Lo que los políticos dicen... y lo que no deberían decir.
Ahora resulta que somos casi-cuasi un ejemplo para el primer mundo. El presidente Fox dijo esta semana, rodeado de los titulares de las carteras de Acción Social y Economía, que hay casi un cuatro por ciento menos de pobres en el país. Tres millones cuatrocientas mil personas han superado en el período 2000 – 2002, la línea de limitaciones de ingresos que los condenaban a la insuficiencia nutricional, dijeron.
Maravilloso. Sin embargo, lo que parece haber olvidado decir el Ejecutivo Nacional es los detalles de esa clasificación. Se le olvidó mencionar que la diferencia entre tener “insuficiencias nutricionales” y no tenerlas, para el nomenclador que ellos usan, es apenas 27 pesos al mes. Sí, leyó usted bien, apenas 27, como bien lo explicaba el analista financiero del noticiero de Canal 40, esta semana también. Entonces, según esto, ¿con 27 pesos más una persona a la que no le alcanzaba para comer... ya la libró?
Oportuno anuncio cuando faltaban apenas 20 días para las elecciones federales para la renovación de la Cámara de Diputados. Y en medio de la disputa sobre el Presidente de la nación debe o no hacer proselitismo en estas circunstancias.
Lo que también olvidaron decir es que buena parte de esa baja en el grado de pobreza de algunos sectores, es el incremento de las remesas de dinero que mandan los mexicanos residentes en Estados Unidos. Según Afirma Carlos Rojas en el periódico Crónica, esa cantidad de dinero se ha duplicado en los últimos cuatro años y significa la estruendosa cifra de diez mil millones de dólares al año. Mucho dinero, teniendo en cuenta que esa cantidad supera cinco veces al presupuesto que le asignaron a la Secretaría de Desarrollo Social para este 2003.
Entonces lo cierto es que los pobres de México que viven y trabajan aquí, siguen siendo tan pobres como antes. Siguen teniendo los mismos problemas de salud, educación y hambruna. México, para ellos, sigue siendo exactamente el mismo país que los vio nacer y que tantas veces los margina.
No estamos hablando de ir o no “al otro lado” para comprarse un equipo de música, las chamarras de liquidación y una palm. Déjeme contarle de qué cosas estamos hablando. Se trata de las personas a las que la falta de dinero les condiciona la vida en los aspectos más elementales. Se trata de doña Mary, por ejemplo, la señora que sirve en la comida corrida de la esquina de mi casa, todos los días. La misma que me regaña si como poco y que, de vez en cuando, desaparece. “Se fue a Acapulco”, dice don Joaquín, el dueño del lugar, bromeando cada vez que doña Mary se deprime y tiene que pasarse varios días en cama, reponiéndose de la realidad que la aplasta y no la deja vivir en paz. “Se fue a Acapulco”, cuando la asaltan en la calle y le roban la quincena, entonces tiene que pensar en la manera de viajar y comer los días siguientes. “Se fue a Acapulco”, cuando el médico le receta unos medicamentos que no se puede comprar.
La verdad, es que Acapulco no existe para doña Mary. Y que probablemente nunca existirá. Porque las políticas que de empleo y de recaudación de impuestos en determinados sectores apuntan, parece, contra el trabajo y el trabajador antes que ninguna otra cosa. Sí hasta el Instituto Mexicano del Seguro Social quiere exigir a los empleadores que incorporen las propinas a los salarios, con el objetivo final de aumentar la recaudación del organismo. Un mesero promedio mexicano gana mil 300 pesos al mes. Y puede llegar a conseguir hasta 5 mil de propinas, dicen. Si realmente ese dinero se incorporara al salario oficial, le descontarían poco más de mil 550 pesos del INFONAVIT y el IMSS. Más 250 pesos de ISR y otros 125 pesos del impuesto sobre la nómina. Eso quiere decir que acabarían descontándole una suma cercana a los dos mil pesos. Un dinero que, desde luego, esas personas no están en condiciones de dar.
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