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Juan de Ramón de la Fuente/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Poco rectores han logrado ser reelegidos en la Universidad Nacional: en el último medio siglo, sólo Nabor Carrillo, Ignacio Chávez, Guillermo Soberón, José Sarukhán. Al conseguir su designación para un segundo período, después de haber iniciado el primero en circunstancias gravemente críticas, el doctor Juan Ramón de la Fuente se convirtió en uno de los personajes del año. La investigación universitaria, la enseñanza superior, la reflexión profesional fueron ingredientes de su vida familiar desde siempre.

Su madre, la doctora Beatriz Ramírez, es una autoridad en arte prehispánico. Doctorada en la Universidad Nacional, donde dirigió el Instituto de Investigaciones Estéticas, fue también directora del departamento de historia del arte en la Iberoamericana. Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En plena actividad después de los setenta años, hace no mucho fue integrante de la Junta de gobierno de la UNAM, como lo fue también su esposo el doctor Ramón de la Fuente Muñiz. Ambos son miembros de El Colegio Nacional.

El doctor De la Fuente Muñiz, médico cirujano por la Universidad Nacional también, se posgraduó en neurosiquiatría en hospitales universitarios de Estados Unidos, y a su regreso en la propia UNAM, a la par que comenzaba su docencia se especializó en sicoanálisis. Fundó el Instituto Mexicano de Siquiatría (que ahora lleva su nombre). Presidió la Academia Nacional de Medicina, y es profesor emérito y doctor honoris causa de la UNAM.

Nieto e hijo de médicos, Juan Ramón de la Fuente Ramírez nació en 1951, se graduó en la UNAM, hizo su posgrado en siquiatría en la Clínica Mayo de Rochester y fue profesor asistente en la Universidad de Minnesota. Lo fue también en su propia alma mater, la Facultad de Medicina de donde fue director tras encabezar el Programa universitario de investigaciones en salud y ocupar la Coordinación de Ciencias. Esas tres responsabilidades lo hubieran probablemente conducido a la rectoría, de no ser porque el presidente Zedillo lo nombró secretario de Salud. Su paso a la administración pública, como miembro de un gabinete que enfrentó una severa crisis tan pronto fue instalado, lo llevó también a la política. Él mismo, y el Presidente de la República se encargaba de subrayarlo, reivindicaba su apartidarismo.

Al igual que Julia Carabias, proveniente también del claustro universitario, no era priista, tal como a su turno lo había proclamado Jorge Carpizo durante el sexenio anterior. Dado el deterioro del partido gobernante, cuya derrota pareció ser prevista por Zedillo, el Ejecutivo esbozó la idea de una candidatura presidencial ciudadana, apoyada por el PRI. No avanzó con seriedad en esa estrategia, pero su trazo inicial colocó al secretario de Salud como la más viable encarnación de una candidatura de esa índole, hasta que la designación de Francisco Labastida como secretario de Gobernación en enero de 1998 borró aquel tenue asomo de postulación.

Al año siguiente la Universidad enfrentó la crisis mayor de sus historia. No fueron banales las que la sacudieron en 1944 (y dieron lugar a su vigente Ley orgánica) ni las de los años inmediatamente siguientes. Ni lo fue la que concluyó con el ignominioso despido del doctor Chávez, o la de 1968, o la complicada suma de dificultades que en 1972 cercenó el promisirio rectorado de Pablo González Casanova. Ni las huelgas laboral de 1977 y estudiantil de 1989. Todas estremecieron a la comunidad universitaria. Pero ninguna como la de 1999, que mantuvo cerradas las principales instalaciones de la institución durante casi un año. Meses antes de su abrupto final, y como paso hacia ese grave momento, a la renuncia de Francisco Barnés siguió la elección de De la Fuente, que retornaba así al espacio que le era más natural, aunque la ocasión fuera la menos propicia. Como lo había sido su antecesor, durante casi tres meses fue un rector en el exilio, trashumante, pero con capacidad para recibir apoyo federal y lograr constituirse en la Torre de la Rectoría desde donde comenzó la paciente labor de recuperación de la tarea universitaria, cuyo logro pleno fue el principal motivo de la amplísima adhesión que recibió su segunda postulación y su fácil y rápido escogimiento por la Junta de Gobierno.

Con intención ulterior o sin ella, al mismo tiempo que se afanaba en recoser el tejido universitario, De la Fuente ha promovido o se ha sumado a una diversidad de iniciativas civiles que dieron a la UNAM, y a su rector, una singular presencia en la sociedad. No ha sido el jefe nato de la principal institución de enseñanza superior del país, nunca, un personaje marginal a la vida pública mexicana. Pero ninguno ha estado tan en el centro de muchas corrientes civiles como De la Fuente, en una coyuntura favorecida por la singular sucesión presidencial del 2000, que amplió los cauces de la autonomía de la Universidad Nacional.

Es temprano para saber (por deteriorado que esté) cuál será el curso del sistema de partidos y cuál el esquema en que cabría una candidatura presidencial no partidaria, y si como pretendió Zedillo seis años atrás De la Fuente pudiera protagonizarla. Lo que es cierto hoy es que la rotundidad de su elección para un segundo período, al mismo tiempo que desbroza su desempeño, le plantea exigencias a cuya altura se ha colocado, pues la Universidad Nacional puede y debe ejercer un liderazgo en el sistema de enseñanza superior, no para otros fines sino para enaltecer los valores que la definen.

Para dar vacaciones a los lectores, la Plaza pública aparecerá de nuevo el martes 6 de enero del 2004. ¡Felicidad a todos!

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