La difusión de información tiene su origen remoto en la creación de la escritura. A veces perdemos de vista el valor y significado de logros que tardaron miles de años en concretarse. Uno de ellos es, sin duda, el de la escritura.
Con el desafortunado tema de la guerra en Iraq, volvemos a oír aquellos nombres tan cargados de historia que parecen mitos: Tigris y Éufrates, los dos ríos gemelos entre los que se encuentra el territorio al que los griegos llamaron Mesopotamia, cuna de la más antigua civilización, lugar en el que los sumerios domesticaron las plantas y surgió la agricultura, los mismos que inventaron la escritura cuneiforme, el primer sistema de escritura registrado por la historia.
Inventar un sistema de escritura desde cero debe haber sido una empresa formidable; baste considerar el problema básico que debió resolverse: Cómo crear y consensuar signos visibles que representen sonidos hablados, palabras abstractas e ideas. Difícilmente podremos imaginar la cantidad de dificultades que implicó sentar los principios básicos que hoy funcionan para cualquier idioma y que evidentemente se resolvieron en el curso de cientos y miles de años por aquellos primeros escribas, que sin tener frente a ellos ningún ejemplo del resultado final que guiara sus esfuerzos, lograron la creación de un sistema que se difundió, adaptándose a los lenguajes de todas las sociedades humanas.
El desarrollo de la escritura incluyó la adopción gradual de ciertas convenciones, cuya necesidad es hoy universalmente aceptada: Que la escritura debe organizarse en líneas medidas o columnas (los sumerios usaron líneas horizontales, como casi todo occidente actual) que las líneas debían leerse en una dirección constante ( los sumerios lo hacían de izquierda a derecha) y que las líneas debían comenzar a leerse desde la primera de arriba hacia abajo. El tema es fascinante. Los datos anteriores proceden de “Guns, Germs and Steel: The fates of human societies” (Armas, gérmenes y acero: Los destinos de las sociedades humanas) de Jared Diamond, Editorial Norton, 1997.
Escribir es un arte humano. Cuando uno se entera de la enorme y tremenda dificultad que implicó la creación de la escritura, no puede menos que preguntarse cómo es posible que de ésta se hayan derivado las grandes obras de la literatura universal de las diferentes culturas y a la vez, como un híbrido maligno, tantas formas para corromperla. Una de las peores, la manipulación. Recordemos que la escritura es el origen primario de los comunicadores actuales.
Hay temas recurrentes que uno quisiera evitar pero la persistencia de los medios masivos de comunicación continúa ofreciendo nuevos ejemplos, por lo que resulta imposible no denunciar de nueva cuenta esta práctica tan deplorable.
La difusión de información alcanza hoy niveles nunca antes imaginados, especialmente a través de los medios electrónicos; basta conectarse, independientemente de dónde se encuentre uno, para tener la imagen frente a la vista. Sin embargo, la realidad que esta acción confiere, está totalmente sujeta a la voluntad del emisor. La realidad, lo que antes conocíamos a través de nuestros sentidos ha dado un giro de 180 grados. Hoy existe la “realidad virtual”. Descartes y todos los racionalistas que le antecedieron o precedieron pueden rasgarse las vestiduras y sentarse a llorar en una piedra picuda. La manipulación de la realidad abarca hoy hasta la diversión, a través de los tan difundidos y gustados “reality shows.”
En las secciones dedicadas específicamente a información, la inmediatez que estos medios informativos confieren a las noticias queda totalmente anulada por la edición (tijera) y selección de notas, lenguaje o imágenes que se imprimen o salen al aire.
Sin embargo, el “manoseo” (esto es manipulación) de la información tampoco es una novedad actual; qué pena pero resulta que no es un invento de nuestra generación. También los sumerios fueron los primeros manipuladores de la escritura; se cuenta que Hammurabi, el famoso monarca mandó construir un canal al que puso esta leyenda: “Hammurabi es una bendición para el pueblo.” Y los egipcios, creadores de los jeroglíficos, emplearon este sistema de escritura para difundir propaganda política, religión, asuntos burocráticos, mitos, triunfos y victorias de los gobernantes en turno.
En nuestro país, hace algunas décadas se aceptaba como parte de la idiosincrasia nacional la costumbre de “maquillar números y hechos”. Se creía que esto tenía que ver con el régimen en el poder pero no; gracias a la alternancia y a la democracia, hemos podido comprobar que la manipulación informática no es privilegio de ningún grupo político particular. Los dos temas que en la actualidad se manipulan en los medios nacionales son prueba suficiente: Pemexgate y Los Amigos de Fox.
En los Estados Unidos, donde la libertad de expresión ha sido elevada a derecho constitucional también se da la discrecionalidad o manipulación de lo que se informa.
Sabemos que en la reciente guerra preventiva (como si fuera vacuna) contra Iraq, comunicadores de algunas cadenas de televisión sufrieron la “ley mordaza” y hubo quienes hasta perdieron la chamba.
Lo que el hombre crea o inventa no tiene voluntad propia. El único que la tiene es el hombre mismo, de modo que la escritura, eso extraordinario que en nuestro idioma se logra con 27 letras, puede ser manoseado ilimitadamente. Está en el hombre la capacidad de crear y también la de destruir, de usar para crecer o manosear para corromper. Tal vez si quienes escriben volvieran la vista atrás para conocer lo difícil que resultó crear la escritura... pero esto sería pedir demasiado. O si quienes enseñan a leer y a escribir tuvieran conciencia y conocimiento del valor incalculable de este logro humano y lo transmitieran, estaríamos ante la posibilidad de que de las tablillas de barro a la impresora láser, el avance no fue simplemente tecnológico.