“Ni los Estados Unidos ni nadie que
viva en los Estados Unidos podrá
alguna vez soñar con la paz mientras
no experimentemos ésta como una
realidad en Palestina.”
Osama bin Laden
Davos, Suiza.- El presidente estadounidense George W. Bush se ha esforzado enormemente para demostrar que sus designios bélicos en el cercano oriente están dirigidos en contra de Sadam Hussein y no del pueblo iraquí ni mucho de los musulmanes del mundo. La verdad, sin embargo, es que cada vez queda más claro que la segunda guerra del golfo Pérsico, en caso de tener lugar, será vista por los musulmanes como un ataque contra ellos y no sólo contra el gobernante iraquí.
Como bien lo señala Michael Scott Doran de la Universidad de Princeton en “Palestina, Iraq y la estrategia estadounidense” (Foreign Affairs, enero-febrero 2003), es ya un lugar común decir que Washington se ha equivocado en su diagnóstico sobre la raíz de los problemas del cercano oriente: “Es Palestina, ¡estúpido!, es el coro que se escucha no sólo de las capitales europeas sino de las árabes.” Pero si bien es verdad que ninguna solución que pueda proponer Estados Unidos permitiría la paz en Palestina, Doran apunta que la bandera palestina se ha convertido en símbolo de la unidad internacional árabe y musulmana frente al enemigo occidental: “Pedir justicia en Palestina equivale a rechazar la declinación de todo el mundo árabe en el mundo moderno.” Y Hussein, añade, ha logrado apoderarse de esta bandera.
Osama bin Laden, el líder de la organización terrorista islámica al-Qaida, ha entendido perfectamente bien la importancia simbólica de la causa palestina. Por eso su llamado a una guerra santa en contra de Estados Unidos se fundamentaba tanto en la presencia de tropas estadounidenses en su Arabia Saudita natal como en la ocupación israelí de Palestina. Sin embargo, tras el obligado retiro de Bin Laden a un papel más discreto por la destrucción del régimen talibán en Afganistán, es el secular Hussein —el mismo que en la primera guerra del Pérsico disparó misiles Scud en contra de Israel— quien ha asumido el rol de verdadero defensor de la causa palestina ante millones de musulmanes en el mundo.
Todavía en el conflicto de 1990-1991 podían los países árabes cuestionar ese papel para Hussein. Iraq había invadido Kuwait y aparentemente amenazaba a la familia real saudí. Incluso Siria, tradicionalmente el país más duro en la confrontación con Israel, aceptó la guerra contra Iraq en aquel entonces. Pero hoy las cosas son distintas. Las tropas iraquíes se han mantenido acuarteladas dentro de sus fronteras. Los inspectores de las Naciones Unidas no han mostrado pruebas contundentes de que Iraq tenga armas de destrucción masiva. Arabia Saudita y Kuwait albergan en su territorio a tropas de Estados Unidos, país que, a ojos de la mayoría de los musulmanes, es el único y verdadero sostén de Israel. Y la presencia israelí en territorio palestino es considerada por los musulmanes como un problema infinitamente más serio que la posible existencia de armas de destrucción masiva en Iraq.
Ni siquiera si Estados Unidos consigue el apoyo unánime del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas podría despojarse del papel de agresor ante los musulmanes del mundo. Pero si las tropas estadounidenses marchan en campaña con el apoyo de sólo algunos aliados, y el rechazo de Francia, Alemania, Rusia, China y otros países importantes, el resultado será un cuestionamiento casi unánime de los musulmanes a la segunda guerra del Golfo.
Washington ve las cosas de otra manera. El presidente Bush considera a Hussein un peligro tan inminente que se le debe aplicar el controvertido principio de la “guerra preventiva”. Quienes apoyan esa posición advierten que el mundo se habría beneficiado enormemente si Estados Unidos, la Gran Bretaña y Francia hubiesen atacado a la Alemania de Adolf Hitler en 1938 en lugar de esperar a que la maquinaria militar nazi se fortaleciera.
El argumento tiene su lógica. Pero aun así no hay duda de que la guerra contra Iraq, en caso de ocurrir, se convertirá para la mayoría de los musulmanes del mundo en un ataque al Islam por parte de la misma potencia que, supuestamente, ha apoyado el despojo israelí de los musulmanes palestinos. Y las consecuencia de esta percepción se reflejarán en actos de terror a lo largo de muchos años, sin importar qué tan devastadora pueda ser la inevitable victoria estadounidense contra Hussein.
ISRAEL
Ariel Sharon obtendrá hoy seguramente una victoria contundente en las elecciones israelíes. De esta manera los israelíes también se polarizan ante la inminencia de la guerra. Cuando la amenaza es su propia destrucción, el pueblo israelí no quiere vivir bajo un gobernante percibido como “débil”.