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La esperanza/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Nada impedirá que hagamos las

reformas”. Lula, discurso inaugural.

La izquierda latinoamericana parece haberle apostado todo su capital emocional a la presidencia brasileña de Luiz Inácio Lula da Silva. Lo curioso del caso es que nunca hizo esa apuesta con el venezolano Hugo Chávez, en quien siempre vio el peligro de un caudillo populista alejado de los ideales de la democracia, pero tampoco -y esto es más extraño- en el del chileno Ricardo Lagos, que es el presidente de izquierda más exitoso en la historia de Latinoamérica. Habría que remontarnos al triunfo electoral de otro chileno, Salvador Allende, en 1970 para encontrar un momento de similar esperanza emocional en la izquierda latinoamericana.

Aun el mejor de los políticos, sin embargo, tendría problemas serios para hacer prosperar un país en las condiciones actuales de Brasil. La economía del país está creciendo: lo hizo a una tasa de 2.4 por ciento en el tercer trimestre del 2002. Esto contrasta con caídas de más del diez por ciento en las vecinas Argentina y Venezuela, pero es una tasa muy lenta para generar los empleos y la prosperidad que el país necesita.

Como muchos otros gobiernos latinoamericanos, el brasileño ha contratado una deuda pública excesiva para financiar un constante déficit de presupuesto. Con el tiempo la deuda se ha vuelto tan grande que su servicio absorbe buena parte del presupuesto federal. Además, los estados de la federación han contratado también deuda por su cuenta que difícilmente puede pagarse. Si Brasil fuera una compañía privada, estaría tan quebrada como Enron. Pero el sistema financiero internacional nunca ha sabido cómo manejar a los países que se quedan sin recursos.

La toma de poder de Lula ha generado un entusiasmo en Brasil similar o superior al que produjo la asunción de Vicente Fox en México. Pero así como la presidencia de Fox ha generado decepción después de dos años, es muy probable que lo mismo ocurra con Lula en un par de años.

Si Lula escucha a sus compañeros más radicales, y asume políticas similares a las que él mismo preconizaba en sus campañas anteriores por la presidencia, podríamos ver una moratoria de la deuda gubernamental. Esto confirmaría el entusiasmo que la izquierda siente hacia el nuevo presidente y generaría una bonanza temporal en el país, ya que se liberarían recursos que ahora van al servicio de la deuda y que podrían utilizarse para aumentar la inversión pública. La medida, sin embargo, también frenaría de golpe los flujos privados de inversión y al cabo de algunos años generaría una crisis peor que la actual.

Si en cambio Lula decide respetar el servicio de la deuda, el gobierno no tendrá dinero para impulsar a través de mayor inversión pública el crecimiento que el país necesita y, después de cierto tiempo, los mismos grupos que hoy se sienten entusiasmados con él empezarán a verlo como un político que ha traicionado sus principios. Para que este segundo camino tenga éxito, por otra parte, Lula tendría que realizar una serie de reformas económicas profundas -que abrieran en lugar de cerrar las puertas a la inversión privada- las cuales serían contrarias a la ideología que él ha defendido como militante de la izquierda.

En los últimos tiempos ha sido más importante la habilidad de los gobernantes para manejar la economía que su ideología. El supuestamente conservador Ronald Reagan generó un gran déficit gubernamental y debilitó a la economía estadounidense, mientras que el demócrata Bill Clinton eliminó el déficit -que ahora ha vuelto a crear George W. Bush hijo- y promovió ocho años de crecimiento. El socialista Felipe González presidió el período de más rápida liberalización de la economía española y permitió así un aumento espectacular en el nivel de vida del país. El laborista Tony Blair ha mantenido las políticas económicas inauguradas en la Gran Bretaña por Margaret Thatcher y ha permitido así que la economía británica sea la de más rápido crecimiento en Europa.

Las políticas que aplique Lula ahora que tiene que gobernar, y no sólo conseguir votos para ser electo, son todavía un misterio. Pero si lo que quiere realmente es rescatar al país más poblado de América Latina de la pobreza tendrá que recurrir a esas políticas económicas pragmáticas que él mismo repudió en sus años de militancia en la izquierda tradicional.

COMPROMISOS

Los compromisos de toma de posesión de Lula son: reforma agraria, reforma de la previsión social y combate al hambre. La reforma agraria, sin embargo, puede costar una fortuna en indemnizaciones y desplomar la producción del campo. La previsión social y el combate al hambre son indispensables, pero requieren de recursos, y para obtenerlos Lula tendrá que promover primero la inversión.

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