“Todos ven lo que tú aparentas; pocos advierten lo que eres.”
Nicolás Maquiavelo
Luis Ernesto Derbez nunca tendrá el poder seductor de Jorge Castañeda. Carece del perfecto inglés y francés de su predecesor, de su habilidad retórica, de su agraciada apariencia, del don de gentes que le permitió a Castañeda ganarse a un enemigo profesional de México como Jesse Helms, de la amistad de personajes intelectuales como Carlos Fuentes y Alan Riding, de la admiración de los grandes arquitectos de la política exterior estadounidense como Colin Powell y Condoleezza Rice.
¿Por qué entregarle la Secretaría de Relaciones Exteriores a Derbez, cuando las comparaciones personales le son tan desfavorables frente a Castañeda? Quizá porque después de los dos años de Castañeda vale la pena replantearse el rumbo de la política exterior mexicana. Y Derbez podría lograrlo, con un estilo discreto que resultará sin duda contrastante con el protagonismo de Castañeda.
El cambio más notable en la política exterior mexicana en los años de Castañeda —el que explica un gran número de decisiones individuales— fue el abandono del principio de no intervención en los asuntos internos de otros países.
Castañeda convenció al presidente Vicente Fox de que este principio había sido una simple invención de los regímenes priístas, los cuales querían evitar que otros gobiernos metieran la nariz en un sistema político mexicano en el que faltaba democracia y se violaban los derechos humanos.
En un país ya democrático y —supuestamente con pleno respeto a las garantías individuales— México ya no tenía por qué protegerse permaneciendo en el aislamiento.
Sobre la base de este razonamiento, el nuevo gobierno de Fox exigió la apertura de las fronteras de Estados Unidos a los migrantes mexicanos, ingresó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, manifestó que consideraríamos por primera vez la posibilidad de que tropas mexicanas participaran en fuerzas internacionales de paz, cuestionó la falta de democracia y la ausencia de respeto a los derechos humanos en Cuba, y criticó la pena de muerte en Estados Unidos cuando se aplica a mexicanos.
Las grandes preguntas que ahora debemos hacernos en materia de política exterior son las siguientes: ¿De verdad es el principio de no intervención una rémora priísta que debe eliminarse en un país moderno? ¿Ha tenido beneficios prácticos para nuestro país el cambio de énfasis en la política exterior mexicana? ¿Hay alguna otra política que pudiera tener mayores beneficios para México?
El menosprecio de Castañeda al principio de no intervención resulta, a mi juicio, paradójico. No puede argumentarse que Benito Juárez y los liberales del siglo XIX que lo construyeron fueran priístas. Se trataba más bien de estadistas conscientes de la fragilidad de un país en vecindad con la gran potencia del destino manifiesto.
Y hoy, que Estados Unidos se ha convertido en la única superpotencia del mundo, el principio de la no intervención parece más pertinente que nunca.
En poco o nada ha servido el abandono de México del principio de no intervención. No nos ha traído, por ejemplo, el tan deseado acuerdo migratorio con Estados Unidos. No ha obligado a Cuba a darles derechos políticos e individuales a sus disidentes.
No ha hecho que se nos respete más en el concierto internacional de naciones (somos miembros del Consejo de Seguridad, pero se nos niegan los documentos completos sobre los que debemos emitir nuestro voto). No hemos logrado tampoco que se suspendan las ejecuciones de mexicanos en la Unión Americana.
Sería más sensato recuperar el principio de no intervención -que, pese a lo que opina Castañeda, tiene un gran arraigo y aceptación entre la población mexicana— y buscar, a través de una diplomacia discreta, no sólo la apertura migratoria sino la eliminación de los obstáculos que siguen existiendo para nuestros productos en Estados Unidos. Si queremos darle un mejor nivel de vida a la mayoría de los mexicanos, debemos dejar de ser los moralistas del mundo y en cambio concentrarnos en asegurar el libre acceso a la Unión Americana de nuestros trabajadores, de nuestro azúcar, de nuestros cítricos, de nuestro atún y de nuestros camiones de carga. Eso es más importante que pelear batallas que no podemos ganar. Y quizá Derbez, con su experiencia económica, sea el político que puede darle este nuevo énfasis a la política exterior mexicana.
Freno y acelerador
El Banco de México sigue apretando el freno de la economía con su corto cada vez mayor. Pero el gobierno federal mantiene firme el pie en el acelerador con su déficit de 3 por ciento del producto interno. El problema es que ninguna máquina aguanta mucho tiempo cuando el conductor aprieta a un mismo tiempo el freno y acelerador.