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La “coloración” de la América blanca

Francisco José Amparán

No sé si por coincidencia, pero la semana pasada las oficinas encargadas de realizar los censos tanto en Estados Unidos como en Canadá dieron a conocer algunas cifras preliminares, en base a los datos recabados en el 2001. De esos resultados pueden obtenerse algunas observaciones bastante interesantes.

La primera y que resulta importantísima en nuestro contexto es que, por primera vez en la historia (oficial), los hispanos sobrepasaron a los negros en cantidad; de manera tal que ahora son la primera minoría en Estados Unidos. Según el censo, de los 284.8 millones de habitantes que Gringoria tenía hace 18 meses, unos 37 millones (el 13 por ciento) eran hispanos. En tanto que aquellos que se dijeron Afroamericanos (la expresión “políticamente correcta” para definir a los de raza negra) sumaron sólo 36.1 millones, un 12.7 por ciento.

Ahora bien, para efectos del censo el término “hispano” es una categoría étnica, no racial. De manera tal que en ella cabe desde un argentino con más finta de gallego que Manolito el de Mafalda, que un mulato dominicano de color muy serio, que un purépecha de Michoacán emigrado a Michigan (ambos toponímicos significan “tierra de lagos”). Lo importante, en todo caso, es que quienes han tenido por lengua materna el castellano ahora son los más de los menos en la única superpotencia mundial.

Aunque el censo no hace distinciones, hemos de suponer que una mayoría de esa población hispana (especialmente en el suroeste de EUA) es de origen mexicano. Ello debería traducirse en una palanca política que hasta ahora no se ha materializado. México y los mexicanos transterrados no han sabido sacarle tajada al peso político que debería ser inherente a esos números. Si vemos la influencia que tiene el exilio cubano en Florida (y lo que eso significa: fueron ellos quienes le dieron la Casa Blanca a W. Bush, para nuestra eterna desgracia), es fácil imaginarse lo que podría ser el cabildeo mexicano en estados con decenas de votos en el colegio electoral como Texas y California. Por supuesto, ello se debe en parte a que los cubanos fueron recibidos con los brazos abiertos durante décadas, en tanto que los nuestros han tenido que desafiar desiertos y polleros, y ocultar su condición de ilegales: está difícil ser candidato a diputado mientras uno se anda escondiendo de la Migra. Pero también es cierto que los distintos gobiernos mexicanos no han sabido explotar esos números, que podrían ayudar a que Estados Unidos nos vieran (y sobre todo, trataran) distinto.

La nueva supremacía hispana, además, no parece verse amenazada en un futuro cercano. Las tasas de natalidad hispanas (¡qué raro!) son las más altas de Estados Unidos, en tanto que las de blancos y negros han ido descendiendo sostenidamente en las últimas décadas. La inmigración asiática, la más importante en el Canadá, en EUA apenas comprende el cuatro por ciento de la población (12.1 millones), muy pequeña para ser relevante en el próximo medio siglo. Además, al contrario de lo que ocurre con negros e hispanos, que están bien desparramados, los asiáticos se concentran en menos estados y regiones: existen condados en el Oeste Medio (en Iowa o Nebraska) donde no hay un solo asiático... pero en los que un hispano ya abrió una taquería.

En Canadá, las estadísticas son impresionantes: el número de habitantes nacidos fuera de sus fronteras es el más alto, relativamente, de los últimos 70 años. En 2001, 5.4 millones de personas (un 18 por ciento del total) habían nacido fuera del país. Sólo un puñado de naciones supera esa proporción, la mayoría de ellas emiratos del Golfo Pérsico que dependen de la mano de obra extranjera para mantener sus jardines datileros, palacios y harenes. En EUA la proporción es del 11 por ciento (uno de cada nueve, que no es poco). De los países grandes sólo Australia (con un 22 por ciento) supera a Canadá en ese renglón.

Lo cuál no es nada raro. Tanto Australia como Canadá son países enormes con muy pocos habitantes (entre los dos suman el 60 por ciento de la población de México, cuyo territorio es diez veces más pequeño que el de ambos); otra semejanza: históricamente los dos han sido poblados por inmigrantes que han preferido esos inhóspitos desiertos helados o caliginosos a la opresión, el hambre o el simple espíritu sangrón y sofocante de Europa. Y por lo mismo, ambos mantienen desde hace tiempo una política migratoria de puertas abiertas. Canadá en especial se precia mucho de su posición como receptora de inmigrantes y perseguidos: su billete de diez dólares muestra a un trío de evidentes refugiados viendo hacia una puerta abierta. Asimismo, existe una política oficial que promociona el multiculturalismo: al contrario de lo que ocurre en EUA, los canadienses no se empeñan en que los recién llegados adopten costumbres ni idioma locales como en curso intensivo. Esto también tiene su raíz histórica: después de todo, para constituir el Dominio en 1867, los de origen británico tuvieron que aceptar a los quebequenses con su idioma, catolicismo y natural sangre pesada francesa.

Pero al contrario de lo que había ocurrido siempre (al menos, hasta 1980), ahora los inmigrantes al Canadá no son principalmente de origen europeo. La mayoría proviene de Asia, fundamentalmente de China y Hong Kong, del subcontinente indio (India, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka) y de las Filipinas. Esto es notorio en ciudades como Toronto, Montreal y, sobre todo, Vancouver (a la que ya algunos llaman Vankong), lugares donde se asienta la mayoría de los recién llegados. Lo de Vancouver es el resultado de una política propositiva: a principios de los 90’s, la ciudad buscó posicionarse como la receptora de los millonetas de Hong Kong que deseaban tener dónde refugiarse en caso de que las cosas se pusieran feas en esos lares cuando los británicos le dejaran el territorio a los comunistas chinos en 1997... especialmente luego de ver cómo se las gastaron los comunistas en la Plaza Tian An Men. El miedo no anda en burro, y si además porta anchas talegas de oro, entonces hay que abrirle las puertas. El resultado es que un 17 por ciento de la población de esa hermosa ciudad sobre el Pacífico no tiene como idioma nativo el inglés o francés.

Por supuesto, todo esto tendrá profundas consecuencias a largo plazo. Se calcula que para el 2050, más de la mitad de los Estados Unidos no será blanca (contra el 30 por ciento en la actualidad). El proceso de “coloración” (¿o “desblanqueamiento”?) sin duda será más acelerado en el Canadá. Lo cuál, por supuesto, son buenas noticias para el mundo en general, especialmente en el caso de los EUA. Buena parte de las patas que tradicionalmente ha metido en sus relaciones exteriores se deben a su insensibilidad hacia los que no son “como ellos”, a su crónica miopía histórica que les desdibuja lo que ocurre más allá de sus fronteras. Si una mayoría de la población no es blanca, de origen europeo, ni de ancestros angloparlantes, es de suponerse que podrán ver las cosas de otra manera.

Pero mientras tanto, prepárense para lo que puede ser la más fabulosa tontería cometida por EUA en su larga historia de aventuras en el extranjero. Porque la guerra contra Iraq se ve a la vuelta de la esquina...

Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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