En 1959 yo no había nacido. Así que no viví la revolución cubana. No obstante, a principios de la década de 1980, cuando ingresé a la universidad y cuando ya habían pasado 20 años del régimen castrista, Fidel y su revolución eran algo sagrado. Cualquiera que se preciara o remotamente aspirara a ser, ya no digamos revolucionario, sino liberal a secas, debía amar a Cuba, solidarizarse ?sin miramientos- con el régimen cubano, condenar el bloqueo económico norteamericano, y visitar Cuba ?como quien va a la Meca- al menos una vez en la vida. Hace poco fui a la Habana, y en general mi impresión fue muy poco grata.
Es posible que si hubiera visitado Cuba en los 80 mi sentir hubiera sido distinto. Pero fui el año pasado. Ni Cuba ni yo éramos lo que fuimos. Cuba ya navegaba sola sin el apoyo de la Unión Soviética, y tras décadas de embargo económico pasaba, pasa, por una dura crisis económica que le ha obligado a permitir la entrada de dólares (yo ni siquiera conocí la moneda cubana), lo que agrava el sentimiento de frustración que padece la población. Por mi parte yo ya no era la jovencita universitaria que escuchaba fascinada los discursos marxistas de mi maestro de Historia Mundial. Era, soy, una mujer perteneciente a la clase media (aburguesada dirían seguramente mis excompañeros universitarios) de una sociedad capitalista, que vivió la caída del muro de Berlín y con él muchos mitos, y que ejerce el periodismo de una manera muy libre, gozando de una libertad que construyeron con enormes sacrificios otros y otras antes que yo. Por todo ello mi encuentro con Cuba fue sí una gran experiencia, pero no la que yo había soñado.
Asistí al V Encuentro Iberoamericano Mujer y Comunicación; evento que congregó a periodistas, la mayoría mujeres, de más de 40 países. La organización fue inmejorable, la atención fue digna del pueblo cubano, es decir, cálida, amorosa, y no tuve motivo alguno de queja; sin embargo, si tuviera que describir en una sola palabra cómo me sentí, diría, sin dudar, que me sentí oprimida. La falta de libertad de expresión se respira. Para empezar me llamó la atención que en una de las mesas en la que periodistas cubanas hablaban de los avances en materia de equidad en su país, no hubo una sola, ¡ni una! posición crítica. El más atrevido de los discursos acaso se limitaba a señalar lo que faltaba por hacer. En ese contexto, y tras días de haber escuchado por un lado la visión ?maravillosa? de lo que sucede en Cuba, y por otro testimonios dolorosos por la crisis económica, o la imposibilidad de salir de la isla o el costo de disentir, recuerdo que me entrevistaron y dije en tono amable, palabras más o menos, que percibía un doble bloqueo, uno económico impuesto por Estados Unidos, y otro que les impedía mirarse en otro espejo que no hubiera sido el que se habían construido. Una periodista cubana, me dijo asombrada: ¡Te fuiste fuerte! ¿¡Fuerte?!, respondí, pero si fui un dulce. Me sentí más oprimida de lo que ya me sentía, y por primera vez tuve miedo. A lo mejor era una crisis premenopáusica de paranoia, pero nunca me he sentido así en México; aunque claro, cabe pensar que soy una inconsciente. Como sea la sensación fue abrumadora y marcó mi visita. Luego me enteré de la sui géneris definición de periodismo que se vive en Cuba. ?El nuestro ?me dijo una colega- es un periodismo comprometido con la revolución (y con Fidel, desde luego); es un periodismo objetivo pero no imparcial. A favor de la revolución, todo. En contra, nada?. Y para asegurarse de la lealtad a Fidel y a la revolución, ni un diez por ciento de los periodistas tienen computadora propia (muchos de quienes poseen una, al igual que un carro, le deben el obsequio a Fidel). Los demás tienen acceso a ella en sus centros de trabajo o en las oficinas de la Unión de Periodistas Cubanos, organización a la que tienen que estar afiliados. Muy pocos tienen acceso a Internet de manera directa, la inmensa mayoría deben enviar su información a un nodo (creo que así se llama) que controla el Ministerio de Información. Evidentemente los límites son muy precisos y muy estrechos.
De todo esto y más me acordé cuando leí del encarcelamiento de 79 opositores al régimen castrista, la mayoría de ellos periodistas, escritores, poetas, acusados de ser ?contrarrevolucionarios?, a los que sentenciaron a penas que van de 6 a 28 años de prisión. De esto y más me acordé cuando leí del fusilamiento de tres hombres que secuestraron una lancha con la aspiración de alcanzar el ?american dream?. De todo esto y más me acordé cuando leí que en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, México había votado a favor de una resolución que solicita la aceptación del envío de una emisaria de este organismo para verificar el estado en que se encuentra el respeto a los derechos humanos en la isla.
Hay una Cuba que me gustó, y otra que me dolió. Hoy Cuba me duele.
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