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Jaque mate/Los padres

Sergio Sarmiento

“No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos”.

Friedrich von Schiller

Los padres no somos indispensables. El 21 por ciento de los hogares de nuestro país están encabezados por mujeres, lo cual es un aumento importante sobre el 17 por ciento de 1990. Pero en el otro 79 por ciento de los hogares hay un porcentaje grande -aunque no cuantificado- en que la presencia del padre es meramente nominal.

Los padres somos los grandes ausentes de la estructura familiar mexicana. Puede argumentarse que éste es un fenómeno reciente: una consecuencia del desmoronamiento familiar que hemos visto en nuestro país y en el resto del mundo a lo largo de las últimas décadas. La información anecdótica disponible, sin embargo, sugiere que el fenómeno es bastante más antiguo. En nuestro país, de hecho, parece remontarse a los tiempos en que los colonizadores españoles tenían hijos con mujeres indígenas sin interesarse en ellos después.

Quizá la ausencia del padre tenga algunas ventajas. Muchos de los padres que sí están presentes en la estructura familiar son figuras autoritarias y violentas que llegan a aterrorizar a sus esposas, compañeras e hijos. La falta de un padre puede ser dolorosa, pero no lo es tanto como la presencia de un hombre autoritario y violento.

La ausencia del padre ha permitido en México el surgimiento de una mujer de gran perseverancia y carácter. En la frontera norte, donde las mujeres han podido encontrar empleo en la economía formal con más facilidad que en otras regiones del país, las familias se han convertido en verdaderas estructuras matriarcales a las cuales los hombres sólo gravitan ocasionalmente, como cometas. Esta nueva estructura familiar implica sufrimientos de muchos tipos -personales y familiares—, pero cuando menos le está dando a la mujer una independencia de la que carecía en décadas anteriores.

Durante siglos las leyes de lo familiar en México y en el resto del mundo estuvieron hechas expresamente para someter a la mujer. Ésta se encontraba sujeta a la protección y potestad del padre durante la niñez, mientras que en la adolescencia o temprana juventud se le casaba y se transfería su jurisdicción al marido. Los votos matrimoniales de todas las culturas y todas la religiones, incluían una promesa de obediencia de la esposa al marido. Las mujeres perdían el derecho a disponer de sus propiedades en el momento del matrimonio. Era el esposo el único que legalmente podía decidir qué hacer con los bienes de la pareja.

La transformación en el último siglo en este tema ha sido enorme. Hoy no sólo existe el matrimonio por separación de bienes, sino que la ley reconoce la propiedad individual de la mujer sobre aquellos bienes que ésta haya aportado al matrimonio. El vínculo matrimonial, por otra parte, ha dejado de ser permanente en muchos casos. Quizá la mitad de los matrimonios que se contraen en zonas urbanas terminan en divorcio o en una separación permanente.

El proceso de emancipación de la mujer ha sido largo y doloroso. Y en el camino los hombres han ganado algo también. Después de todo, una relación con una mujer que sea la igual de uno es mucho más satisfactoria que la que se puede tener con un ser que uno considera legal e intelectualmente inferior.

En el justo proceso de transformación de las estructuras familiares y sociales, sin embargo, los hombres hemos perdido algo que debemos recuperar. Es la cercanía con los hijos. Si bien es cierto que el padre ausente no es una figura nueva en la estructura social de nuestro país, no me cabe duda de que es un fenómeno que se está haciendo más común.

¿Qué perdemos los hombres con el alejamiento? Lo más importante es la cercanía con los hijos. Es verdad que la libertad implica muchas ventajas. Pero la satisfacción de acostar a un hijo, de darle las buenas noches, de verlo dormir tranquilo, confiado en la protección paterna, no se compara con ninguna.

Los padres no somos indispensables. Casi ninguno de nosotros puede ser a un mismo tiempo sustento económico y centro emotivo de una familia, como lo logran las mujeres con tanta frecuencia. Pero antes de que empecemos a rasgarnos las vestiduras por este descubrimiento, quizá deberíamos tener el valor de darnos a nosotros mismos ese placer que implica la cercanía con los hijos. Este día del padre es un buen momento para empezar, si bien el esfuerzo para llevarlo a buen término puede llevarse toda una vida.

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Correo electrónico: sergiosarmiento@todito.com

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