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Jaque mate/Grupo de los Ocho

Sergio Sarmiento

“Si das pescado a un

hombre hambriento, lo

nutres durante una jornada. Si le enseñas a pescar, lo nutrirás toda su vida”.

Lao Tse

Escribo estas notas antes de que tenga lugar el encuentro del Grupo de los Ocho (G-8) en Evian, Francia. Esta es la reunión que año con año llevan a cabo los presidentes y primeros ministros de las siete economías más desarrolladas del mundo (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia Japón y Reino Unido) a la cual desde hace algunos años se ha unido también el presidente de Rusia.

En esta ocasión el anfitrión, el presidente de Francia Jacques Chirac, ha invitado entre otros mandatarios a los de Brasil y México a participar en la reunión. Este gesto resulta significativo. Después de todo México y Brasil, a pesar de su patente subdesarrollo, tienen las economías novena y décima del mundo en tamaño.

De hecho, la semana pasada el presidente mexicano, Vicente Fox, señaló que nuestro país debería ser aceptado como miembro permanente de estas reuniones en atención a la dimensión que tiene su economía.

Esta declaración ha generado dimes y diretes en nuestro país y con razón. Un empresario tan importante como Lorenzo Servitje, presidente fundador del Grupo Bimbo, señaló que el Presidente debería preocuparse más por combatir la pobreza en nuestro país en lugar de pensar en propuestas grandilocuentes como la incorporación de México al G-8.

La verdad es que una cosa no obsta para la otra. México puede perfectamente ingresar a una organización como el G-8 y al mismo tiempo tomar medidas para combatir la pobreza. El problema es que no haga una cosa ni la otra.

El surgimiento del G-8 tenía un propósito fundamental: permitirle a los mandatarios de los países más desarrollados del mundo, todos ellos de economía de mercado, tener un contacto personal periódico. Esas reuniones pretenden crear un contacto personal entre estos dirigentes y ofrecer un foro pequeño de reflexión para coordinar políticas o tomar decisiones trascendentales. El ingreso de Rusia al grupo fue un premio a su abandono del comunismo y un reconocimiento a su importancia política y militar.

Yo no sé si el G-8 vaya a considerar con seriedad la propuesta de que México se incorpore. No veo de hecho las razones por las cuales lo haría. Una participación esporádica, como la que ha tenido lugar este fin de semana, tiene sentido cuando se busca discutir un tema específico. Ampliar en exceso la membresía de este club por naturaleza exclusivo pondría fin al propósito que le dio vida: el de tener a los líderes de los países más poderosos reunidos en un grupo pequeño que permita contactos más personales. Hay otros organismos, como las Naciones Unidas, que tienen una mayor representatividad.

Para el momento en que este artículo se publique ya el presidente Fox habrá tenido oportunidad de ofrecer un mensaje a los dirigentes de las naciones más poderosas del mundo. Tendrá que hacerlo no en representación exclusiva de los países pobres sino en competencia con Lula, el presidente de Brasil.

El mensaje de los países pobres debe ser necesariamente el de buscar la colaboración de las naciones ricas en el combate a la pobreza. Esto es algo tan obvio que Kofi Annan, el secretario general de las Naciones Unidas, mandó un mensaje a los líderes del G-8 la semana pasada pidiéndoles precisamente eso. El problema en este caso, sin embargo, no es el qué sino el cómo. Si Fox y Lula le piden a los ricos, como tantas veces lo han hecho los países pobres, simplemente limosna, no estarán haciendo más que perpetuar un sistema de ayuda que durante décadas ha encauzado miles de millones de dólares de los países ricos a los pobres sin que se haya logrado siquiera hacer mella en la pobreza estos últimos. Más inteligentes seríamos si exigiéramos la eliminación de los subsidios agrícolas y las barreras comerciales en los países ricos. Estos subsidios y barreras le cuestan mucho más a los países pobres que lo que reciben en ayuda del exterior. Pero además, mientras que la experiencia histórica demuestra que la ayuda por sí sola simplemente hace la pobreza permanente, las exportaciones de los países pobres generan una actividad económica que se multiplica y que al final tiene efectos muy positivos en la sociedad. El dilema es claro. ¿Qué quieren los países pobres de los ricos? ¿Que les regalen pescado o una caña de pescar?

Sistema de aeropuertos

Tiene sentido tratar de reemplazar con una red el aeropuerto nuevo de la ciudad de México que se trató de construir en Texcoco. Pero habrá que ver si hay suficientes pasajeros dispuestos a ir a Toluca y Puebla para tomar sus vuelos. Se corre el riesgo de que siga saturado el aeropuerto capitalino y se mantengan subutilizados los otros dos.

Correo electrónico: sergiosarmiento@todito.com

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