Lo que los políticos dicen... y lo que no deberían decir.
¡Dios salve al cardenal!, han de estar rogando los amigos de Juan Sandoval Íñiguez, quien es investigado por la Procuraduría General de la República, al estar presuntamente involucrado en asuntos de lavado de dinero.
Sucede que la primera quincena de noviembre se reunirá la Asamblea Episcopal y Sandoval Íñiguez amasaba sus ilusiones de llegar a la presidencia de ese organismo eclesiástico. Sin embargo, a raíz de esta investigación, la cúpula no verá con buenos ojos sus acciones y cualquier buen acto del pasado se verá opacado por esto turbulento presente.
Acorralado por su ira, Sandoval cometió un acto imprudente esta semana. Fue a la delegación en México de la Organización de las Naciones Unidas y acusó al gobierno foxista de persecución y de posibles violaciones de los derechos humanos y las garantías individuales.
El cardenal de Guadalajara dice que el gobierno se está vengando ya que lo ha criticado duramente. Pero Sandoval no midió las consecuencias de tanto escándalo y tanto enojo. No se dio cuenta de que repeler la investigación era como serruchar para siempre el ascenso en la Conferencia Episcopal de México (CEM) y que, desde luego, ese es un asunto que difícilmente tenga vuelta atrás.
¿Cómo es posible que el cardenal no se haya dado cuenta de que dejar que la investigación avanzara y que incluso ayudar a que se resolviera lo antes posible, era lo más conveniente para sus intereses? ¿Cómo es que no vio que quejarse por una investigación es ante la vista de todos, el indicio más claro de que hay cosas qué ocultar? A Sandoval Íñiguez le convenía más ser investigado y absuelto (eso, claro, si es inocente) que impedir la investigación. Porque a la hora de elegir un nuevo jerarca para la iglesia, no es bueno pensar en un sospechoso de lavado de dinero.
Es verdad que él era un fuerte candidato para suceder a Luis Morales. Pero ahora otros nombres suenan en su lugar: Mario de Gasperín, de Querétaro; Felipe Arizmendi, de San Cristóbal de las Casas; Lázaro Pérez Jiménez, de Celaya.
Desde 1994, cuando ingresó al denominado Club Roma (un grupo sacerdotal con claros manejos políticos), apoyado por el entonces nuncio Girolamo Prigione, Sandoval tenía aspiraciones de jerarca. Y cuando en octubre de ese mismo año fue ordenado cuarto cardenal de Jalisco, comenzó a impulsar su candidatura a la CEM.
Pero siempre se encontró con un gran tope: Norberto Rivera Carrera, el arzobispo primado de la ciudad de México. Ambos habían acariciado también su candidatura para suceder al Papa Juan Pablo II. Aunque ciertamente nunca sabremos cuán cierto era eso de que un mexicano podría llegar a ese lugar.
Una cofradía de amigos salió en defensa de Sandoval. El obispo de Ecatepec Onésimo Cepeda, fue uno de ellos, al decir que “en México los derechos humanos defienden a los malos, nunca a los buenos (...) se puede defender a los buenos perfectamente bien cuando no permites que las acusaciones no salgan en los diarios, difamando y calumniando a las personas, antes de que se abra una investigación en el proceso. Es una canallada”.
Y también Alejandro Zapata Perogordo, secretario de Acción de Gobierno del Partido Acción Nacional, quien aseguró que ponía “las manos en el fuego” por Sandoval. Y dijo que la investigación era “un trámite”. Pero no tuvo nada contundente que decir cuando le preguntaron acerca de las acusaciones de Sandoval en contra del secretario de Gobernación Santiago Creel y del mismo presidente Fox, diciendo que se trataba de una venganza.
Una y otra vez cabe hacerse la misma pregunta de siempre... ¿si la gente no tiene nada qué ocultar, por qué se enoja tanto si la investigan?
Hay curitas de pueblo que dan su vida a los feligreses necesitados. Y hay sacerdotes que ven en la iglesia una escalera de poder eclesiástico y político. ¿A cuál de los dos bandos cree usted que pertenece Sandoval?
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