El País
MADRID, ESPAÑA.- En el cuerpo a cuerpo John Malkovich llama la atención. Es alto, bastante fuerte, viste elegantemente y se muestra amable y buen conversador, seguro de sí mismo, aunque sin poder contener su timidez. Pero esa mirada penetrante y algo irónica, ese refinamiento en su aspecto físico y en su discurso, esa forma de hablar cálida y pausada le permiten explotar una aureola de persona sensible, especial y hasta difícil a la que uno no puede resistir la tentación de imaginar reflejos de ese ser inquietante, ambiguo y perverso que le han dado varios de sus personajes más logrados en el cine. Está a punto de superar esa barrera psicológica de los 50 años (Illinois, Estados Unidos, nueve de diciembre de 1953), un hecho que parece no afectarle demasiado, quizá porque casi nunca necesitó mucho su cuerpo para hacer creíbles –y odiables, a veces– sus personajes y resultar atractivo en la pantalla y fuera de ella.
Además de reconocerle su trabajo como actor, conozco a un montón de mujeres de toda edad a las que usted les produce una atracción especial, un cierto morbo…
Pues yo lo noto poco… lo único que noto es que algunas, cuando me ven, parecen estar enfadadas conmigo… cosa que nunca he entendido. Si Harrison Ford o Kevin Costner entran en un ascensor a la gente que los contempla se les muda el semblante en una expresión de felicidad, pero cuando soy yo el que entra, sobre todo a algunas mujeres, me miran como diciendo “¿qué está haciendo este tipo en el ascensor?”. Y sienten ganas de abofetearme (risas). A veces lo noto y me pregunto por qué…
¿Puede ser esa mirada inquietante y algunos papeles de raro y perverso que interpreta en la pantalla la causa? Hay mujeres que confiesan una atracción especial por los canallas y usted es de los mejores en pantalla…
Puede ser que me vean más por mis personajes que por lo que soy al natural, y que proyecte una determinada imagen de la que no soy responsable y que poco tiene que ver conmigo. Si la gente viera en persona a muchas estrellas de cine a las que las mujeres encuentran atractivos o sexys se darían cuenta de que sólo algunos lo son y que la mayoría son trescientas veces más raros que yo. Pero, sí, me doy cuenta de que a veces provoco irritación en algunas mujeres y que a algunas les gustaría encerrarme… ¡no sale gratis el hacer de canalla de vez en cuando…! (más risas).
Y al mismo tiempo tiene usted una imagen, creo que cultivada, de hombre elegante, educado y exquisito…
En gran parte se lo debo a mi padre, que me enseñó buenos modales desde pequeño y que se preocupó de que fuera educado y tuviera una amplia cultura. Creo que la elegancia se adquiere, pero la educación y la generosidad con los demás son cualidades innatas. Trato de ser correcto y amable con la gente en general si vienen a pedirme autógrafos o me hablan en sitios públicos, y muy raras veces tengo problemas con las personas con las que trabajo, y ello se debe principalmente a que les respeto a ellos y a lo que hacen.
Tengo entendido que en el colegio era un chico gordito (probablemente con acné)… ¿Tenía complejos?
Yo era el payaso de la clase; era popular en mi colegio y tenía bastantes amigos, más amigos que amigas, aunque conservo algunas de hace más de 30 años. Una de aquellas compañeras, de la que estaba enamorado, fue una de las causas por las que me dediqué al teatro. Ella estudiaba Arte Dramático… De todas formas, me siento más cercano y entiendo mejor a los hombres ahora que cuando tenía 18 ó 20 años.
¿Era el líder del grupo…?
Nunca he sido líder de nada.
Va a cumplir pronto 50 años, ¿hasta qué punto la madurez personal cambia o beneficia, digamos, el trabajo de un actor? ¿Cree que es posible interpretar de la misma forma un papel que hizo hace 25 años?
Yo creo que sí. Sobre todo, eso depende del actor. Hay uno al que adoro, Bill Hurt (William Hurt) que siempre ha tenido una actitud torturada, poética y muy madura, incluso cuando era muy joven. Cuando eres joven posees ciertas cualidades que se suavizan con la edad y, por otro lado, el no ser templado sino lanzado, pasional, también puede ser fantástico para un joven.
¿Y qué rasgos de su carácter como actor cree que han permanecido con el paso del tiempo?
Tengo un buen acceso a mis emociones y soy bastante capaz de imaginar. Eso ha sido siempre así. No me cuestiono mi habilidad para imaginar, para actuar, simplemente sé que puedo hacerlo y eso creo que es lo que no ha cambiado en mí. Siempre he sido bastante maduro, incluso cuando era niño, pero los actores jamás crecemos, siempre tenemos una parte infantil. Es la facultad de ser capaz de sentirte cohibido la que tienes que intentar mantener.
¿Qué queda de aquellos conceptos de libertad interpretativa que tenía cuando empezó en el grupo teatral Steppenwolf?
Es muy difícil, por no decir imposible, llevar al cine ese concepto de libertad interpretativa que teníamos en Steppenwolf (grupo de teatro de Chicago, cofundado con Gary Sinise y Malkovich en 1976). Intento mantener cierto grado de libertad, pero es complicado. En el teatro me puedo levantar cuando quiero, ir de un sitio a otro, hablar aquí o allá, sentarme o quitarme el abrigo. En el cine todo es más previsible y medido; antes de rodar tenemos que decidir dónde nos sentamos, en qué momento has de moverte y hasta qué punto. Resulta todo muy antiimpulso; no puedes improvisar; hasta de mantener lo acordado pase lo que pase, porque no estás solo y dependes y haces depender tu trabajo de muchas personas. En el cine eres sólo una pieza, por importante que seas; en el teatro puedes sostener tú solo el espectáculo.
El teatro es, evidentemente, su pasión, pero, ¿no cree que el cine le ha dado más satisfacciones?
Yo amo el teatro por encima de todo; he sido actor, lo he dirigido, producido y he realizado todo tipo de tareas en él. Pero al mismo tiempo no tengo nada contra el cine, como algunos piensan. Es verdad que lo encuentro bastante menos profundo que el teatro o la literatura, pero me gusta hacer películas y creo haber hecho unas cuantas buenas y haber recibido algunos reconocimientos. Durante más de 10 años estuve haciendo únicamente teatro, y lo sigo haciendo de vez en cuando, pero no me apetece hacer una obra todos los días de un año.
Pero es en el teatro donde un actor descarga adrenalina, siente el contacto, la risa o el llanto, la complicidad o el rechazo del público en directo, ¿no?
Eso es cierto, pero es algo más que el público; la gente cree que son estas reacciones del público a pocos metros de ti las que te enganchan, pero no es así, por lo menos en mi opinión. Cuando haces una obra de teatro la representas sin interrupción. Es la fuerza que adquiere el momento; eso es lo que me da el ímpetu, la libertad y el control. Además, en el teatro yo, digamos, “edito” mi propia actuación; no hay montadores… y ésa es una gran diferencia.
Y se necesita más energía que en el cine.
Exacto…, y también concentración; necesitas tener mayor libertad, pero el cine posee su propia fascinación, que atrapa también.
¿Es más técnico que el teatro?
Ni hablar, en el teatro hay mas técnica.
Tiene usted fama de ser un actor de método.
Para nada. Cada papel es distinto; no utilizo ningún método; lo único que hago es intentar averiguar qué visión del mundo tiene cada personaje, qué sentido tiene el mundo para él, pero no en la forma el Actor’s Studio, sino de una forma más sencilla. Y en un guión bien escrito es bastante fácil saber cuál es esa visión que tiene mi personaje. Luego, dependiendo del papel, considero otras cuestiones.
Es decir, que trabaja usted más con el cerebro que con el corazón.
Yo no diría que trabajo más con el cerebro que con el corazón; más bien diría que lo que trabajo es el instinto. Siempre utilizas tus emociones porque ellas resumen todo lo que has vivido, sentido, reflexionado; aquello por lo que has sufrido o celebrado, pero yo creo que mi manera de sentir no tiene que ver con la forma en que un determinado personaje siente. Hay poco de mí en los personajes que interpreto. Por otra parte, creo que para ser un buen actor tienes que ser también apasionado; tienes que ser capaz de sentir. Puede ser una cualidad negativa a veces en la vida real pero, indudablemente, es muy positivo en mi trabajo.
¿Es usted muy exigente consigo mismo y su trabajo?
Pues sí, por desgracia y como muchos otros compañeros creo que nunca he visto una obra o película mía que no pudiera mejorarse; así que lo que hay que hacer es seguir trabajando duro, mejorando, hasta que te dejen de llamar…
Pero imagino que habrá algún papel del que esté orgulloso o, simplemente, que le haya encantado interpretar…
La verdad es que he disfrutado más en el teatro que en el cine. Si tengo que hablar de películas con las que he disfrutado tendré que citar una pequeña que rodé en 1991 con Carl Reiner y Lindsay Hogg titulada Objeto de seducción; también En la línea de fuego, de Wolfgang Pettersen (1993), porque admiro y adoro a Clint Eastwood; disfruté con Raoul Ruiz en En tiempo reencontrado (2001); con La sombra del vampiro, de Elias Merhige (2001), que es una de las películas con las que más he disfrutado y aunque el montaje final no corresponde a la película que hicimos, me gusta; y, claro, sobre todo me gusta mi trabajo en Las amistades peligrosas, de Stephen Frears (1988), principalmente porque el guión era extraordinario, no porque fuera divertido hacerla, que no lo fue en absoluto.
Y, ¿qué le puede llevar a usted a rechazar un papel: la violencia gratuita, el sexo, el racismo o contenidos políticos extremistas…?
No me gusta el sexo en el cine, pero tampoco rechazaría un proyecto únicamente por eso; dependería mucho del papel que esas escenas jueguen en la historia que haya detrás. Pero bueno, el sexo me irrita y más si lo tengo que hacer yo; si lo hacen otros me agobia menos pero, insisto, no me gusta. En general creo que es bastante gratuito. La violencia, si es desbordada, también puede llevarme a rechazar un guión y no me puedo imaginar haciendo una película racista. Por otra parte, si alguien escribiera una buena historia, un buen guión divertidísimo sobre Franco, Mussolini o Stroessner ¿debería rechazarlo porque fueron fascistas…? No es cuestionable para mí; nosotros no somos políticos, ¿debería negarme a interpretar un Macbeth porque fue un asesino y un monárquico? Nunca tacharía de blasfemo, sexista, fascista, racista o violento un proyecto hasta haberlo estudiado bien.
¿Y qué hay sobre las religiones? ¿Alguna vez fue religioso? ¿Qué opinión le merecen los actores que hacen proselitismo de religiones o de confesiones como la budista, la cienciología, etcétera?
No me gusta demasiado la religión; no es tanto la gente que la practica sino que estoy en desacuerdo con ella en lo fundamental. No creo que exista un Dios, y si lo hay no lo está haciendo bien. No creo que sea necesario un Dios; creo más en la capacidad de los humanos de vivir humanamente. Sin embargo, existen ciertas nociones en religiones como el cristianismo, el islamismo, el budismo, hinduismo o judaísmo que son realmente innovadoras e interesantes, evocadoras e inteligentes. Pero no necesitamos toda esa argumentación basada en que dependiendo de nuestra actuación en esta vida tendremos una vida determinada. En el budismo, por ejemplo, tienen esa idea profunda del karma; es una idea bonita, una noción muy humana pero no siempre funciona y no siempre es cierta, porque puede ocurrir que una persona horrible y egoísta tenga una vida fantástica y, por contra, una persona maravillosa, generosa y divertida, y con talento, tenga una vida de infinita tristeza y tragedia. La religión ha sido y continúa siendo la responsable directa de crímenes atroces contra la humanidad, y para mí eso es insoportable; respeto a las personas que comulgan con ellas pero jamás podría vivir en un país que no fuera secular. Un país religioso entraña un peligro terrible, algo que se ha comprobado a lo largo de la historia.
En 2002 usted debutó, y con bastante buenas críticas, como director en Pasos de baile, con Javier Bardem como protagonista y producida por el español Andrés Vicente Gómez, ¿va a seguir con su carrera como director?
Bueno, yo no llamaría a eso carrera; sólo he hecho una película, aunque es cierto que he trabajado sobre un guión sobre el exilio en Francia del dictador haitiano Baby Doc Duvallier, y otro, Dear MrCapote, basado en una excelente novela americana del mismo título, de finales de los años setenta (recientemente ha anunciado en Buenos Aires su intención de llevar al cine una adaptación de la novela Sobre héroes y tumbas, del escritor argentino Ernesto Sábato).
Y después de su experiencia como realizador, ¿entiende y respeta más como actor a los directores?
Creo que siempre me he entendido bien con los directores con los que he trabajado. Siempre he respetado a los directores y siempre he pensado que hacen un trabajo muy difícil y, sí, es verdad que ahora aún los admiro más porque soy consciente de la carga que tienen que soportar… porque hacer una buena película y que funcione en taquilla es casi imposible. Entonces, lo que tienes que hacer es una película que la gente quiera ver: comercial, y eso es muy difícil y lleno de riesgos. Se trabaja con una presión horrible. Hoy día el cine tiene mucho más de negocio que de arte, y el valor de una película, al margen de las buenas críticas, se calcula por lo que ha recaudado el primer fin de semana.
¿Cuál ha sido el director que más le ha impresionado?
No me puedo decidir por uno. Bernardo Bertolucci es muy gracioso y poético y en cierto modo asustadizo. Antonioni es probablemente más malvado, pero tiene un gran sentido geográfico: sabe muy bien cómo colocar a la gente en el plató; Stephen Frears trabaja mucho los estados de ánimo y los sentimientos con los actores. Me encanta trabajar con Volker Schlöndorff, tan brillante y problemático. Wolfgang Petersen es muy organizado: “Aquí haces esto, allí dices el texto; ahora me como las salchichas y el queso y luego haremos esto y lo otro…” (imita al realizador con acento alemán). Todos son distintos y de la mayoría guardo algo… Spielberg es muy directo, algo que realmente admiro. Luc Besson te dice lo que tienes que hacer como si fueras una marioneta, pero disfruté trabajando con él.
¿Y hay alguno que admire especialmente y con el que aún no ha trabajado…?
Sin dudar Martin Scorsese. Es, además de un gran realizador, una persona muy inteligente; estuve a punto de hacer con él La última tentación de Cristo, pero no pudo decidirse si me prefería en el papel de Jesús o en el de Judas… ¡gran dilema! (risas). También estuvimos a punto de hacer Uno de los nuestros y El cabo del miedo, pero al final no pudo ser. Le admiro de verdad, es un gran cineasta.
Y, dígame, ¿cree usted que se puede dirigir y actuar al mismo tiempo?
Hay personas que lo han hecho, y muy bien, como Woody Allen, Al Pacino o Kenneth Branagh; creo que los tres son buenos ejemplos. ¿Que si yo podría hacerlo? Podría, seguro, pero no me apetece; me aburriría. Además no me divierte nada ver mi trabajo, me pone nervioso. Si tuviera que verme una y otra vez durante un año me volvería loco, no podría soportarlo. El solo hecho de ver una de mis películas dos veces ya me irrita.
Es usted un hombre hiperactivo y polifacético. Su nombre aparece relacionado con proyectos de música, de pintura, de moda…
Pues no lo va a creer, pero yo me tengo por una persona perezosa. Hace unos años, en Cannes, me topé con un crítico americano, de Chicago, al que conozco desde mis tiempos del teatro y me dijo que probablemente el motivo por el que hacía tantas cosas era porque en realidad era un vago. Y creo que tenía razón, porque toda mi vida me he dedicado a vagar por ahí sin hacer nada en particular. Me he ido convirtiendo en una persona activa en los últimos años; es algo reciente.
¿Y va al cine alguna vez?
La verdad es que voy poco, pero me gustan las películas que poseen un punto de vista personal, no me importa el tema que traten; algo que me haga reflexionar, aunque no sea espectacular… ¿No me gustan nada las películas esas de explosiones, kung-fu y ensaladas de efectos especiales…!
Lleva usted un montón de años viviendo en Europa. ¿Qué es lo que le atrae de nuestro continente?
Básicamente por la cantidad y mezcla de culturas que existen; son antiguas y cuentan con historias diferentes… Es erróneo afirmar que en Estados Unidos no hay cultura; yo creo que es la cultura más grande de la humanidad, pero ¿qué tipo de cultura…? Ésa es otra cuestión. La mayoría es mala y cambiante; en Europa se mantiene una cultura, se acepta Internet pero siempre de forma gradual y de forma selectiva… Sólo tengo una vida y he vivido ya mis primeros 35 años en Estados Unidos. Hay muchas cosas que me gustan de mi país, pero prefiero el modo de vida europeo.
Ahora bien, tengo que decir que desde el punto de vista de un actor, mi manera de trabajar, el método que utilizo para interpretar, eso ya estaba en mí antes de trasladarme a Europa. En Estados Unidos he tenido un gran éxito tanto de actor de teatro como de cine y conseguí una nominación a un Oscar de reparto (en 1984 por Un lugar en el corazón, de Robert Benton), realmente pasé un tiempo agradable allí. Suelo ir a mi país a trabajar, incluso a dirigir alguna obra de teatro, y disfruto mucho… pero, insisto, me gusta más la forma de entender la vida de los europeos.
Además, en lo que a trabajo se refiere, en Europa no se piensa únicamente en el dinero a la hora de hacer una película. Tengo amigos productores franceses, alemanes, portugueses a los que les preocupa el dinero, pero desde luego menos que a los americanos. Creo que en Europa todavía es posible hacer cosas interesantes que no tengan como objetivo único el hacer dinero… algo imposible en Estados Unidos.
No me diga que no le interesa el dinero…
Mi padre me enseñó que el éxito es una de las posibles consecuencias de la calidad; no me enseñó nada acerca de hacer dinero, jamás… ¡lo odiaba! A mí me gusta el dinero, ¡claro! Y la calidad, pero prefiero la calidad, y si consigo ambas cosas… ¡mejor!
Pero pensar sólo en el dinero cuando se va a hacer algo implica enormes posibilidades de hacerlo mal, hacer algo estúpido y barato.
Con estas ideas, con su sensibilidad hacia otros campos del arte y viviendo en Europa no es extraño que en su país le tengan por un intelectual…
Quizás tienen de mí la imagen de un gilipollas, pero siempre lo he sido… (risas). No, no soy un intelectual. Soy muy inquieto y muy curioso; leo mucho y todo tipo de cosas (confiesa haberse leído de una “sentada” seis volúmenes de las memorias de Churchill sobre la Segunda Guerra Mundial o se permite dar una conferencia en Barcelona sobre el arquitecto catalán Josep María Pujol), pero no he dedicado mi vida a estudiar el mundo de las ideas o el pensamiento y por tanto sería un insulto para los intelectuales incluirme entre ellos.
¿Se considera usted un romántico? ¿Cree todavía en el amor?
Pues sí, lo soy; me considero un hombre romántico pero también soy más sabio… voy a cumplir 50 años y aparte del amor no creo que haya nada más importante en la vida. El amor, en términos generales, es alegría y sufrimiento a partes iguales… Si no eres capaz de amar, tu vida no es completa, no es una buena vida. Ahora bien, existen muchos tipos de amor…
Por ejemplo, el amor a los hijos. Usted tiene dos. ¿Cómo han cambiado su vida?
Mis hijos, Armandine y Loewy, son lo mejor que me ha ocurrido en mi vida; siempre quise tener hijos. Ellos me hacen tener los pies en la tierra; ellos hacen que vea el mundo desde una nueva perspectiva, con ellos redescubres el mundo.