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La cena de Sofía

Guadalupe Loaeza

El martes Sofía organizó una cena con sus más íntimos amigos. El objetivo de este encuentro tan urgente sería hablar y analizar acerca de los libros de Martita. No me vayas a fallar porque vamos hablar del reality show del que todo mundo está hablando. No se te vaya olvidar tu libro. ¿Lo subrayaste? ¡Ah, qué bueno! Nos vemos en punto de las nueve. Cháu!

Por parte de Sofía, ya había hecho la tarea. Muchísimos fragmentos del texto de su ejemplar, todo sudado y hojeado, estaban subrayados con un grueso plumón; unos en amarillo, otros en verde y los que consideraba más significativos, en rosa fosforescente. Una vez que cotejó con Carmina la cocinera que la carnicería ya había mandado los tres kilos de filete y que La Europea ya había enviado los vinos, revisó una vez más lo marcado en La Jefa. Quería lucirse; quería demostrarle a los del grupo, que además de ser una lectora rigurosa, era sumamente perspicaz. Se puso sus anteojos. Abrió su libro, emitió un suspiro y con todo cuidado leyó en la página 77 acerca de la relación platónica o no, que La Jefa sostuvo, cuando estaba casada y era la vocera de Guanajuato, con el publicista Alejandro Torres.

Cada mañana, Alejandro -que estaba casado con Maribel y tenía hijos con ella- le traía a La Jefa chocolates de Sanborn’s, sus preferidos. Ella se apoyaba en su escritorio, mordía la golosina y le convidaba de ella a Alejandro una y otra vez, hasta que se devoraban el regalo ante la vista de todos. Sofía se la imaginaba perfectamente bien, con sus pestañotas y su mirada tierna.

En seguida pasó a la página 82 y releyó: Estoy muy enamorada de Vicente, es el hombre de mi vida, ¿cómo hago para que termine definitivamente con Lilian? -le confió a su mejor amiga. Líneas abajo la lectora observó lo subrayado con rosa, declaración dicha por Manuel Bribiesca: Yo sabía que me ponía los cuernos, me daba cuenta. Estaba extraña, llegaba muy tarde a la casa y se iba de madrugada. (...) Ella dice que yo era violento y que le pegaba. No es verdad, miente, difama. ¿Por qué no hizo una denuncia pública sobre mis golpes. (...) No, ella misma se provocaba los golpes, porque tenía problemas de circulación y después decía que era yo. Y lo peor es que la gente le creía y le sigue creyendo...

De nuevo Sofía suspiró y se acordó de su propia mala circulación. Siguió leyendo la página 120. Respecto a la supuesta enfermera que La Jefa había contratado para Rodri el último hijo de Vicente, lo que aparecía marcado en verde era: ¿Tú vas al cuarto cuando ellos están juntos? Oye, papá, no es una maestra, sino una enfermera. Ella tiene 23 años y Rodrigo 15- remató Lillian ante el mutismo del hombre de su vida y añadió, nuevamente alterada: “Soluciona este problema y sácala de ahí porque te juro que te armo un escándalo”. En relación a lo anterior, la intuición de Sofía le decía que respecto a esta joven ni era una maestra, ni una enfermera: Lo más probable es que se trata de una call girl...

El morbo de Sofía no tenía límites, ¿qué fue lo que subrayó en rosa fuishia en la página 197?: Aunque Lillian anhelaba regresar con Fox y Ana Cristina empezaba a verse a sí misma como la primera dama del país, sólo Marta Sahagún, La Jefa, tendría la astucia suficiente para atrapar al inatrapable. En efecto, como afirmó en su momento José Luis González, “nadie puede competir con ocho horas de sábanas”. Involucrada como estaba en este culebrón, Sofía sabía que González era “El Bigotón”, amigo de Fox desde la época en que ambos trabajaban en la Coca-Cola.

En la página 211, además de haberla marcado casi en su totalidad, había intercalado un papelito escrito con su puño y letra que decía: Este dato es uno de los más importantes. Comentarlo... ¿Por qué lo consideraba tan fundamental? Porque para ella en este párrafo se describía perfectamente bien tanto el perfil psicológico de Fox, como el de La Jefa, había entonces que interpretarlo hasta sus últimas consecuencias: Pero (La Jefa) habló con sus amigas (de la posibilidad de rentar un pequeño departamento) y tomó conciencia de que no era lo más apropiado para ganar la batalla. Tenía que avanzar como un tanque, sin importar lo que dijeran. Ya habían hablado lo suficiente y aguantó sin inmutarse, como cuando elaboró aquella carta que hablaba de ella y de todo lo que había abandonado por él; de sus virtudes, sus sacrificios y su peso providencial en la campaña. Al cabo, decía amenazante la misiva, si Vicente Fox no resolvía el romance a favor de ella, la carta terminaría en los medios de comunicación nacionales. Y Marta María Sahagún sabía muy bien que Fox detestaba los conflictos y los escándalos. Para que el documento tuviera valor, lo hizo firmar por las treinta mujeres más relevantes de Celaya, las mismas que escuchaban sus quejidos, sus intrigas y sus penas de amor. Su amiga Chilo Nieto se la entregó personalmente a Vicente, una noche que éste llegó a Guanajuato. Desde su celular monitoreó la situación y la reacción de su amante. (¡Chácatelas!, exclamó Sofía, no obstante se sabía, casi de memoria la cita).

Cuentan que él la leyó y se quedó mudo. Y con la rapidez que la caracteriza y el impulso que gobierna su vida, agarró sus pocas pertenencias y se instaló en Los Pinos. O en ciudad Sahagún. De ahí nadie se iba a atrever a sacarla. Sofía se quedó muy pensativa y se preguntó: Ni, ¿Ana Cristina? Ni, ¿El Bigotón? Ni, ¿Diego Fernández de Cevallos? No, nadie puede contra La Jefa.

La primera en llegar fue Ana Paula y su marido: Estamos indignados. ¡Pobre país! ¿Hasta dónde nos va a llevar este ridículo escándalo? se preguntó Alberto con una voz muy alarmada. Es fea por dentro. Muy fea. Es capaz de todo, agregó Ana Paula.

Junto a la anfitriona los invitados se fueron instalando en la sala, abrumados por el tema. Pobre de Fox, con este libro su imagen queda totalmente diluida y disminuida. Si yo fuera el marido de esta señora y además presidente, la mandaría muy, pero muy lejos. No es posible, con los problemas que tenemos, que se hable de nuestro país en términos de esa señora, apuntó Alberto.

Ay, ¿cómo no luchó más Lillian para recuperar a su marido? Nos hubiéramos evitado tantos problemas, acotó Sofía con una actitud muy juiciosa.

En ese momento hicieron su entrada Inés y su marido. Sin necesidad de enterarse en qué punto se encontraba la conversación, al unísono exclamaron: ¡Qué nivel! ¡Qué desperdicio de energía! ¡De tercer mundo, pasamos al quinto! Snob como era Inés, no podía dejar de recurrir a su frase de siempre: ¡Qué poca clase! Mientras tanto su esposo dijo con cierta ironía: Con razón Fox recomienda a la gente que no lea...

Sofía iba y venía con la bebida. En esa ocasión no había contratado un mesero, para poder hablar con más libertad. De pronto sonó de nuevo el timbre. Era Paulina con el libro en la mano con muchas banderitas de todos colores, pegadas en las páginas. Con los brazos extendidos lo mostró y canturreó haciéndose la graciosa : ¡Ta, ta, táaaaaan!

He aquí la neta del planeta... Súbitamente hizo su aparición Luis Carlos. De todos era el más juicioso y el más enterado en política. Una vez que se intercambiaron más juicios, sarcasmos y comentarios sobre el mismo tema, el último invitado apuntó: Por eso se escriben libros así, para gente como ustedes. Por eso estamos como estamos y somos como somos. ¿Para esto me invitaste Sofía? ¡Qué lamentable!

¿Se dan cuenta que el país está de por medio? ¿Se dan cuenta el daño que esto le hace al Presidente y por ende, a todos los mexicanos? Lo peor de todo es que esto no hará más que fortalecer a esa señora, ávida de publicidad y protagonismo. Allí los dejo con su morbo y sus tonterías...

Juan Carlos salió de la casa de Sofía, harto, pero sobre todo, muy deprimido.

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