Últimamente algunos distinguidos abogados del país, refiriéndose a recientes sucesos, han dicho –palabras más, palabras menos- que se envían “señales equivocadas” sobre nuestro Estado de Derecho. Y no sé a ustedes, pero a mí me parece que no hay la menor duda. Digo, está clarísimo. Nuestro Estado de Derecho se basa en la suprema ley del montón.
¿Que a un grupo no le parece una resolución gubernamental, por legal que sea? No hay problema, pueden echarla abajo. ¿Cómo? Bloqueando carreteras federales, impidiendo elecciones, secuestrando funcionarios, reteniendo oficinas y bienes públicos. La clave de todas las protestas, sin importar si están dentro o fuera de la ley, es echar montón; es decir, convocar a un gran número de personas y hacer una ostensible demostración de fuerza. Los machetes sirven, pero igual se pueden usar palos, caballos, máscaras, es igual.
¿Que el sistema económico les parece intolerable e injusto? No hay problema, en México se puede protestar de muchas maneras. Invadir la Cámara de Diputados o la de Senadores (la elección es al gusto), echar abajo rejas, destruir los muebles que se encuentren al paso, pintar remedos de graffitis en cuanta pared se atraviese; o saquear comercios (de preferencia con nombres gringos, porque aunque los dueños sean mexicanos, eso le da más validez ideológica a la destrucción); o desnudarse y pasearse por las calles. La clave, nuevamente, es echar montón. Si a alguien se le ocurre solito o con un pequeño grupo irrumpir en alguna de las cámaras, está frito. Si a alguien se le ocurre robar o saquear un almacén, está frito. Si alguien quiere protestar desnudo, está frito. La clave es echar montón, porque entonces, sin importar mayormente el motivo, razón o circunstancia de la protesta, las autoridades “serán prudentes” para “no caer en la provocación” o “no entorpecer las negociaciones”.
¿Que un miembro más o menos importante o destacado de un grupo político o económico está acusado de fraude o delitos electorales o corrupción o todo junto? No hay problema, para empezar sea lo que sea y trátese de lo que se trate se dirá que es un asunto político, o que tiene tintes partidistas, o que se trata de una persecución ideológica. Seguidamente se miden fuerzas y entonces se amenaza con echar abajo reformas de Estado, o abandonar negociaciones de vital importancia para el país, o abrir la boca (esta frase asusta particularmente).
Si se es un simple ciudadano y se robó, digamos, una gallina, está frito. La clave es no enfrentar el asunto solo, sino echar montón. La clave es no ser un don nadie, o siéndolo echar montón.
¿Que un sacerdote católico es investigado? No hay problema. En realidad no importa gran cosa porqué se le investiga, aquí lo que importa es la jerarquía y… echar montón. A diferencia de los funcionarios públicos, no se dirá que se trata de una persecución política, sino por cuestiones de fe. Entonces, para empezar se presenta a comer a la casa del Presidente de la República, mismo que, desde luego, lo recibirá y sentará a su mesa. Acto seguido y de la misma manera en que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, dejará de ser una persona de carne y hueso la investigada para convertirse en una amenaza a toda la grey por la religión que profesa (o sea echar montón). Surtirá mejor efecto si se promueve una manifestación por las calles (léase, echar montón). Total, el punto es demostrar la fuerza, dejar sentir que la paz social se puede poner en riesgo con llamados a encarar a “las fuerzas del mal” y, por sobre todo, echar montón.
Los ejemplos sobran. Los escenarios también: pueden observarse lo mismo en el Estado de México, que en el Distrito Federal, que en Guadalajara, que en Cancún. Igual el este que el oeste, el norte que el sur. Las causas tampoco son de gran relevancia, pueden ser económicas, políticas, sociales o religiosas, justas o injustas, legales o ilegales. Los medios elegidos para protestar son igualmente lo de menos: irrumpir en oficinas públicas, causar destrozos en bienes nacionales o en negocios particulares, desnudarse, aventar excrementos, aquí el único límite es la imaginación. Las competencias de autoridad tampoco tienen mayor relevancia: puede ser que preservar el orden y las leyes le competa a la autoridad federal, estatal o municipal. Da igual. Lo único que cuenta verdadera y realmente es el número de involucrados y la fuerza que demuestren. Lo demás es lo de menos y es, en todo caso, negociable.
¿Cuál es pues la duda? Refiriéndose al “Estado de Derecho” lo que en México priva no es la ley del más fuerte, es la ley del montón. Trágicamente está clarísimo ¿o no?
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com