La operación cicatriz en el PRI, que pretendía aliviar la magulladura que produjo la nominación de las personas que competirán como candidatos a diputados plurinominales, quiso efectuarse desde el mismo día en que se dieron a conocer las listas que cayeron como un balde de agua fría entre priistas poco acostumbrados a que los asuntos políticos no sean protagonizados por los mismos cuadros de siempre. En efecto, en estos nuevos tiempos la fuerza de que pueden presumir algunos gobernadores no la generan sus pantalones si no que es prestada; en realidad siempre ha sido prestada. Así era antaño, así es hogaño. Por más que haya desaparecido de Los Pinos el sumo sacerdote, su poder no se desvaneció en los aires, como una voluta de humo que sale de una agonizante hoguera. En ese contexto, hay otras manos que pretenden posesionarse del imperio, que emana de la banda tricolor, ante el cual todos los priistas se postraban en señal de obediencia y sumisión, reconociendo la supremacía de su potestad.
Como niños que se han quedado huérfanos los mandatarios estatales ansiaban fortificarse al interior de sus entidades buscando unirse con sus pares para formar un frente común dirigido a preservar su hegemonía contra el nuevo status que se había erigido en el centro del país. Se dijeron, juntos aspiraremos a ocupar ese sitial de honor, dispensador de dones y hacedor de señoríos. Unión de gobernadores que fue conculcada en el momento mismo en que se dieron a conocer los nombres de quienes podían aspirar a la “grande” causando recelos, sospecha y resentimiento de quienes aparentemente quedaban fuera de la monumental carrera y aun dentro de los mismos mencionados que pronto se montaron encima uno de otro, como si se tratara del juego del palo encebado. Por eso, el vaticinio que los sacaba de las obscuras oficinas regionales para darlos a conocer nacionalmente, además de provocarles zancadillas de sus propios compañeros, los hizo blancos de la envidia de los carroñeros de la política.
Al sacar la cabeza el líder nacional del PRI, lógico que dio lugar a que los gobernadores, que sentían estaban a un paso de tener la capacidad de aspirar a la Presidencia de la República, apuntaran su artillería en su contra como el enemigo a vencer. Contrario a esto, la foto que apareció hace unos pocos días en El SIGLO, provocó estupor entre los políticos considerando que los roces retóricos de uno y otro bando produjeron heridas profundas difíciles de restañar. Los priistas habían logrado reconciliarse, apareciendo Arturo Montiel levantando el brazo a Roberto, en ese gesto muy boxístico de reconocer un triunfo en una contienda. Ambos personajes se mostraban sonrientes y satisfechos. Lo que ahora los analistas políticos están calificando como una farsa. No, no hay arreglo. Si mucho una tregua hasta que pase el día en que los ciudadanos elegirán a sus diputados federales, el próximo seis de julio del año en curso.
Hubo un pacto no escrito en que las partes en pugna deciden no hacer más daño a su partido político, que podría verse afectado en el número de diputados que ocuparán una curul por el periodo que le resta al actual régimen que encabeza Vicente Fox. Al parecer, una de las partes está rompiendo su compromiso. Lo cual se infiere de la declaración que hace el líder del priismo en el Estado de México, Isidro Pastor Medrano, en el sentido de que Madrazo debe aclarar públicamente el destino de miles de millones de pesos. Lo acusa tácitamente de ladrón, aunque deja la puerta abierta para que justifique la inversión legítima que haya hecho de esos dineros. Si se toma en cuenta que los jefes de partido en las entidades federativas no se mandan solos, sino que dependen de la voluntad del mandatario en turno, hay dos posibilidades: que a Pastor, líder local del PRI, lo pongan de patitas en la calle por boquiflojo o que a Montiel, mareado de poder, aun no se le acaba la cuerda. Porque, llegar a pensar que Pastor se manda solo, es creer que la luna es de queso.