Su madre vendió flores durante 40 años en el paseo de las Delicias (Madrid). Con frío, con viento, enferma, con hijos pequeños..., poco importaba: la calle y el cubo formaron parte de su paisaje diario. Aquel cubo lleno de flores está presente todavía en la memoria de su hija, pero ese mundo está ya muy lejos de su vida. María del Carmen Hernández, de 33 años, trabaja por la mañana en un hotel sevillano y estudia por la tarde para azafata de congresos. Su marido, también gitano, valora su esfuerzo y la apoya. No necesita mirar el reloj cada vez que ella sale de casa porque sabe perfectamente que el día es demasiado pequeño para una mujer que trabaja y estudia.
Sus padres, sostiene María del Carmen Hernández Pérez, fueron de los primeros gitanos que trajeron 'la flor a Madrid por valija' desde Barcelona. Procedían de Cataluña y se trasladaron a Madrid al poco de que ella naciera. 'Me crié en el Rastro madrileño', recuerda. Allí puso también su padre muy pronto un negocio de antigüedades.
Las gitanas jóvenes no encarnan sólo el relevo generacional, sino una mentalidad distinta. Aunque a menudo han sido sus madres las grandes impulsoras del cambio. Gracias a ellas, sus hijas han ido más allá del hogar y de la escuela primaria. 'Mi madre, mi gran maestra', subraya Hernández, 'no quería que sus hijos se dedicaran ya a la venta ambulante'. Con su apoyo, la joven se lanzó al mercado laboral. Como una chica cualquiera, pero sacudiendo estereotipos: mujer, joven, gitana, ¿puede haber más desafíos? 'Mi madre siempre confió en mí. Si no hubiera tenido su complicidad, mi entrada en el mundo laboral hubiera sido más difícil'.
'Ella, con su cubito de flores, nunca se sintió por debajo de mi padre. Aunque, por supuesto, asumió el papel tradicional'.
Por ser la hija mayor y estar su madre delicada, María del Carmen salió pronto de la escuela para ayudar en casa y 'atender a tres hombres [su padre y dos hermanos] y a mi hermana pequeña', pero volvió a los estudios a los 30.
La llegada a la universidad
Mayte Heredia, de 27 años y madre de un bebé de 16 meses, forma parte de la minoría de gitanas con título universitario. Licenciada en antropología -una especialidad con bastantes seguidores en el colectivo-, Heredia sigue estudiando. Acaba de terminar un master de investigación, aunque está aún con la tesina y no descarta realizar el doctorado. 'Madre, esposa, trabajadora, estudiante, mi vida es igual de complicada que la de cualquier mujer joven'. Estudiar y trabajar es algo que ella viene haciendo desde niña. 'Tenía buenas notas, me decían que servía, y te lo acabas creyendo'. Ha crecido en Sabadell, donde reside, y la suya es una familia 'totalmente normalizada' . 'Pero no partimos de ninguna situación de lujo. Mis padres empezaron en la venta ambulante. Pero mi padre colaboraba con el movimiento asociativo gitano y poco a poco se dedicó en exclusiva a este mundo'.
Ni ella ni su hermana conocieron la xenofobia de niñas. 'Íbamos a un colegio público con pocos niños gitanos, no era un gueto'. Pero sí notó actitudes discriminatorias en el instituto. 'Es una edad complicada en la que afloran muchos estereotipos. A mí me molestó que, en una época en que iba mal en matemáticas, un profesor dijera a mi madre que no todo el mundo tenía que ir a la universidad, que había otras profesiones, como peluquera, etcétera, que estarían bien para mí. Lo dijo, naturalmente, por ser yo gitana, pero él no era nadie para decidir'. Heredia llegó a la Autónoma de Barcelona, como quería, apoyándose en becas y alternando los estudios con trabajos diversos: cajera en un supermercado, administrativa en el Banco de Sabadell, etcétera. 'No cabía la discriminación porque me elegían por mi currículo, a través de las ETT. Y no iba con un letrero que decía 'soy gitana'. Tampoco lo negaba. Ellos, que pensaran lo que quisieran. En el supermercado no me sentí mal porque me revisaran las cuentas, porque era algo que hacían con todas las cajeras. Por fortuna, nunca he sentido las desconfianzas que padecen los gitanos que se mueven en la precariedad o en ambientes marginales'.
Mundo laboral
Para otras jóvenes, el mundo laboral es más opaco. Además de ayudar en casa, María del Carmen Hernández lleva 11 años buscando su sitio en el mercado. Empezó como camarera de pisos en dos hoteles madrileños, en uno de ellos ya como subgobernanta. 'En uno percibí racismo, pero no me sentí aludida, no me traspasaba. Eso es algo que le pasa al otro, y es imposible discutirlo, yo no puedo influir en lo que alguien piensa'.
Más tarde hizo un curso de floristería profesional y trabajó en la tienda de unos familiares en Barcelona. Pero las posibilidades de progresar eran escasas. 'Me saqué el título de hostelería y el carné de manipuladora y trabajé un tiempo en el restaurante El Lobito. 'No sufrí racismo, pero por ser joven y mujer tuve que darme a respetar'. Su don de gentes también suscitó resquemores: 'Algún compañero pensó que me iba a hacer la dueña del local', ironiza. Por si fuera poco, los varones de su familia se mostraban reticentes a que trabajara. 'Un día se presentaron en el restaurante mi hermano y otros familiares, a ver qué ambiente había. '¿Por qué la niña tiene que estar aquí?', se preguntaban. Y de nuevo, mi madre los calló: '¿Os pide algo a vosotros la niña? Pues dejadla, de ella respondo yo'.
Son problemas comunes entre las jóvenes. 'Cuando te sales de lo típico [la venta ambulante o el folclor], ya eres atípica'. Ella llegó a gerente en el restaurante barcelonés. Pero entre medias se casó y se marchó a Sevilla con su marido. Y allí, vuelta a empezar en otro hotel. 'Soy una gitana agobiada, tengo apenas media hora libre entre el trabajo y el curso, y hay días que sólo puedo comer un bocadillo'.
La malagueña Belén Cortés Maya, de 29 años, licenciada en geografía y con una trayectoria similar a la de Heredia, lo expresa así: 'Es posible compaginar nuestras tradiciones con una buena preparación. En casa me enseñaron que con formación e información llegas a cuaquier sitio. Por eso pido a los gitanos que abran los ojos: cuanto más nos formemos, seremos más libres'.