vilfredo Pareto (1848-1923) perteneció a la élite del poder en Italia, de la cual fue muy crítico. Hijo de un marqués, lector de Aristóteles en griego, brillante ingeniero que dirigió una empresa ferrocarrilera y una acería, se retiró relativamente joven a pensar y escribir contra la opresión del Estado y la aristocracia. Acabó convencido de que la pobreza es superable, pero la desigualdad no; de que la revolución es posible, pero inútil, porque la sociedad se mueve por ilusiones, y la demagogia permite derrocar a una aristocracia para que suba otra, “no en su propio nombre, sino en nombre de la mayoría (Manual de Economía política VII 116).
Pareto hizo un descubrimiento notable, que pronto se llamó Ley de Pareto. A partir de estadísticas fiscales de diversos países, descubrió que el número de contribuyentes con ingresos superiores a equis es inversamente proporcional a equis, elevado a una cantidad que está entre 1.35 y 1.73 (en el primero de sus estudios. “La courbe de la repartition de la richesse”, 1896; Obras completas III, Drez), Como si hubiera “una ley natural que nos revela una tendencia del ingreso a concentrarse.
Treinta años después, Joseph M. Juran, un ingeniero que analizaba estadísticas de producción defectuosa, observó que los defectos se concentraban en unos cuantos tipos, por lo cual propuso que la solución también se concentrara en los pocos decisivos, antes que en los muchos secundarios. Alguna vez de visita en la General Motors, el director de Sueldos le habló de la Ley de Pareto, pues había descubierto que regía en la empresa; el número de empleados que ganaba arriba de cierta cantidad era inversamente proporcional, etcétera. Así que cuando Juran escribió su famoso Quality control handbook (que impulsó los métodos estadísticos de control de calidad, y está en el origen de movimientos como Cero Defectos y Calidad Total) llamó Principio de Pareto a lo que antes había llamado “Principio de los pocos decisivos y muchos secundarios”, según lo cuenta en “The Non-Pareto Principale; Mea Culpa” (www.juran.com). La fórmula prosperó. Hoy en el mundo de los negocios, se llama Ley de Pareto a la afirmación de que el 80 por ciento de las utilidades proviene del 20 por ciento de las operaciones (productos, marcas, departamentos, territorios). En general, se habla de que, en el cúmulo de causas que producen ciertos efectos (buenos o malos), una minoría de las causas concentra la mayoría de los efectos. Hay que descubrir las variables significativas y concentrarse en eso.
Es un consejo razonable, cuado se entienden las operaciones. Cuando no, como sucede con los que empuñan las tijeras sin ver más que los números elementales, es una receta fácil y peligrosa para conseguir de inmediato mejoras aparentes; basta con eliminar, cancelar, despedir al 80 por ciento que no produce más que el 20 por ciento. Pero hay operaciones “improductivas” que son indispensables para que produzcan las que sí lucen. Hay operaciones en desarrollo que producirán después. Hay operaciones sin las cuales la empresa o institución pierden sentido.
Desgraciadamente, los bancos no siempre entienden las operaciones agrícolas, forestales, pesqueras, mineras, industriales, de construcción, de servicio, más allá de lo común en cualquier negocio. En el mismo caso están los conglomerados que compran y venden empresas buscando mejorar rápidamente las utilidades. O los ejecutivos que son aves de paso traídas por los head hunters, que se los llevan nuevamente. A pesar de lo cual, se hacen juicios sumarios, puramente financieros, que en el papel producen utilidades (reales, ilusorias o fraudulentas) atribuidas a la Ley de Pareto. Por lo pronto, los daños no se ven. Cuando se manifiestan, los genios ya volaron, para enfrentarse a “nuevos retos”.
Pareto habló de una circulación de las élites que consiste en subir (con banderas demagógicas) para acabar con los abusos (que simplemente cambian de manos). Es una circulación que pudiéramos llamar vertical; unos suben y otros bajan, como sucedió en México con los criollos que desplazaron a los españoles, los liberales que desplazaron a los conservadores, los positivistas que desplazaron a los liberales y así sucesivamente, hasta los desplazamientos sexenales del PRI. Pero, ya desde los últimos sexenios, empezó algo que pudiéramos llamar circulación horizontal de las élites; los mismos siguen en las alturas, pero pasan de unos puestos a otros, de unas empresas a otras, del sector público al privado y viceversa, en una rotación muy útil para hacer estragos sin pagar las consecuencias.
En la circulación vertical, unos ganaban y otros perdían. En la horizontal, nadie sale perdiendo pasan a desempeñar nuevas irresponsabilidades.