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Jaque mate/El monstruo

Sergio Sarmiento

“La máscara del monstruo

ha sido levantada. Se trata

simplemente de un hombre”.

Byron Pitts, CBS News

Tan intensos han sido los esfuerzos de los Estados Unidos por presentar a Saddam Hussein como un gran monstruo que su captura en un pozo inmundo de una casa cercana a Tikrit no deja de generar decepción. Es verdad que Iraq y el mundo están hoy mejor que cuando Saddam se encontraba al frente del gobierno iraquí. Hay suficiente información sobre los crueles abusos del dictador en contra de su propio pueblo y de otras naciones que es imposible sentir simpatía hacia él. Sin embargo, la captura de Saddam no puede ser vista como una justificación tardía a la guerra que Estados Unidos y sus aliados llevaron a cabo en contra de Iraq.

El gobierno estadounidense nunca pudo justificar con claridad la invasión de Iraq. El argumento formal que utilizó ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas —en el sentido de que el régimen de Saddam había violado la resolución 687 de 1991 y la 1441 de 2002 del Consejo de Seguridad según las cuales Iraq debía destruir sus “armas de destrucción masiva”— ha quedado sin sustento. Todos los esfuerzos y recursos dedicados a la búsqueda no han sido suficientes hasta ahora para mostrar que Iraq tenía algún arma violatoria a las resoluciones 687 y 1441. (Habrá que ver si Saddam, ahora capturado, proporciona información que permita la localización de tales armas.)

En 1991 no había dudas de que Iraq tenía cuando menos armas químicas. Las utilizó contra Irán en la guerra de la década de 1980. Se ha comprobado también su empleo en contra de Halabjia y otras aldeas kurdas iraquíes en 1987 y 1988. Queda claro, por otra parte, que Saddam retó a la comunidad internacional cuando en 1997 expulsó a los inspectores de las Naciones Unidas que debían verificar el cumplimiento de la resolución 687.

La guerra del 2003 contra Iraq, sin embargo, no se podía justificar fácilmente por estas acciones. Después de todo, para el 2003 el gobierno de Saddam ya había abierto las puertas a los inspectores de las Naciones Unidas, quienes no habían encontrado indicios de que siguieran existiendo esas armas de destrucción masiva. Por eso Francia y Alemania exigieron que se diera más tiempo a los inspectores para concluir su labor antes de iniciar un ataque contra Iraq.

El único argumento que le ha quedado al gobierno de Estados Unidos para justificar la guerra es el que plantea que el régimen de Saddam era maligno. En los últimos meses el hecho de que no se han encontrado las armas tan temidas en Iraq ha llevado a que se emplee con frecuencia este argumento moral. La forma en que la televisión de Estados Unidos, tan comprometida en los últimos años en su apoyo a las decisiones de Washington en Iraq, ha presentado la captura de Saddam es indicativo de que la maldad del dictador iraquí es la única justificación que le queda al gobierno de Estados Unidos para la guerra contra Iraq.

El problema es que este argumento moral no tiene fuerza legal. Tanto es así que Washington nunca hizo esfuerzo alguno para usarlo ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Para empezar, Saddam no es el único dictador sanguinario que existe en el mundo, pero aceptar que los países tienen el derecho de hacer la guerra contra regímenes que consideren malignos abriría las puertas a conflictos interminables. ¿Quién decidiría qué regímenes son malignos y cuáles no? Muchos gobiernos del mundo considerarían que el verdadero Gran Satán es Estados Unidos, lo que justificaría los atentados terroristas en contra de ese país.

La captura de Saddam Husein constituye sin duda un triunfo político importante para el presidente estadounidense, George Bush, cuya popularidad en las encuestas de opinión había venido cayendo en las últimas semanas. Pero los propagandistas de Bush deben tener cuidado. Quizá las imágenes de ese Saddam derrotado tengan un efecto contrario al que se podría pensar. Si bien se ha demostrado que las tropas estadounidenses tuvieron la capacidad de encontrar una aguja en un pajar -cosa que no han podido hacer en el caso de Osama bin Laden— quizá el argumento de que la guerra era necesaria para derrotar al gran dictador caiga por tierra con las imágenes de ese Saddam derrotado, cansado y desorientado que pasó los últimos meses de su vida literalmente en un hoyo.

El juicio

¿Quién juzgará a Saddam? La Corte Penal Internacional —que ha procesado al dictador yugoslavo Slobodan Milosevic— no puede porque Estados Unidos no ha ratificado su creación. Los tribunales iraquíes no tendrán la confianza de Washington, a menos de que le den de antemano la seguridad de un veredicto de culpabilidad. ¿Un tribunal militar estadounidense? ¿Bajo qué ley? Se acerca un nuevo dolor de cabeza para Estados Unidos.

Correo electrónico: sergiosarmiento@todito.com

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