La transición a la democracia plena que vive nuestro país, se desenvuelve entre los extremos de la irresponsabilidad propia y el linchamiento recíproco por parte de los protagonistas de nuestra vida pública, lo que pone en riesgo el proceso referido y hasta la estabilidad de la sociedad y el gobierno de México.
La primera muestra corresponde a quienes culpan al gobierno de Vicente Fox por el alto índice de abstención y la notable baja de su partido en los pasados comicios del seis de julio, cuando la responsabilidad de uno y otra corresponden la primera a ciudadanos, candidatos y partidos y la segunda, a los miembros y dirigentes de Acción Nacional.
La irresponsabilidad impregnada de cinismo corresponde al Partido Revolucionario Institucional, que frente a los resultados se proclama vencedor al tiempo que soslaya que la votación es la más baja que obtiene el PRI en la historia reciente; que en la suma nacional de los sufragios el PRI está más de un millón de votos por abajo del PAN y que si el PRI ganó más diputaciones federales fue debido a una configuración anacrónica de los distritos electorales, rebasada por el éxodo ancestral de la población del campo a las ciudades y la apatía del Instituto Federal Electoral al respecto.
Otra voz irresponsable es la de Luis Felipe Bravo Mena, que se niega a reconocer que su gestión ha generado una estructura burocrática en el PAN, que se ha convertido en una pesada carga y en obstáculo a la vinculación de dicho partido con la ciudadanía.
Cuauhtémoc Cárdenas y compañeros, eluden la responsabilidad de haber regresado al Partido de la Revolución Democrática a su condición de fuerza política regional, como corresponde a un partido de caudillos locales.
El irresponsable manejo del asunto Amigos de Fox por parte de propios y extraños a esa asociación, pone en el banquillo de los acusados al más exitoso esfuerzo de participación ciudadana no partidista del siglo veinte mexicano y con ello, a cualquier intento similar que pudiera darse en el presente o en el futuro.
El Ejecutivo Federal no escapa a su propio desatino y afirma que su gobierno no ha cometido ningún error, que el Presidente no estuvo en campaña y por ende no es culpable ni del abstencionismo ni de los resultados adversos al PAN en las pasadas elecciones. Por añadido, el Ejecutivo lanza la voz de arranque a la sucesión presidencial, cosa que no le corresponde y con mayor razón, en la manera anticipada y prematura en que lo hace.
Esta indefinición entre lo que el Ejecutivo puede y debe hacer y lo que no, es un resabio del pasado reciente en el que el Poder Presidencial era todo, que por lo visto no hemos superado.
Otra vertiente del linchamiento del que es objeto el Presidente de la República, apunta a las “grandes expectativas generadas” por la alternancia, como si éstas debiera o pudiera realizarlas en solitario, sin el concurso de la sociedad y los partidos. Es sabido que el avance de nuestro país en materia económica y social, depende de que se lleve a cabo la reforma del poder y las reformas pendientes en materia fiscal, energética, laboral, etcétera, y tal cosa no sólo es tarea del Presidente sino del acuerdo entre el gobierno con las fuerzas políticas nacionales.
Podemos continuar los mexicanos con nuestro ejercicio perverso de irresponsabilidad propia y linchamiento recíproco. Nos hace tan vulnerables, que basta el regreso de Carlos Salinas de Gortari al suelo patrio, para generar especulación y plantear un riesgo al proceso político nacional.
Es evidente que si el acuerdo no llega y las tan mencionadas reformas no se realizan en el actual sexenio, el resultado de esta guerra civil de diatribas y acusaciones mutuas, apunta a cualquiera de estos dos escenarios: Regresa la presidencia imperial ante al fracaso de la división de poderes, o quien releve a Vicente Fox, seguirá por tiempo indefinido en el marasmo del desacuerdo y la discordia.