Ayer había grandes cosechas, hoy se cultiva unas cuantas hortalizas
CD. LERDO, DGO.- Don Luis Gallegos conserva en su casa un pedazo de piedra que encierra parte de la historia de San Carlos, ejido del municipio de Lerdo.
“Aquí había una hacienda y alrededor de la hacienda había un muro; cuando lo quitaron, yo me quedé con un pedazo... ahí dice desde cuándo está este rancho: 1809”, cuenta el anciano, uno de los hijos de los ejidatarios originales, de los cuales, aclara, ya sólo queda uno.
Según dicen, la Hacienda pertenecía a José Ángel López Navarrete. Años después de la revuelta de 1910, los agraristas triunfaron en toda La Laguna y las tierras fueron repartidas el 1936, instaurando así el régimen ejidal.
Carlos Real es el nombre del pueblo que se creó después del reparto, a un lado de San Carlos y es el nombre también de un general post revolucionario que ayudó a los campesinos a construir el ejido.
Sólo el recuerdo queda de aquellos tiempos de las grandes cosechas del trigo y del tomate. Hoy sólo se cultivan forrajes, muy poco maíz, unas cuantas hortalizas y nopales. Pero, la gran mayoría de los jóvenes y adultos menores trabaja en la marmolera, que se encuentra a escasos kilómetros del lugar.
Los pocos campesinos que quedan, cultivan sus parcelas con el poco líquido que les llega desde el río Nazas a través de los canales. El sacrificio es muy grande, a decir del señor Gallegos: “Antes nos llegaba el agua de a montones, pero ahora, desde que construyeron la termoeléctrica de Villa Juárez... toda se la chupa la planta”, comenta.
Para poder regar sus sembradíos, algunos labriegos cargan en tinas el agua y surco a surco, vierten el elemento sobre la tierra sedienta.
Lo poco que levantan lo venden en el mismo pueblo a gente que, posteriormente, en camionetas, lo revende en otras partes del municipio.
La labor no es muy redituable ya. Además, la situación empeora por la presencia de rateros que habitualmente brincan de tierra en tierra para hurtar parte del producto del trabajo de los campesinos.
Aunque San Carlos conserva en términos generales su fisonomía original, los nuevos asentamientos, generados a raíz de la venta de las tierras a ciudadanos pudientes de Torreón, han modificado un poco el paisaje. Desde hace ya algunos años, citadinos han fincado casas de campo en este pintoresco sitio.
Las calles, sin pavimentar la mayoría, lucen retorcidas y dan la impresión al transeúnte, de encontrarse en un laberinto. Nogales, higueras, pinabetes y otros árboles forman parte de la decoración natural del lugar. “Así como ve, antes estaba más verde, cuando todavía había mucha agua”, expresa Doña Chelo, vecina del ejido.
La humedad se siente en todos los rincones, sobre todo ahora, que tiene poco que llovió. Como vestigios del temporal quedan los charcos fangosos, los nidos de mosquitos y diminutas alimañas. “Lo bueno es que ya pusieron pavimento en algunas calles, porque antes, eran lagunas grandísimas las que se hacían”, dice la señora Chelo.
Ni San Carlos ni Carlos Real cuentan con el servicio de drenaje. De acuerdo a lo que explica la entrevistada, algunos de los habitantes del primero se opusieron a la instalación del alcantarillado, porque eso implicaba que sus casas debían perder espacio en la parte de enfrente.
“Como aquí cada quien se puso como quiso, sin ningún orden de calles, agarraron el terreno que pensaron que les tocaba... y para poner el drenaje, pues se necesita que las calles estén bien trazadas”, argumenta.
Pero en Carlos Real, dicho trazo sí existe y el servicio no ha sido introducido, no obstante que las colonias aledañas de Álvaro Obregón y Centauro del Norte, al otro lado de las vías del ferrocarril, ya cuentan con él.
La pobreza no es extrema en estos poblados del municipio lerdense, aunque sí latente. El primer domingo de cada mes, los habitantes de estos ejidos hacen sus asambleas para exponer alternativas de solución a los principales problemas que padecen.
Atravesando la ampliación de las parcelas, entre unas pequeñas milpas, todavía se puede apreciar la base de piedra del muro de la antigua hacienda. “Otro día que venga, le enseño la parte que yo tengo”, dice Don Luis Gallegos.
Los dueños de la calle... y de los campos
En los ejidos San Carlos y Carlos Real, la creciente inseguridad ha modificado la vida de los lugareños.
Una vecina, que prefiere mantenerse en el anonimato, denuncia que por las noches “ya no se puede andar caminando”. Lo anterior debido a que grupos de jóvenes del mismo poblado y de colonias de Torreón y Lerdo, como San Joaquín y El Huarache, se juntan a consumir enervantes y se dedican a asaltar a las personas que cerca de ellos pasen.
“También a plena luz del mediodía hacen sus fechorías”, manifiesta otro poblador. Y explica que los camiones surtidores de las misceláneas son blanco común de estos pequeños delincuentes.
“Muy cerca de la escuela tienen ellos su guarida, ahí se drogan y se emborrachan mientras los niños salen de sus clases”, expresa otro habitante.
Pero eso no es todo. Una campesina se queja de que esos jóvenes “se meten a las parcelas a robarnos las cosechas y luego, los cínicos, nos las quieren vender a nosotros mismos”.
A pesar de que en numerosas ocasiones han notificado a la policía, los problemas aún persisten