“Nunca profetices.
Especialmente acerca
del futuro”.
Mark Twain
El propio presidente de la República, Vicente Fox, lo ha reconocido ante el malestar de los panistas. Si las elecciones del próximo seis de julio ofrecen los resultados que las encuestas prevén hasta este momento, ningún partido tendrá mayoría absoluta en la nueva Cámara de Diputados. En efecto, los sondeos sugieren que el PAN y el PRI tendrán, cada uno, alrededor del 37 por ciento de la votación. ¿Cuál de los dos quedará arriba? Es difícil preverlo en este momento, ya que el sufragio por cada partido puede modificarse unos puntos hacia arriba o unos puntos hacia abajo en las últimas semanas de la campaña. Parece muy difícil, sin embargo, que se registre un cambio tan grande que le dé mayoría absoluta en la Cámara de Diputados de la 59ª legislatura a cualquiera de estos dos.
El PRD —a pesar de la popularidad del jefe de Gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, en el área metropolitana de la ciudad de México— muestra hasta el momento un voto posible de tan sólo un 17 por ciento.
El Partido Verde parece estar en camino de confirmar su registro una vez más. Las encuestas muestran que podría tener una votación de alrededor del cuatro por ciento.
El cinco por ciento restante se lo repartirían los otros siete partidos. Quizá alguno, como el Partido del Trabajo o Convergencia, alcance el mínimo de dos por ciento que le permitiría conservar su registro. Pero no hay duda de que la mortandad de partidos pequeños será muy alta en esta temporada política.
Es muy probable que se mantenga el actual marasmo político en el país. El actual incómodo equilibrio no cambiará en la Cámara de Diputados, ni por supuesto en el Senado, que ni siquiera se está renovando. La apuesta del Presidente de “quitarle el freno al cambio” no ha resultado fructífera. Fox está obligado, por lo tanto, a seguir negociando con los partidos de oposición para impulsar su agenda de reformas estructurales.
La gran pregunta es si el Presidente podrá conseguir los acuerdos necesarios para impulsar sus reformas. La experiencia hasta ahora ha sido parcialmente negativa. El Congreso sí ha apoyado algunas iniciativas relevantes, como las reformas financieras y la Ley de Acceso a la Información; pero las más importantes, como la reforma fiscal y la eléctrica, se han quedado en el camino.
Las posibilidades de que se destraben éstas u otras reformas relevantes para la economía en la próxima legislatura son, en realidad, muy escasas. Si bien los dirigentes de los tres principales partidos políticos afirman que están dispuestos a llegar a acuerdos por el bien del país, la verdad es que sus posiciones sobre las reformas más importantes están demasiado alejadas.
El propio gobierno parece haber abandonado su idea de impulsar una reforma fiscal que aumente la recaudación a través del IVA. La Secretaría de Hacienda sigue convencida y con buenas razones técnicas, que el país se beneficiaría enormemente de un sistema fiscal que tuviera una sola tasa de IVA y que recaudara más en impuestos al consumo. Pero la impopularidad de gravar medicinas y alimentos, que son los dos grandes rubros que actualmente pagan tasa cero, hace esto políticamente imposible.
En el tema eléctrico hay más posibilidades de un acuerdo. Si bien la XVIII Asamblea Nacional del PRI descartó la posibilidad de modificar la Constitución en el tema de la electricidad, muchos priistas importantes se dan cuenta de que el país necesita una mayor apertura a la inversión privada en este campo y por lo tanto están buscando maneras de permitirla legalmente. El problema es que la modificación constitucional requiere una aprobación de dos terceras partes en el Congreso y es muy difícil que se obtenga el número suficiente de votos ante la negativa tajante de los priistas conservadores y los perredistas.
El escenario más probable, pues, es que las reformas estructurales sigan detenidas en la 59ª legislatura. Esto no significa que el país no podrá ya crecer en los años venideros, pero sin duda lo hará a una tasa bastante inferior a la de países que sí han realizado estas reformas. Al parecer, a todo lo largo de este sexenio tendremos que seguir dependiendo para el crecimiento de las remesas de los mexicanos en el exterior y no de la inversión productiva y generadora de empleos en nuestra propia economía.
Déficit
Dicen algunos economistas que las devaluaciones ayudan a aumentar las exportaciones y moderar las importaciones. ¿Cómo explican, entonces, que en el primer trimestre del 2003, pese a la devaluación del dólar, Estados Unidos haya registrado el mayor déficit de cuenta corriente de la historia, con 133,100 millones de dólares?
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