Esto no puede quedar así. Algo tendrá que hacer George W. Bush si sus intenciones son las de ser reelegido en el cargo. ¿Un ataque terrorista dentro de territorio estadounidense? Pudiera ser. La vapuleada que le han dado en la 58 Asamblea General de las Naciones Unidas no tiene parangón con ningún otro episodio en que los Estados Unidos de América se hayan visto envueltos. Con expresión compungida el máximo líder mundial es enviado a casa con las manos vacías. ¿Es esto creíble? Me imagino que apenas llegó a la sala oval, echando fuego por los nueve orificios corporales, se dio cuenta que necesita elaborar una estrategia diferente. La destrucción de las torres gemelas que albergaba el World Trade Center dieron lugar a un estado de ánimo en que prevaleció la congoja mundial permitiéndole, sin que nadie se atreviera a impedirlo, agredir rabiosamente a quienes era lógico que no pudieran responder. Eso pasó ayer.
Hoy, la bofetada se oyó en los rincones más remotos del planeta llamado Tierra. La mejilla debió arderle como si le hubieran puesto un hierro candente. La soberbia dio paso a un sentimiento de desaire, que le produjo un deseo de motejarlos de ingratos, olvidadizos y egoístas. Se atrevieron a decir que no darán ayuda militar ni económica para la estabilización de Iraq. Lo raro es que ese asunto se hubiese expuesto en un foro abierto. La pregunta que vale hacerse es: si le iban a dar un no ¿para qué abrir el tema a discusión? En caso contrario, si ignoraba lo que le dirían, es que algo anda mal en su servicio diplomático. De cualquier modo que haya sido, George W. Bush debe estar al tanto de las consecuencias que en el ámbito internacional le puede ocasionar este desprecio. Y en el entorno doméstico, imaginemos que puede pensar el elector cuando antes de depositar su voto en la urna, sopese con que facilidad es fustigado su líder. No le quedó de otra que soportar estoico le negaran los recursos solicitados, se le criticara acremente la agresión a Iraq y se le pidiera, con cierto tufo a exigencia, dar marcha atrás a la estulta doctrina del ataque preventivo.
Les ha restregado en el rostro la ayuda que Estados Unidos de América les proporcionó en la Segunda Guerra Mundial, a la Francia ocupada y a la Alemania de la post guerra, les hace conocer su poderío bélico pretendiendo les tiemblen las corvas y los seduce con sobrados préstamos poniendo en sus ojos una especie de fulgor. Y nada. Los teutones y los franchutes están seriamente enfadados. Ahora que, tomando en cuenta la manera en que se dieron los acontecimientos, que desembocaron en un olvido a la presencia de otros países a los que se les faltó al respeto, convirtiéndolos en el hazmerreír de la comunidad internacional, es comprensible que los integrantes del Consejo de Seguridad estén sumamente dolidos. No es para menos. Los Estados Unidos de América los humilló. Atacó a Iraq sin su consenso, cuando le habían anticipado que se opondrían. Lo que más les molestó fue la arrogancia de Bush. Al tomar la decisión unilateral de atacar pintó en la pared a las demás naciones.
En estos días lo que más preocupa a la humanidad es que, de aquí en adelante, este mundo tenga que navegar en los espacios siderales sujeto a las reglas de la fuerza, las que obviamente no están elaboradas dentro de un espíritu comunitario, ni se fundan en un conjunto de normas jurídicas. En fin, lo que sigue promete ser alucinante. La única manera de poner un alto a las aspiraciones hegemónicas de cualquier país que le haya dado por brincarle las trancas a las Naciones Unidas es su supeditación inmediata y forzosa al imperio de la ley. Es, desde luego, la manera civilizada de responder al reto de la barbarie. En este contexto me pongo a pensar ¿qué pasaría si la guerra preventiva, que propala el gobierno de la Unión Americana como un derecho, fuera calificada por la ONU como un crimen internacional, sometiendo a la nación culpable a un tribunal militar ad hoc? El tiempo está cerca.