Lo que los políticos dicen...
y lo que no deberían decir.
¿Será acaso que el presidente Vicente Fox se convirtió en un globalifóbico más? Quién sabe si sea del todo cierto lo que afirmó ayer en su columna “Ricos y poderosos” el periodista Marco de Mares. Dijo que “Fox decidió ya no pronunciar discursos vacíos, sino hablar con la verdad a todo volumen frente a las naciones poderosas del mundo que abogan por el libre mercado, pero practican el más acabado de los sistemas proteccionistas y anticompetitivos”. Pero sí es cierto que en la apertura de esta cumbre de la Organización Mundial de Comercio, en Cancún, esta semana Fox dijo lo que muchos no se esperaban. Habló de que las actuales “condiciones del comercio mundial profundizan las divisiones y desigualdades entre los países y sus sociedades”. Y también exhortó a las 146 naciones participantes a realizar las gestiones y el consenso necesarios para la eliminación de los subsidios a los productores agrícolas, un hecho que ha aumentados las desigualdades entre las naciones desarrolladas y las que están en vías de. Estados Unidos, sin ir más lejos, no quiere saber nada de quitar los subsidios a los granjeros, porque bien sabe que de tomar una medida así, se les inundaría el mercado de competitivos productos extranjeros. Por una cuestión netamente geográfica, México se vería muy beneficiado en ese caso. Y ellos tendrían de repente a miles y miles de personas casi desocupadas con las que no sabrían qué hacer.
Pero es inevitable hacerse ciertas preguntas al respecto. ¿Qué es ser globalifóbico? ¿Para qué sirve? ¿Alguien te paga por eso? Vimos en la televisión a miles personas protestando en las calles de Cancún, Quintana Roo. Los vimos pelear con la policía, destruir contenciones de metal, gritar desaforadamente y... ¿para qué? Para que las empresas multinacionales más poderosas del mundo no sigan con sus políticas opresión y hasta esclavitud en algunos casos, como el del Nike con sus obreros-niños.
También para que los países más ricos acaben de comprender que si es necesario prestarle dinero a los más pobres es, en buena medida, porque fueron justamente ellos los que orillaron a esas naciones a la debacle económica y, en algunos casos, moral. Ahí está el casi del FMI teniendo que “perdonar” la moratoria Argentina y renegociando la deuda de ese país sin poder exigir el aumento de las tarifas ni la indemnización a los banqueros que devolvieron el dinero a los ahorristas. Afortunadamente, ahí no hubo un Fobaproa.
Hasta ahí estamos de acuerdo, sí. Los que debemos preguntarnos es si realmente los representantes de los 146 países aquí reunidos toman en cuenta las protestas callejeras, el espectacular harakiri que se hizo el ciudadano coreano delante de las cámaras de televisión o el local de Pizza Hut destruido el jueves. Todos estamos de acuerdo con el derecho que tienen los gabalifóbicos a manifestar sus opiniones y su desacuerdo sobre la marcha del comercio mundial. Pero ¿tienen derecho a romper tiendas, dañar propiedades? ¿Es justo cometer un delito para protestar en contra de la desigualdad? ¿Cuál de las dos cosas es más grave?
El ex presidente Ernesto Zedillo auguró el fracaso de esta cumbre días antes de que comenzara siquiera. Lo hizo basándose en el rechazo tanto de Estados Unidos como de la Unión Europea para eliminar los subsidios agrícolas. Quizá, Zedillo tenga razón. Quizá sea francamente imposible contrarrestar los efectos de esta globalización imparable.
Quizá habría que preguntarse por qué los globalifóbicos quieren sólo la parte buena de la globalización: las compañías de comunicaciones rodeando el mundo (email-llamadas de larga distancia, satélites, etc), los vuelos internacionales a la orden del día (el mismo coreano suicidado había entrado a México en un vuelo internacional el 7 de septiembre). ¿Quiénes pagan esos boletos de avión para miles de personas que se desplazan de una punta a la otra del planeta parar participar en estas manifestaciones?
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