“¿Dices que una buena causa justifica incluso la guerra? Yo contesto: una buena guerra justifica cualquier causa” Friedrich Nietzsche A la memoria de don Alfonso García Robles Es el final del camino. Muy probablemente pronto los televisores serán invadidos por extrañas luces. Las imágenes aparecerán acompañadas de los rígidos rostros detrás de los micrófonos. Una y otra vez se repetirán las mismas escenas y los mismos argumentos de los encargados de explicarlas. Así se enterará la mayoría de la humanidad de esta guerra. Otra guerra, pensarán muchos, esa es la constante. Los períodos de paz son la excepción —234 años de paz en 3400 de historia registrada— lo sabemos. La ruta del razonamiento de brutal realismo tiene un efecto perverso: todo se relativiza. Una guerra junto a otra y al final todas son iguales. Por desgracia no es así. Por supuesto las vidas que habrán de perderse hacen del hecho una tragedia. Pero hay algo más. Esta guerra es una afrenta a uno de los más importantes impulsos civilizatorios de la humanidad. Es entonces un retorno a la barbarie.
La diplomacia entendida como la ciencia y el arte de conducir el andar entre las naciones hoy sangra. Expresión refinada del humanismo básico que pone a la vida misma en el centro, esta guerra la hiere y nos hiere a todos. Incluso la guerra, expresión misma de la impotencia de la razón, ha evolucionado. Quizá el primer logro conceptual, evidentemente contrariado por la realidad, fue la desacralización. Hoy la guerra debe ser un asunto mundano y no exclusivo de las deidades. Los fíats divinos empezaron a ser arrinconados. Maquiavelo puso así en duda el carácter inevitable de las confrontaciones. Los ánimos guerreros de los dioses debían pasar por la criba terrenal. Con el nacimiento del estado se tejió toda una nueva filosofía sobre la guerra. Tomás de Aquino es una piedra de toque inevitable: debe haber una declaración, la intención debe ser recta; la necesidad, es decir el no poder proceder por otros medios, es otra de sus condiciones. Santo Tomás introduce la idea de una “causa justa” que devino en la bellum justum, y después en “guerra justa”.
Esa fue una primera etapa que entraría en crisis con la proliferación del estado nación. Cada quién tendría sus prioridades, inentendibles para los otros. Una expresión daría cabida a esa diversidad: razón de estado, cada quién para su santo sería una vulgarización del termino. Un banquete de anarquía fue la costosa consecuencia para todos. Mientras tanto el derecho de gentes, tatarabuelo de los derechos humanos, evolucionaba. Si Tomás de Aquino había sembrado la semilla de las normas mínimas para las guerras, por qué no pensar en normas durante las guerras, jus in bello. Tres de los principales impulsos del derecho internacional habían nacido. Derechos universales para los individuos, derechos y deberes de los estados-nación y la posibilidad de tejer entre ellos un gran andamiaje jurídico para regular su comportamiento. La “guerra justa” incluida. El ser humano estaba ante una de sus grandes creaciones: el derecho internacional. La humanidad lograba un gran avance civilizatorio, aunque Bush hoy todavía lo ignore.
La historia más reciente es conocida. La Sociedad de las Naciones, con todas sus deficiencias, dio el próximo paso, someter a la “guerra justa” a una decisión comunitaria. El principio de legitimidad cambió radicalmente. La bellum justum sólo cobraría carácter de acto lícito al pasar por el cuerpo colectivo. El estado-nación se sometía a un orden diferente. Grocio se mira ya muy lejos. La guerra está siendo sometida a los derroteros de la razón. El Pacto Briand-Kellog avanza al considerar ilegales las acciones que no sean producto de la tutela colectiva. La Carta de San Francisco confirma el rumbo y allana obstáculos a Naciones Unidas. El solipsismo, ese acto por medio del cual el estado sólo se remitía a sí mismo para justificar sus actos, está siendo lentamente arrinconado. La comunidad internacional deja de ser un referente inútil. Surgen sin embargo nuevos peligros. Del otro lado del mundo el leninismo y, en general la versión internacionalista, quiere introducir por la fuerza una nueva fórmula de guerra justa: la lucha de clases. La tentación de que cada cual se invente su propia justicia sigue merodeando. La barbarie que no muere.
La razón de estado revive durante la Guerra Fría. En su herencia están incontables tumbas. Hacerse justicia por propia mano es el típico argumento de los sátrapas. La comunidad internacional siempre llega tarde, dicen. Todo entorpece la acción justiciera. Igual argumentan Stalin y seguidores para invadir lo que considera la periferia natural de su imperio, —como por cierto lo había hecho Hitler años atrás— que los generales argentinos para lanzarse sobre las Malvinas. El club de los héroes autoimpuestos es muy popular e incluirá a George W. Bush. La autoconservación, no es un argumento nuevo, ha sido una licencia común de los imperios. A pesar de todo en paralelo aunque lentamente se van construyendo las instituciones que dan vida a la esperanza de que el proceso civilizatorio avance: la Corte Penal Internacional su más reciente expresión.
En un brillante artículo, (ESTE PAIS, marzo 2003) Bernardo Sepúlveda —quien por cierto y para orgullo de México acaba de ser designado juez ad hoc de la Corte Internacional de Justicia— perfila las renovadas amenazas para este históricamente incipiente orden internacional. La multiplicación locuaz del estado-nación, el temor recíproco entre potencias, la intención de obtener ventajas en demérito de los otros, los nuevos agentes supranacionales favorecidos por la perversa tecnología de la destrucción y, por supuesto, el terrorismo son sólo algunos de ellos. Pero sin duda la amenaza mayor, en la larga visión de Sepúlveda, proviene de una redefinición insostenible del concepto de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. La “defensa anticipada” y la imposición del unilateralismo son las nuevas fórmulas de esta vieja discusión. Hussein es un gran tirano, pero pisotear al Consejo de Seguridad será registrado como huella indeleble de la barbarie encarnada por Bush, Blair y Aznar. Eso nos fue anunciado ayer urbi et orbi.
Sinrazón, Marcha de la locura ha dicho Tuchmam. Pronto, cuando veamos en las pantallas el ir y venir de las luces mortales, deberemos recordar los siglos que llevó construir lo que hoy la poderosa ignorancia destruye.