“La prudencia guarda en seguridad la vida, pero pocas veces la hace dichosa”.
Samuel Jonson
Este verano pasado comí con mi primo Rafael Sarmiento, hombre corpulento y brillante de 58 años de edad. Durante la comida me habló mucho de la mayor preocupación que traía en la cabeza: el cáncer que aquejaba a su muy querido amigo Popy. Hablamos también, como siempre, de política y de música. Y él, como siempre, bebió y comió con gusto y alegría.
Quedamos que nos veríamos en los próximos meses en Los Cabos, donde él daba clases en un tecnológico local y tenía un programa de radio en Cabo Mil. No pudo ser. Cuando fui a Los Cabos en octubre, a dar una conferencia, apenas tuve tiempo de saludarlo por teléfono. Optamos por vernos en México en enero, ya que él tenía planeado estar varias semanas en la ciudad.
Tampoco en esta ocasión, sin embargo, podremos cumplir la cita. Rafael falleció en la madrugada del 8 de diciembre en Los Cabos. Murió tranquilo, de un infarto, mientras dormía.
Toda muerte obliga a la reflexión y más la de una persona cercana. En esta columna dedico mucho espacio —quizá demasiado— a discutir los temas de la política y la economía. Pero a final de cuentas los asuntos fundamentales son otros: y tienen que ver principalmente con la vida y con la muerte.
La muerte de Rafael me ha entristecido. Rafael fue más que un simple primo. Con él cultivé una amistad que en ocasiones fue intensa y nunca dejó de ser profunda.
Físico por la UNAM, hombre de izquierda de toda la vida, simpatizante del PRD, Rafael era también un hombre que gozaba de la vida con intensidad. Le gustaba comer y comer bien -lo cual no es sorprendente ante la extraordinaria cocina de su madre, Queta- y le gustaba también beber bien. Durante años nos reunimos los sábados en casa de sus padres. Más tarde nos veíamos en la legendaria cantina La Guadalupana del centro de Coyoacán, donde él tenía una mesa reservada todas las semanas y a la cual llegaban -primero los sábados, después los viernes- el cineasta y comentarista de jazz Juan López Moctezuma y una corte de singulares y entrañables personajes entre los que se encontraban El Vampiro, La Rana y otros más.
Rafael era un hombre huraño a primera vista. Le costaba trabajo relacionarse con la gente al conocerla. Tenía un ácido sentido del humor y una inteligencia privilegiada que, en combinación, ahuyentaban a mucha gente.
Rafael había tenido ya un aviso hace años: un conato de infarto que había mostrado que los excesos de comida y bebida, que se mostraban en una cintura amplia que resaltaba su corpulencia, así como el tabaco, no podían dejar de tener sus consecuencias. Rafael era también un fumador empedernido.
Como todos los que sufren un aviso de este tipo, Rafael se cuidó durante algún tiempo. En mucho le sirvió haber dejado la ciudad de México para irse a radicar a Los Cabos con su mujer. Ahí vivía modestamente. Daba clases en un tecnológico y con el tiempo empezó a conducir un programa en el que presentaba y comentaba obras de música clásica en Cabo Mil, una estación de radio fundada por don Guillermo Salas, el gran radiodifusor.
La muerte siempre es inesperada y los que sobrevivimos no podremos nunca evitar el dolor que nos provoca la desaparición de un ser querido. Pero entre más reflexiono sobre Rafael en estos días más cuenta me doy de que fue un hombre que supo vivir la vida bien y, quizá, incluso escogió una muerte que se ajustaba perfectamente al tipo de vida que había tenido.
Rafael fue un buen hombre. Dejó tres hijos magníficos, Nuria, Atala y Rafael (estos dos últimos exitosos conductores de televisión). Vivió la vida como quería. Pudo incluso cambiar de escenografía vital cuando sintió que era necesario. Hasta el final mostró su gran preocupación por la gente que quería. Hoy su amigo Popy, por el que tanto se preocupaba hace algunos meses, sufre su partida.
Nunca podremos dejar de llorar una muerte. Pero hay muertes que, en lugar de hacernos llorar, deberían impulsarnos a hacer un brindis de alegría, como los que hacen los irlandeses en sus velorios. Después de todo, no importa en realidad cuánto se viva; lo realmente importante es saber qué tan bien se vive.
Contrapropuesta
Es muy fácil votar que no. Habrá qué ver ahora cuál es la contrapropuesta que presentan los diputados que se opusieron a la Reforma Fiscal. El gran riesgo es que afirmen que el Gobierno va a conseguir decenas de miles de millones de pesos en ahorros imposibles. Tendremos qué ver también si los diputados están dispuestos a hacer los recortes profundos en el gasto público necesarios ante la falta de una Reforma Fiscal. Si no han estado dispuestos a eliminar el Imcine, ¿de dónde sacarán el valor para hacer recortes más serios al gasto?
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