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La enfermedad del Presidente/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

La súbita enfermedad neurológica del presidente Vicente Fox Quesada ha puesto en el tapete de la discusión pública la necesidad de prever legalmente la forma de sustituir al presidente electo o en funciones, si se ausenta provisional o permanentemente del cargo; antes de tomar posesión, en el primer caso, o durante el desempeño del mismo en el segundo...

La sustitución presidencial no es cosa de hoy; ya se discutía en 1824, cuando la primera Constitución federal dispuso la existencia de un vicepresidente designado por el Congreso; que sólo podría ser quien hubiese obtenido el segundo lugar en las mismas elecciones.

En 1836 la Constitución federal cambió al sistema centralista y vio con una óptica distinta el problema de la sustitución: Sería presidente interino uno propuesto en terna por la Cámara de Diputados, al cual escogería el Senado nacional. En 1847 fue a la inversa: La Cámara de Diputados discernía al presidente interino entre una terna propuesta por el Senado. Diez años después, en 1857, sería el presidente de la Suprema Corte de Justicia quien reemplazaría al presidente en falta. En 1882 hubo cambio: El sustituto sería el presidente del Senado o el de la Comisión Permanente, en el caso. Pero en 1896 se decidió porque el nombramiento interino recayese en los Secretarios de Relaciones o de Gobernación. Finalmente en 1904 se tornó al sistema vicepresidencial, siendo necesario que el vicepresidente hubiera sido electo por el pueblo, junto al Presidente, para que pudiera sustituirlo.

Todos estos sistemas, dice la historia, provocaron muy graves problemas; he aquí unos cuantos: La Constitución de 1824 se había inspirado en la de Estados Unidos para resolver la sustitución del presidente; pero cuando aquí se puso en vigor dicha reforma, allá había sido corregida como resultado de la enmienda constitucional número 12. Aquí, el sistema original propició que el vicepresidente Nicolás Bravo intrigara ante las propias narices del presidente Guadalupe Victoria, pues se adhirió al Plan de Montaño, proclamado en Otumba el 23 de diciembre de 1827. Luego Vicente Guerrero sustituiría a Victoria, llevando como Vice a Anastasio Bustamante, quien también se levantó en armas contra Guerrero. Éste no se defendió y Bustamante fue designado por el Congreso.

El sistema instaurado en la Constitución de 1857 convirtió a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia en un cargo político, pues quien lo ostentaba se convertía en un potencial sustituto del presidente de la República en caso de ausencia definitiva. Así fue que el propio José María Iglesias perpetró un golpe de Estado para autodesignarse presidente. El último vicepresidente de la República que hubo en México fue don José María Pino Suárez, quien murió asesinado junto al presidente Francisco I. Madero en la noche del 22 de febrero de 1913.

La sustitución fue groseramente manejada por Victoriano Huerta. Ante las “renuncias” de Madero y Pino Suárez el Congreso designó a don Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores. Éste duró apenas tres cuartos de hora en el cargo, justo el tiempo para designar a Victoriano Huerta como Secretario de Gobernación. Luego Lascuráin renunció a la Presidencia y “El Chacal” entró en forma expedita al cargo de Presidente...

Después de este trágico evento la Constitución de 1957 estuvo virtualmente suspendida. El gobierno subversivo, encabezado por el traidor Victoriano Huerta, fue desplazado gradualmente del poder por el primer jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, quien asumía los poderes locales en las plazas que recuperaba para la legalidad. Luego, al huir Huerta, Carranza se hizo cargo del Poder Ejecutivo, sin usar el título de Presidente, hasta que el Congreso de la Unión lo nombró oficialmente bajo la nueva Carta Magna...

Obviamente, se devino antipática la figura del Vicepresidente como sustituto potencial del Presidente, ya que ninguna otra función le era atribuible... El asesinato de Madero y Pino Suárez la convirtió en despreciable. Y, en efecto, como el propio presidente Fox dijo hace poco en una entrevista, no hay en la actualidad un sistema de sustitución viable para el caso. Ni tendría porqué haberlo, especialmente en este momento. La enfermedad neurológica del Presidente de la República lo incapacitará parcialmente por cinco o seis días; unas dos semanas lo tendrá en reposo físico y poco a poco podrá incorporarse a las actividades normales en mes y medio.

Pensar en una separación larga, o definitiva, es absurdo, exagerado y aun fantástico. Bien que en estos días se haya puesto en crisis las difíciles relaciones entre el presidente Fox y el Partido Revolucionario Institucional; pero a nadie conviene que la enfermedad del Presidente culmine trágicamente. Es mejor expresar buenos deseos por su salud y pronta recuperación. Y eso hacemos aquí, divergencias políticas aparte...

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