“La mayor y más pomposa
de las acciones humanas, la guerra
es testimonio de nuestra imbecilidad
e imperfección.”
Montaigne
Nueva York.- Las torres gemelas del World Trade Center siguen apareciendo en muchos de los mapas que tienen los taxis neoyorquinos en su cabina trasera para señalar las áreas de la ciudad. La “zona cero”, el lugar donde estaban esas torres, se ha convertido en un atractivo turístico, pero muy distinto a todos los demás en esta urbe de hierro. La gente ahí guarda silencio, reza, llora incluso, en memoria de los fallecidos el 11 de septiembre del 2001.
Entender el recuerdo del 11 de septiembre es importante para comprender la actitud de la nación estadounidense que se prepara para la guerra. Si lo que buscaban quienes organizaron los atentados de esa fecha era atemorizar, encerrar en sí mismo, al gigante estadounidense, el resultado ha sido exactamente el contrario. La mayoría de los estadounidenses apoyó la guerra contra Afganistán, la mayoría respalda la posible guerra contra Iraq.
Hay una diferencia, sin embargo. No hay prueba claras, ni siquiera las presentadas por Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de que la organización fundamentalista islámica Al-Qaeda de Osama bin Laden tenga lazos concretos con el régimen autoritario pero laico de Saddam Hussein en Iraq. Por otra parte, el pueblo estadounidense, en contraste con el gobierno en Washington, exige una justificación legal para el inminente ataque. El abrumador respaldo estadounidense a una guerra contra Iraq cae a niveles apenas superiores al 30 por ciento cuando se plantea la posibilidad de que las fuerzas armadas estadounidenses lleven a cabo el ataque sin el aval de las Naciones Unidas.
Nadie cuestiona el poderío militar estadounidense. Si en la primera guerra del golfo Pérsico, en 1990-1991, las fuerzas armadas estadounidenses humillaron al ejército de Hussein, hoy la ventaja estadounidense es todavía mayor. En la década transcurrida la tecnología militar estadounidense no ha hecho sino aumentar. Iraq, en cambio, ha vivido bajo un bloqueo comercial, tecnológico y militar que difícilmente le ha permitido mejorar sus capacidades. No hay duda de que Hussein debe haber impulsado programas militares subrepticios en esta última década, pero es difícil que las condiciones en que ha vivido el país le hayan permitido un aumento sustancial de su poderío militar.
¿Es posible que Iraq tenga armas de destrucción masiva? Claro que lo es. De hecho, es esa posibilidad la que está justificando el ataque. Pero ¿utilizaría Hussein esas armas en una guerra contra Estados Unidos y sus aliados? Quizá. Sin embargo, no deja de ser significativo que en la primera guerra del golfo Iraq no utilizó tales armas, ya sea porque no las tenía o porque no quiso recurrir a ellas.
La segunda guerra del golfo, por supuesto, pondría a Saddam contra la pared. El propósito no sería simplemente expulsar a sus tropas de un país vecino, como Kuwait, sino acabar definitivamente con su régimen. Esta segunda guerra del golfo sólo podría terminar con la muerte o encarcelamiento de por vida de Hussein. Y la experiencia nos dice que cuando alguien se encuentra contra la pared está dispuesto a recurrir a las acciones más desesperadas.
Si bien nadie duda de que Estados Unidos prevalecerá en caso de que finalmente se lleve a cabo la guerra, también es verdad que los peligros para la Unión Americana y sus aliados no acabarán ahí. Así como la primera guerra del golfo llevó a la radicalización de Osama bin Laden y de otros musulmanes, que cuestionaban la presencia de tropas estadounidenses en Arabia Saudita, así una victoria estadounidense contundente contra Iraq polarizará más al mundo árabe e islámico. Las respuestas al derrocamiento de Saddam pueden venir en forma de atentados terroristas -contra estadounidenses, israelíes o incluso personas de otras nacionalidades- meses o incluso años después de la guerra.
Esto es algo que saben muy bien los estadounidenses. Por eso hay una tristeza en la preparación de esta guerra que contrasta con el entusiasmo de conflictos bélicos anteriores en esta nación que tantas guerras ha vivido. Los estadounidenses tienen la conciencia de que la zona cero podría no ser el último lugar de recuerdo de una gran tragedia por un atentado terrorista.
Regañadientes
El hoy secretario de estado estadounidense Colin Powell, militar de carrera, escribió en My American Journey, su autobiografía de 1995 “Muchos (oficiales) de mi generación (durante la guerra de Vietnam) prometimos que cuando llegara nuestra oportunidad de tomar las decisiones no aceptaríamos calladamente una guerra a regañadientes por razones mal cimentadas que el pueblo de Estados Unidos no pudiera comprender.”