos lo que hubieran podido hacer los Estados Unidos en esta larga década con una estrategia diferente. Hussein habría salido hace muchos años. Pero no, la guerra es la obsesión. 4.- El petróleo. Sospecha generalizada, la guerra contra Iraq no les garantiza ni remotamente el control en la zona. Incluso la muy dividida Liga Arabe se inclinó por un pronunciamiento a favor de Naciones Unidas como única institución responsable de evaluar las inspecciones y en contra de cualquier acción unilateral, Qatar, Kuwait y Arabia Saudita, los más obsecuentes con los EE.UU., con tropas y equipo de la potencia dentro de sus territorios, no pueden ignorar las presiones internas. En Kuwait odian a Hussein que los invadió pero, según se reporta, el “antiyanquismo” no es menor. Contradicciones que merecen reflexión: Bin Laden es una figura popular. Derrocar a Hussein no garantiza ni remotamente el control de la zona, por el contrario podrían quebrar a sus actuales interlocutores nacionales en favor de etnias y tribus. ¿Cuál es el negocio? 5.- Unir al mundo contra el terrorismo. “La invasión de Iraq es el mejor regalo de Bush a Bin Laden” declaró el ministro libanés de cultura.

El horror del 11 de septiembre, el carácter instantáneo del suceso, generaron una reacción solidaria hacia EE.UU. Dos años después Bush ha dilapidado ese patrimonio político. El eslabón entre el terrorismo y la acción en Iraq no le queda claro al mundo. En la Unión Europea, país por país, la opinión pública mayoritariamente se expresa en contra de la guerra. La OTAN está dividida. Las grandes potencias, Alemania, Francia, China, Rusia están renuentes o son francamente contrarias. Londres, Roma, París, Atenas, Madrid, Barcelona, Sydney, pero también Los Ángeles y San Francisco fueron escenario de manifestaciones masivas contra la guerra. La coordenadas del conflicto árabe-israelí levantan furias “antiyanquis” en Egipto, uno de los países que más ayuda económica recibe de EE.UU. Incluso antes de la primera ráfaga la batalla de la opinión pública mundial la van perdiendo. La prepotencia y sobre todo la sangre unirán a los hoy impares: los españoles con los marroquíes; los turcos con los alemanes; los franceses con los egipcios. Con la primera explosión televisada los 2000 mil muertos de las Torres Gemelas comenzarán una marcha empequeñecedora en la memoria universal. Reales o imaginarias las víctimas iraquíes se alzarán como explicación evidente de la furia de Al Qaeda. Bin Laden transitaría de victimario iracundo a visionario del “Gran Mal”. Los EE.UU., a la inversa, mutarán en verdugos. El desplome de las Torres será sustituido por el nuevo horror del aplastante poderío militar en contra de los miserables. 6.- Hacia la victoria. Ni el desarme —por cierto, ¿dónde están los vendedores de las armas?—, ni la democracia en Iraq, ni el control del petróleo, ni el sojuzgamiento del terrorismo, ni la solidaridad internacional, nada de ello pareciera ser el destino de la guerra contra Iraq. Intuimos cómo habrá de comenzar. Sus consecuencias rebasan a la imaginación. ¿Cientos de Bin Ladens por el mundo? ¿Por qué no? Ceguera y prepotencia, todo menos racionalidad.

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