Tercera Parte
El gozar de popularidad siendo político recae en un gran número de factores. Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno capitalino, encabeza la lista de funcionarios bien apreciados por la colectividad en parte gracias a que la ciudadanía percibe un discurso traducido en obras destinadas al mejoramiento de la vialidad y el entorno. Harto de las promesas demagógicas, hastiado de la eterna y estéril confrontación entre los diversos actores políticos, el mexicano demanda acciones visibles, la posibilidad de ver sus impuestos traducidos en obras, no palabras.
En Cuba pasa un poco lo mismo. Un pueblo al que se le han pedido grandes sacrificios en pos del establecimiento de una sociedad donde todos puedan gozar acceso a bienes y servicios también espera cuentas claras. Lo anterior viene a colación y se relaciona un poco con la realidad chilanga pues aquí en La Habana también existe una persona tan controvertida y polémica como El Pejelagarto y a la vez tan respetada: Eusebio Leal.
Leal dice ser historiador –“léase Historiador de La Habana- y niega fervientemente pertenecer a la política, para mí lo anterior es un gran pleonasmo partiendo de la sentencia Maquiavélica de que el hombre es por naturaleza un animal político. Gracias a importantes fondos provenientes de la Comunidad Europea y otros tantos referentes a entradas turísticas es que Eusebio Leal y un grupo de especialistas han podido regresarle a La Habana mucho de su señorial esplendor.
La capital de Cuba fue recientemente declarada patrimonio universal por la UNESCO dado un bagaje histórico envidiable, la conjugación de estilos arquitectónicos que comprenden el período colonial, el churrigueresco, lo barroco, el art nuveau, el decó y las exquisitas edificaciones de la época de Batista. Dicha distinción provoca el interés de los países poderosos en lo material de que no se pierda herencia de tal envergadura y mucho me recuerda el rescate del Centro Histórico de la Ciudad de México. López Obrador se distancia de ciertos postulados de la izquierda tradicional que siempre vieron con enormes reservas las alianzas con los grupos empresariales, busca el apoyo de prominentes hombres de negocios (Carlos Slim) y se pone a trabajar en pos un proyecto aplaudido, bien apreciado, oportuno.
La nación caribeña viene a ejemplificar el turismo bien encaminado. Después de la caída de la Unión Soviética Fidel Castro, haciendo gala de su enorme inteligencia y capacidad del sentido de oportunidad, cayó en la cuenta de que dado el bloqueo norteamericano la única forma de atraer divisas sería estimulando la inversión turística en Cuba. Fue a principios de la década de los noventa que destacados grupos españoles comienzan la edificación de hoteles y centros turísticos con todas las comodidades y lujos, eso sí, señalando sin querer los enormes contrastes entre postulados comunistas apegados a lo frugal y espartano versus los excesos occidentales del neoliberalismo posmoderno.
Mucho dinero entra a la isla, también enormes diferencias. Si bien la constitución cubana señala con claridad que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y poseen los mismos derechos y obligaciones, en la práctica no resulta así. Varios amigos de aquí me han manifestado su inconformidad pues aunque se encuentren en la privilegiada condición de poseer divisa extranjera, si cierto día sienten el deseo de entrar a un hotel cinco estrellas a hospedarse o tomar la copa simple y sencillamente sus mismos paisanos encargados de la seguridad del establecimiento les impiden el paso. He ahí un ejemplo viviente en contra de la teoría marxista: la estandarización social es imposible de conseguir aún teniendo el más noble deseo por hacerlo.
La escasez de productos no escapa a los pocos privilegiados turistas. Hace pocos días fuimos a un restaurante calificado en la guía como “de lujo” y cuyo precio por persona oscilaba entre los treinta y los cuarenta dólares. La gran ironía de este lugar –pasa lo mismo en muchos otros- radica en que tienes posibilidad de tirar doscientos dólares en una botella de champaña pero seguramente te será imposible tomar algo de pan –no tienen- o lavarte las manos –“se nos terminó el jabón”- pagar con tarjeta de crédito –“hace meses que no sirve la terminal”-
Se me ocurre un escenario en donde las sanciones impuestas por Estados Unidos se levantaran para dar paso a la inversión yanqui. Si bien el comunismo hace tiempo que pasó a la historia como un sistema bellísimo en los libros y difícil de aplicar en la práctica, lo cierto es que el capitalismo gringo tampoco resulta para mí atractivo, sobre todo pensando en el caso de Puerto Rico. La lucha de Fidel radicó en librar a la isla de mafiosos que habían hecho del lugar literalmente un burdel y afanosamente buscaban traer Las Vegas al Caribe. La sola idea de pensar en Cuba bajo el dominio imperial, llena de casinos hace que la piel se me enchine. No sé qué tienen los gringos para acorrientar y vulgarizar mucho de lo que tocan.
Y aquí seguimos inmersos en una realidad surrealista, única y que no se puede comparar a ninguna otra. El viaje acabará en pocos días y espero que la distancia y la calma puedan darme la perspectiva para comprender a fondo a una nación donde a veces parece que avanza vertiginosamente y otras que se detuvo en 1959.