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La burla electoral

René Delgado

Como muchos otros sucesos, los partidos políticos están abriendo un debate sin querer: ¿De quién son los partidos? ¿De quién son los ciudadanos? ¿Los partidos son de los ciudadanos o los ciudadanos son de los partidos? Hasta ahora, la ciudadanía no ha dejado sentir su peso y postura. En forma aislada, en movimientos muy localizados y con liderazgos que se agotan en el límite de la demanda en turno, la ciudadanía ha manifestado, sin decirlo, su inconformidad y descontento con los partidos. Detrás de la vocinglería de esta o aquella otra protesta, acción o movimiento, se lee que los partidos son ajenos a las demandas y necesidades ciudadanas. No son las organizaciones políticas el canal por donde encuentre expresión, participación y solución el malestar ciudadano.

En el contraste, las formaciones políticas tienen posturas muy firmes en ese debate sordomudo. La primera de ellas establece claramente que los partidos son de una élite reducida, no de la militancia en su conjunto y mucho menos de la ciudadanía. La segunda, los ciudadanos son instrumento de los partidos y no -como reza la teoría- los partidos son instrumento de la ciudadanía. La tercera, en el mejor de los casos, la ciudadanía es carne de boleta y obligado patrocinador económico de la ambición de los partidos. La cuarta, obviamente los ciudadanos son de los partidos y no a la inversa. La quinta es terrible, se transita de la democracia incipiente a la partidocracia en crisis.

Ese divorcio entre partidos y ciudadanos, hasta ahora, se ha manifestado como un mero desinterés en acortar la distancia entre ellos y, probablemente, cobrará forma de abstencionismo en la próxima elección. Sin embargo, de seguir las cosas como van, ese divorcio podría terminar provocando una ruptura en los canales institucionales de la participación política ciudadana y, entonces, las formas de expresión podrían adquirir tintes violentos.

*** El desarrollo de la campaña electoral intermedia es elocuente al respecto. Absurdamente, los partidos políticos muestran un profundo desinterés por los comicios.

En su conducta, los partidos dejaron ver a las claras un hecho: están conscientes de que la actual composición de la Cámara de Diputados no tendrá una variación considerable y, entonces, focalizaron su interés en dos vertientes. Una, basar en una mera estrategia mercadotécnica el afán de preservar el número de votos y curules que actualmente tienen, desentendiéndose por completo de la formulación de una propuesta política de fondo, atenta a la circunstancia nacional. Otra, aprovechar la coyuntura electoral, no para competir entre ellos, sino para competir dentro de ellos. En el proceso de selección de candidatos, se dio la verdadera disputa por el control de la dirección y la estructura de cada uno de los partidos. Dentro de los partidos se dio la pelea entre las distintas corrientes internas o grupos para ganar posiciones y fuerza de cara a la elección presidencial del 2006. Dejan ver su profunda creencia en el presidencialismo y, en esa medida, la competencia entre los partidos por la legislatura es nada frente a la competencia dentro de los partidos por el control de la dirección y la estructura.

Ese concurso interno fue (así, en pasado) lo relevante del actual proceso electoral y, en él, la ciudadanía fue el convidado de piedra o, peor aún, el idiota -en el sentido clásico de la palabra- que participó en un juego donde de antemano estaba expulsado.

*** Desde esa perspectiva, la elección intermedia se ha convertido en la pantalla de la disputa al interior de cada partido político por el control de su dirección y estructura.

Sin embargo, la perversión de la elección federal tiene un problema. El convertir los comicios en una batalla dentro de los partidos y no entre los partidos, es el siguiente: a San Lázaro no llegarán los mejores hombres y mujeres de las organizaciones políticas, sino quienes aseguren representar a la corriente partidista que los llevará a sentarse en la Cámara de Diputados. Ese asunto va a provocar una paradoja: aun cuando la correlación de fuerzas en el órgano parlamentario se mantenga en sus términos actuales, el perfil y el carácter político de quienes pasen a ocupar los asientos podrían dificultar las negociaciones en torno a las reformas que el país exige. No será más de lo mismo, sino peor de lo mismo.

A causa de la disputa por el control de la dirección y la estructura de los partidos políticos, las formaciones políticas no partieron de la idea de integrar grupos parlamentarios cohesionados. Nada de eso, a San Lázaro llegarán, no representantes populares, sino representantes de las distintas corrientes que hay en los partidos. De ese modo, al difícil entendimiento entre las fracciones parlamentarias se añadirá el entendimiento dentro de las propias fracciones parlamentarias. Los coordinadores parlamentarios serán, en el mejor de los casos, los coordinadores de las distintas coordinaciones que habrá dentro de cada fracción parlamentaria.

La lealtad de esos diputados no sólo no va a estar con los ciudadanos, sino tampoco con sus propios partidos. Estará con el grupo del partido que lo sentó en la curul y, en ese sentido, la legislatura podría resultar más problemática que la anterior.

*** Muestra cabal del desinterés de los partidos políticos por integrar una mayoría parlamentaria, son los anuncios de los dirigentes del PAN y el PRD, Luis Felipe Bravo y Rosario Robles, sobre los presidenciales que sus respectivas formaciones tienen. Y, a esos anuncios, se agrega el desbocamiento de Francisco Labastida.

Parece una locura que, justo cuando se trata de impulsar la campaña de los diputados, Bravo y Robles salgan con la baraja de sus precandidatos presidenciales. Pero ese asunto se explica en la lógica de ir ablandando y, si se puede, eliminando dentro de sus respectivos partidos a quienes quieren anotarse en esa otra competencia, sin la autorización y la bendición del grupo que controla al partido.

El nombre de ese juego es hacer valer y fortalecer al grupo hegemónico dentro del partido y descontar o ablandar, desde ahora, con tres años de anticipación, a quienes tengan la tentación de registrarse como precandidatos presidenciales sin estar en el horizonte del grupo dominante del partido.

*** En esa lógica, lo interesante de que el panista Luis Felipe Bravo destape a Santiago Creel, Francisco Barrio, Felipe Calderón, Josefina Vázquez Mota y hasta Carlos Medina Plascencia, no estriba en los nombres que incluye sino en los que excluye desde ahora. Notoriamente, Marta Sahagún y Diego Fernández de Cevallos. Muy poco importa que la lista de posibles candidatos presidenciales de Luis Felipe Bravo contenga nombres sin la menor posibilidad de abrigar esa aspiración. Lo importante es que, desde ahora, quiera descartar al jefe Diego y a la jefa Marta. Con Vicente Fox, Acción Nacional ya probó a qué sabe que el candidato escoja al partido y no que el partido escoja al candidato y el pobre de Luis Felipe Bravo quiere, desde ahora, curarse en salud, aun cuando su liderazgo sólo aparezca en los estatutos del partido.

En la misma lógica, lo interesante de que la perredista Rosario Robles destape a Andrés Manuel López Obrador y a Ricardo Monreal y rellene la lista con Lázaro Cárdenas y Leonel Cota Montaño es que deje fuera, desde ahora, a Cuauhtémoc Cárdenas. La lectura entrelíneas de ese anuncio de Robles deja bien claro que los problemas de ella con el ingeniero no sólo se profundizan sino que la lideresa está ya haciendo alianzas con Andrés Manuel López Obrador. Ahí se explica porqué el ingeniero Cárdenas se encarga desde el extranjero de despostillar la popularidad de López Obrador y de hacer sentir que las siglas del PRD no se cifran en el nombre de Andrés Manuel López Obrador. Es impresionante pero la realidad es ésa: quien vulnera las posibilidades del más viable candidato presidencial del PRD, es el tres veces derrotado el ex candidato presidencial del PRD, el mismo que no consiguió enriquecer sus propias posibilidades gobernando la ciudad que hoy gobierna Andrés Manuel.

Por último está el caso de Francisco Labastida que en su afán de restarle posibilidades a Roberto Madrazo destapa a todo aquel que se deja. Ya destapó a Arturo Montiel que, aun cuando no logra gobernar el Estado de México, cree fervientemente que puede gobernar el Estado mexicano, y ya destapó al sinaloense Juan Millán que, en realidad, muy poco tendría que agradecerle el favor a Labastida. Y es que los destapes de Labastida tienden a convertirse en esos besos del diablo que, obviamente, nadie quiere recibir. A su vez, Roberto Madrazo en su deseo de asegurar desde ahora la candidatura presidencial juega, increíblemente, no a reagrupar al PRI sino a dividirlo y a fortalecer sólo a su grupo. Finta, golpea y resta, es su divisa. Sin embargo, Madrazo no logra ni siquiera someter a Isidro Pastor que, cada tercer día, pide su renuncia.

Todos los partidos juegan a precipitar el 2006, como si antes no hubiera tres años de por medio.

*** Si al desinterés de los partidos por la elección intermedia se agrega la campaña mediática que despliegan, la ciudadanía debe también tomar nota de la burla de que es objeto.

Los spots radiofónicos del PRI, aparte de constituir un increíble ejercicio de desmemoria, constituyen una verdadera burla a la ciudadanía. En el afán de “exhibir” a su adversario en el gobierno, sea el nacional o el local, la ciudadanía es objeto de escarnio. Esos spots, si se quiere, logran golpear al adversario político, pero se llevan de por medio a la ciudadanía. Son chistositos, si se quiere, nomás que el objeto del chiste es el ciudadano.

A su vez, Acción Nacional ha hecho del eslogan “quítale el freno al cambio” un absurdo. Vistos los pleitos entre Diego Fernández de Cevallos y Vicente Fox, vista la descalificación que los más distinguidos cuadros del partido han hecho de su compañera Marta Sahagún, “quitarle el freno al cambio” sería eliminar al PAN o eliminar a la actual Presidencia de la República. En muy buena medida, el freno en la acción del gobierno está dentro del gobierno y dentro del partido en el gobierno.

*** El debate que sin querer han abierto los partidos políticos muy lejos está de manifestarse en términos civilizados y, curiosamente, está socavando a la democracia mexicana, una democracia que, lejos de delinear su perfil, lo desfigura.

Los partidos pueden seguir jugando con la idea de que la política es patrimonio de una élite en el poder y la de que la ciudadanía es una extensión de esa propiedad, pueden incluso pervertir la democracia en una partidocracia y ésta en una grupocracia, la cosa está en que el malestar social opera como la hidráulica: encuentra, como el agua, invariablemente por dónde correr.

Si los partidos no cumplen con su responsabilidad política, que no se quejen después de la apatía ciudadana, ni se desgarren las vestiduras por la descompostura política, económica y social que están empeñados en promover.

Como ya se ha dicho más de una vez, es una absurda paradoja que ahora que ya se puede elegir, no haya de dónde escoger.

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