Semana fatal para la política mexicana. Nada más patético que políticos peleando por intereses personales, por cuestiones de protagonismo, de egocentrismo barato. Hace ya mucho que los actores políticos latinoamericanos le hicieron trampas a la democracia, porque fueron elegidos democráticamente, pero ahora se sirven de ella, en vez de servirla.
Chismes de vecindad. Andrés Manuel López Obrador, perredista jefe del gobierno del Distrito Federal, denunció al senador panista Diego Fernández de Cevallos por “tráfico de influencias”. Diego se enojó y le respondió que eran vergonzosas las formas que usaba López Obrador. Porque “el país reclama funcionarios serios y no payasos”.
Así anduvieron, echándose uno al otro frases que ellos creían ingeniosas. También dijo Fernández que sabe que tiene muchos oponentes en la política, no sólo los que le tiran duro desde Los Pinos, o desde la disuelta organización Amigos de Fox. Entonces, simplemente concluyó en que los va a “agarrar de a uno”. Y que, si es por él, “que vayan haciendo fila”.
Entonces, apareció en escena la perredista Rosario Robles, a decir que el senador panista “es un bravucón de esquina”. Pero que si se sigue metiendo con el jefe del Gobierno del DF, “pues que no se olvide que López Obrador tampoco está manco”.
Los políticos se abusan de la mala memoria que tenemos. Y abusan también de su capacidad para el cinismo. Ante cualquier escándalo, ellos, simplemente, fingen demencia. Dicen que no son pintores cuando los vemos pintados. Nos niegan en la cara que se ríen de nosotros. Y lo hacen riéndose, claro está. Piensan que no somos capaces de ver sus mentiras mal mentidas, su campechana desvergüenza.
Para demostrar que esto es cierto, no hace falta más que echar un vistazo a las listas plurinominales que el PRI terminó de definir esta semana con vistas a las elecciones del próximo seis de julio.
Los priistas de abolengo tuvieron la genial y tradicional idea de meter a sus hijos y parientes como candidatos a una diputación. “Regalos del día del niño, que le han hecho a los bebesaurios del PRI”, como les dice Katia D´Artigues. Ahí están: Federico Madrazo, hijo de Roberto Madrazo (líder del PRI); Alejandro Murat, hijo de José Murat (gobernador de Oaxaca); Hugo César Olivares Velasco, hijo de Héctor Hugo Olivares Ventura; Óscar Rodríguez, hijo de Rafael Rodríguez Barrera y también Claudia Ruiz Massieu, hija del asesinado José Francisco Ruiz Massieu y Adriana Salinas de Gortari (sobrina del ex presidente).Todos ellos serán candidatos titulares o suplentes para una banca en el Congreso de San Lázaro.
Yo los entiendo. Los políticos tienen razón. ¿Por qué habrían de preocuparse por guardar las apariencias si, finalmente, nosotros, el pueblo, nos cansamos de odiarlos y al cabo de un tiempo ya ni queremos saber lo que ellos hacen?
El odio, el enojo, la ira y la depresión son sentimientos que cansan más a quien los experimenta que a quien los recibe. Todos acabamos por deshacernos de ellos aun sin tener un verdadero motivo para cambiar de parecer, porque nadie soporta vivir durante mucho tiempo en el auténtico hastío. Por eso, finalmente, muchos políticos hacen lo que quieren. Porque se saben impunes.
Sin embargo, tiene toda la razón el escritor Javier Marías cuando dice que hay un sentimiento irreversible, duradero y muy firme... que es el desprecio. Pobres los políticos que no le tienen miedo a eso. Porque el desprecio es menos escandaloso que todos los anteriores. Nadie hace berrinches por desprecio. Pero es un sentimiento hondo, pausado, morboso. No hay que despreciar a alguien a cada minuto para mantener viva la sensación; uno puede despreciar a lo largo de los años casi sin ningún esfuerzo. “Por eso, el desprecio es definitivo, creo”, dice Marías.
Y muchos políticos no cuentan con eso. No lo restan de sus votos a la hora de las especulaciones, no lo ponen en la balanza a la hora de las candidaturas. No entienden, que cuando los despreciamos, los estamos condenando de por vida.
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