La ley del ojo por ojo que aplica desde hace tiempo la agrupación terrorista Al-Qaeda, no es más que el previsible resultado de una violencia igual propiciada por los Estados Unidos de Norteamérica.
La “caja de Pandora” ha sido abierta, pues, y buena parte del mundo padece ahora las consecuencias de la ira. Suena bíblico y también apocalíptico, sí, pero es más o menos cierto.
Desde el atentando en las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de Septiembre de 2001 –donde murieron tres mil personas- y la posterior de EU a Afganistán, una serie de atentados cubran muchas otras vidas.
Al-Qaeda, dirigida por Osama Bin Ladem, planea sencillamente seguir sembrando el terror del mismo modo que Estados Unidos lo ha sembrado en cada una de las supuestamente heroicas incursiones en el mundo Árabe.
Es difícil imaginar a la persona capaz de administrar justicia en tan compleja situación, donde unos y otros por creerse víctimas se convierten en sangrientos victimarios.
Lo cierto, es que desde hace más de un año, cualquier cosa en el mundo que huela a las fuerzas aliadas de Estados Unidos e Inglaterra (que también invadieron Iraq), se ha convertido en blanco seguro. Bancos, sinagogas, no importa. Lo que sea estará bien para Al-Qaeda. Porque cualquier cosa estuvo bien para las tropas aliadas a la hora de sembrar el terror en los territorios que invadía. Y la supuestamente terminada guerra de Iraq muestra que el final está muy lejos todavía.
Hace un par de días, cuando George W. Bush visitaba el Reino Unido daba muestras de lo que para él resulta ser un rasgo de inteligencia, evidenciando, en realidad, ninguna otra cosa más que su costado cínico. Setenta mil personas se manifestaban en su contra. Y él, en conferencia de prensa, sencillamente dijo: “me da gusto ver que aquí practican acérrimamente la libertad de expresión”. Buena puntada la de los manifestantes que emularon el acto de derribar la estatua de Saddan Husseim en Bagdad, pero esta vez con una imagen del presidente de Estados Unidos en Londres.
Pero, puestas teatrales aparte, las cifras de esta guerra (toda la guerra, la que empezó hace años y con diferencias de tiempo y de lugar aún no termina) son desesperantes.
El 11 de Abril de 2002, una bomba en una sinagoga de Djerba mató a 21 personas. El 12 de Octubre del mismo año, un atentado en una discoteca de Bali mató a 202 personas. Y el 28 de Noviembre, 17 personas mueren a causa de actos suicidas frente a un hotel en Kenia.
En este año 2003, las ofensivas terroristas han recrudecido de manera pavorosa. El 12 de Mayo, 35 muertos en una serie de atentados en Arabia Saudita. El 16 del mismo mes, 45 personas perdieron la vida en atentados en diferentes instalaciones de Casablanca, en Marruecos. El cinco de Agosto 12 muertos en Indonesia. El 29 del mismo mes, 80 muertos en Iraq, cuando la guerra supuestamente había terminado. Y este mes de Noviembre quedará en los libros de historia. El día ocho un atentando en un área residencial en Arabia Saudita, mató a 18 personas. El 12, suicidas hicieron detonar explosivos en el cuartel general de las tropas italianas en Nasiriya, Irak, donde murieron 28 personas. El 15 de este mes, 25 muertos en Estambul. Y el día 20, cerca de 30 muertos también en Estambul, por otro atentando. En la suma de estos atentados, además de los muertos, hubo cientos y cientos de heridos.
El Mundo árabe le está cobrando a los turcos su cooperación con las tropas aliadas de Estados Unidos e Inglaterra (ahora incluso mandará tropas para colaborar con la ocupación en Iraq) y sus no tan ocultos deseos de incorporarse a la Unión Europea.
El mundo occidental ha provocado de tal manera al de oriente, que será casi imposible detener esta ola de violencia y muerte. Sencillamente porque ninguno de los dos bandos dejará de cobrar a su adversario siempre el doble de lo sufrido.