“Si te equivocas, reconoce el error
y cambia de conducta; todo el mundo
puede equivocarse, pero sólo los necios
persisten en el error”.
Periandro de Corinto.
Algo tenemos que hacer con Pemex. Podemos privatizarla o dejarla como empresa paraestatal pero suspendiendo el saqueo de sus ingresos. Lo que no podemos hacer de ninguna manera es mantener su actual situación, ya que estamos condenando al deterioro a una empresa que es patrimonio de todos los mexicanos.
Pemex, como todas las paraestatales, es una compañía ineficiente. Tiene, sin embargo, la suerte de operar en una actividad, la petrolera, en la cual es casi imposible perder dinero. Aun así lo pierde, pero no por ella misma, sino porque el Gobierno Federal la saquea con el fin de compensar la pésima recaudación fiscal.
Este saqueo tiene consecuencias muy nocivas: descapitaliza a Pemex y hace imposible que la empresa pueda realizar las inversiones necesarias para mantenerse al día en todos sus campos de actividad, que van desde la exploración y perforación de petróleo y gas natural hasta la producción y distribución de refinados, gasolinas y petroquímicos.
Pemex ha tomado la decisión de concentrar el poco capital de inversión que tiene en la exploración y extracción de petróleo crudo. La decisión es sensata. Cada peso invertido en esta actividad resulta mucho más rentable que los que se colocan en otras actividades. Pero esto significa que la producción en los demás campos de actividad, como el gas natural, la refinación y la petroquímica, se rezaga cada vez más.
Lo lógico en este caso sería hacer lo que hacen la mayoría de los demás países del mundo: permitir la inversión privada. Estados tan diversos como Canadá y China mantienen la propiedad pública de los recursos energéticos en el subsuelo, pero entienden que es mejor para la prosperidad de la gente que las actividades de exploración y explotación las realicen empresas privadas. En México, sin embargo, hay muchos políticos que se siguen oponiendo a esta solución tan sencilla. El resultado es que nuestra producción es insuficiente. México tiene así que importar gas natural, gasolina y petroquímicos que perfectamente podríamos producir aquí. La culpa no es de Pemex sino de los políticos, que le han puesto una camisa de fuerza a la industria de los hidrocarburos en nuestro país.
El Gobierno de la República y Pemex están tomando algunas medidas que permitirían remediar esta situación. Los contratos de servicios múltiples permitirían la inversión privada para desarrollar los enormes depósitos de gas natural de la cuenca de Burgos en el norte del país. Pero los políticos, siempre listos a destrozar cualquier intento de darle un mejor nivel de vida a los mexicanos, están empezando ya a buscar formas de detener el intento. O Pemex explota directamente esos yacimientos, argumentan, o mejor que se pudran en el subsuelo.
La verdad es que nuestro país no tiene más que dos opciones en el sector de los hidrocarburos: o permite una mayor apertura de la inversión privada o le deja el monopolio a Pemex como hasta ahora, pero suspendiendo el saqueo al que se somete a la empresa. El problema es que si el gobierno deja de recibir los recursos que actualmente le quita a la paraestatal, sin que haya una reforma fiscal que le otorgue dinero por otros medios, tendría que recortar en una tercera parte todas sus actividades.
Mi posición personal es que la mejor solución es abrir el mercado de los energéticos a la inversión privada, aun cuando no se privatice una sola instalación de Pemex. El sistema que tienen países como Canadá y China, en que el petróleo es de la nación pero la explotación la realiza la iniciativa privada, me parece el más sensato en los tiempos modernos.
Pero si por sus telarañas ideológicas los políticos deciden que la inversión privada es tabú, la única opción que tenemos para evitar que Pemex se siga quedando rezagado es suspender el saqueo del que es objeto por el Gobierno Federal. Para que eso pueda ocurrir sin que el gobierno mismo se desplome, sin embargo, es indispensable que se lleve a cabo una reforma fiscal que recaude más sin golpear la inversión que tan necesaria resulta para generar crecimiento en el país.
El problema es que nuestros políticos no se atreven a hacer ni una cosa ni la otra. Prefieren seguir postergando los problemas con la esperanza de que la Virgen de Guadalupe llegará a rescatarlos en el futuro.
A la baja
George W. Bush parecía imbatible hasta hace poco. La guerra en Iraq le había dado una popularidad incontenible. Como su padre, sin embargo, Bush tiene un talón de Aquiles en la economía. Su popularidad, por lo pronto, bajó ya cinco puntos en julio.
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